Cuando nace una madre/padre, nacen millones de necesidades que cubrir a los pequeños retoños, una de ellas es procurarles un tiempo de ocio, de juego, en el que poder participar con ellos. Llevarlos al parque es, pues, un ritual prácticamente obligatorio para todo progenitor dentro de sus posibilidades tanto de disponibilidad de tiempo como de horarios compartidos. Pudiera parecer un acto trivial, tan arraigado y normalizado en nuestra sociedad, pero incluso una acción tan inofensiva y entretenida puede convertirse, en nuestro país y probablemente en muchos otros, en algo incómodo y despersonalizado.
El parque infantil se convierte en una especie de redil, perfectamente delimitado donde los pequeños corretean y juegan pasándoselo verdaderamente bien, desfogándose de todo un día bajo la estricta mirada de sus padres o profesores, libres de los pasillos angostos o las cuatro paredes de sus habitaciones. Igual de perfectamente delimitadas están las zonas en las que los grupos de madres/padres se juntan según afinidades, colegios comunes, vecindad, capacidad de jugar sin miramientos al prójimo, afinidades pedagógicas o educativas… Es ahí donde se gesta el ambiente que ese parque dará a las próximas mamás/papás inseguras y novatas que quieran hacer uso de él. Y es que no es nada fácil entrar en esas bandas callejeras , donde cada movimiento que hagas será estudiado, analizado, diseccionado con una meticulosidad pasmosa. Sus asientos, sus esquinas, sus zonas están, de un día para otro, reservados sin necesidad de poner cartel, pobre de la que crea que también puede ser su espacio, será reprendida entre risas, burlas y con las ironía más audaces. La merienda de su hijo será igualmente momento de debate y todos esos datos les validarán para recriminar lo buena o mala madre/padre que les parezca y se lo harán saber de una forma u otra, entre comentarios desde lejos, a priori inofensivos pero llenos de maldad o disfrazados de absurda y falsa sinceridad. Luego está ese momento en el que ve que su pequeño poco puede hacer también por confraternizar con sus todavía “no amigos”, deberá pasarse toda la tarde esperando a poder subirse en unos columpios que llevan con los mismos 5 niños en continua cola desde que han llegado y posiblemente no llegue a conseguirlo porque ninguna de las otras madres/padres va a mover un dedo, lo mismo le ocurrirá con el castillo o con los toboganes.
Al final, y sopesándolo todo, esa madre/padre busca otro parque donde le pasará lo mismo, porque es la tónica habitual, pero no desistirá y seguirá buscando hasta encontrar uno quizá menos concurrido, probablemente más lejos, en las afueras incluso, pero donde podrá respirar sin tener que pedir perdón, donde a su hijo no le van a coger la bicicleta sin permiso y sin que la madre/padre del otro niño se inmute, donde las madres/padres de al lado le ofrezcan una conversación anodina pero sana, sin juzgarla, sin analizarla y sin cuestionarla o simplemente la dejen tranquila mientras controla a su hijo y así participará más con él, no estará sentada en un banco y lo pasarán mejor ambos. En ese momento se dará cuenta de que esa habrá sido, por tanto, una buena decisión. Sin embargo, es hora de preguntarse: ¿Qué tipo de mensaje se les está mandando a los otros niños? ¿Cómo van a poder actuar esas madres cuando sus hijos hagan lo mismo que ellas y se conviertan en pequeños acosadores en los colegios? ¿Cómo enseñarles a no dejarse llevar por un prejuicio, a no burlarse de los demás, a no crear el vacío a sus compañeros?
El acoso y el desprecio en general es una carcoma que afecta a toda nuestra sociedad, no sólo existe en los colegios como el llamado bullying, sino que desde los más bajos escalafones sociales, desde nuestra más tierna infancia vemos tintes de bullying, de acoso, igual que de machismo. en centros de trabajo, en parques infantiles, en cafeterías, en supermercados, en centros escolares, en medios de transporte… No podemos borrar tanto veneno con un solo chasquido de dedos, ojalá, pero podemos hacer como esa madre y salir de todo ese círculo vicioso, todo lo que nos venga después será mejor sin duda, y lo que es mejor todavía, le estamos enseñando a nuestros hijos cuál es el camino, que no es ninguna retirada ni ninguna cobardía, sino la respuesta más inteligente ante tanta ignorancia. Así, le estaremos dando armas para que, si algún día se ven afectados, sepan cómo actuar y cuál es la mejor opción, la mejor decisión. Poco a poco los acosadores se irán quedando solos y morirán de hambre. Al mismo tiempo, e igual de importante, es que ante cualquier situación, se denuncie, sin ningún miramiento y que la justicia se ocupe.
Bela Fredenand.