Cuando acabó la Primera Guerra Mundial ( ver Henry Gunther, el último muerto de la 1ª Guerra Mundial), una de las primeras cosas que hicieron los Aliados fue prohibirle a los alemanes el uso, la fabricación y la importación de gases tóxicos que fueran susceptibles de ser usados en una guerra, tal fue el terror que produjo el uso indiscriminado de este tipo de armas en el frente. La firma del Tratado de Versalles en 1919 lo ratificó y lo llevó a cabo, pero si de algo sirven las guerras es para ser un perfecto escaparate donde mostrar en acción los últimos "avances" en el matarile colectivo, y unas de las armas más vistosas fueron el Gas Mostaza y sus derivados. El rey Alfonso XIII, aficionado a las armas hasta las trancas (los ciervos y los linces de Doñana aún se acuerdan de sus batidas) creyó que los gases tóxicos serian perfectos para controlar el molesto grano en el culo del "glorioso" Ejército Español en que se había convertido el conflicto del Rif, por lo que dio orden para comprarlas... y usarlas. El único inconveniente es que, a partir de entonces, España obtuvo el dudoso honor de ser el primer país del mundo en utilizar gases asfixiantes sobre población civil. Cosas veredes.
1921 fue un mal año para los militares españoles que ocupaban el siempre problemático norte de ver Marruecos, el conocido como Rif ( ver La trágica semana en que las momias bailaron con los obreros). Esta zona, desértica y pobre con avaricia era una de las pocas zonas del África que las potencias europeas, a modo de limosna por la antigua gloria, habían dejado que España controlara, eso sí, con la supervisión de Francia. Y es que las fuerzas irregulares del jefe rifeño Abd el-Krim habían dado hasta en el velo del paladar a las fuerzas de los generales Berenguer, Navarro y Silvestre, provocando una auténtica masacre con más de 13.000 soldados muertos. El desastre, conocido como el Desastre de Annual y propiciado por la secular chapucería militar española ( La US Navy, la Armada y la bochornosa buena puntería española), fue de tal calibre, que produjo un terremoto político en Madrid que llevó a la caída del gobierno de Allendesalazar, su cambio por Maura y a unas ganas terribles de venganza por parte del Ejército debido a la humillación sufrida.
Así las cosas, el gobierno español contactó con el encargado de destruir el armamento químico alemán y antiguo jefe del Servicio Alemán de Guerra Química, el químico Hugo Stoltzenberg, el cual, por un lado oficialmente destruía el armamento para los aliados, pero, por detrás, se dedicaba a venderlo en el mercado negro y a fabricarlo de forma igualmente clandestina. De esta forma, el Ejército Español consiguió las primeras bombas de gas mostaza, las cuales se montaron en aviones y se empezaron a lanzar sobre los puntos de agua y sobre las zonas más pobladas del Rif a las horas de más afluencia de gente. O lo que es lo mismo, por la mañana y en los zocos abarrotados de gente. Los trágicos efectos son fáciles de imaginar.
Tanto gustó el inventito y tanta cantidad se necesitaba, que el propio Stoltzenberg, a propuesta del gobierno español, montó en 1923 una fábrica para desarrollar este tipo de armamento en España, más concretamente en La Marañosa (Madrid). En esta situación, la producción de gas tóxico se llevaba hasta Melilla, donde se montaban las bombas y desde donde se procedió al bombardeo masivo de las cabilas rifeñas. Bombardeo que se llevaba con el máximo secretismo posible. Por un lado, por estar este tipo de armamento prohibido a nivel internacional y por otra por la supuesta imposibilidad de fabricación de los gases por los alemanes, lo cual hubiera dejado con el culo al aire el trabajo en el mercado negro de su principal suministrador, Stoltzenberg.
La campaña de envenenamiento sistemático de los indígenas norteafricanos ( ver La belleza escandinava de los bereberes de ojos azules) se extendió desde 1922 hasta 1927 -momento en el que Abd el-Krim, se rindió y acabó la guerra- durante los cuales, con más de 500 aviones conducidos la mayoría de veces por pilotos extranjeros mercenarios, se llegaron a lanzar 470 toneladas de productos químicos asfixiantes. Valga como ejemplo de la virulencia de su uso que tan solo entre el 22 y el 23 de junio de 1924 se lanzaron 10 toneladas de gas. Nada lo del ojo, y lo tenía en la mano.
El uso de estas armas y sus funestas consecuencias medioambientales fue ocultado por todas las partes (los españoles y los franceses por razones obvias y Marruecos porque los rifeños se habían revuelto contra el Sultán fundando un breve estado independiente) y tan sólo unas pocas referencias han quedado como testimonio histórico. No en vano, en la actualidad, el Rif es la zona con mayor impacto de cáncer de todo Marruecos y la zona de la que proceden la mitad de los niños afectados de cáncer infantil de todo el país.
En definitiva, en estos tiempos convulsos en que la cordura ha desaparecido de un plumazo y parece que a nadie le importe, el recordar este ignominioso pasaje de la Historia nos tendría que hacer pensar que las guerras no sirven absolutamente para nada y que, gane quien gane, pierda quien pierda, siempre hay alguien que pierde: la Humanidad.