El clan al que pertenezco ha dejado su impronta en la mayor parte de las mujeres de la familia. Y no hablo ya de características físicas, que también, (esa marcada tendencia a acumular los kilos que nos vamos encontrando por ahí, por ejemplo) sino a una suerte de tendencia a una maternidad que a mí se me antoja muchas veces enfermiza.
Sí, ya sé que me dirán que ese sentimiento maternal es común a un porcentaje muy alto de mujeres, que ustedes por sus hijos ma-tan y todo eso, pero yo hablo de madres a las que les cuesta desarrollarse más allá de haber parido y eso, estarán de acuerdo comigo, no es sano, o al menos a mí no me lo parece.
En mi entorno familiar he escuchado que las mujeres son, después de haber parido, por encima de todas las cosas, madres, madres que deben anteponer sus hijos a cualquier otra cosa, llámese esa otra cosa una misma y su desarrollo personal. Y no solo lo he escuchado, he presenciado como esas mujeres han entregado su vida a sus hijos y como algunas de ellas, lógicamente, se han quedado vacías después de que éstos hicieran lo correcto: tomar su propio rumbo.
Ese superlativo sentimiento de maternidad ha llevado a alguna que otra fémina de mi familia a tomar decisiones en contra de sus propios intereses, decisiones que han supuesto aguantar situaciones a la larga, cuando sus hijos ya son autónomos, porque entonces ya no eran capaces de vivir de otra forma. Y hoy, Día de la Madre, esa conmemoración que no sé si inventaron los griegos o El Corte Inglés, me gustaría que las nuevas generaciones hayamos aprendido de los errores y que, siendo buenas madres, seamos, por encima de eso, buenas con nosotras mismas.