La renuncia del procurador Righi coloca en un plano más agudo la crisis política que emergió con el caso de Boudou y Ciccone. Reposo, el nuevo jefe de los fiscales, deberá conseguir los dos tercios del Senado, el próximo escenario de la crisis. Boudou había denunciado a Righi (y al presidente de la Bolsa, Adelmo Gabbi) como lobbista de Boldt, el principal capitalista de juego de la provincia de Buenos Aires -no dijo, en cambio, que uno de los clientes del buffet Righi-Montenegro (el macrista) era José Pedraza. Pero también acusó a Scioli como gestor de Boldt. Con el respaldo de la Presidenta a estas acusaciones, la guerra de las camarillas oficiales ha sido declarada sin disimulos. En las últimas horas, Boudou también impugnó al juez Rafecas, que apenas unas horas antes había sido elogiado por Garré y Verbitsky. El ‘affaire’ Boudou está partiendo al frente oficial en varios pedazos. Mientras tanto, las evidencias de sus vínculos con quienes se apropiaron de Ciccone, en nombre de un fondo de inversión ignoto y con recursos de origen desconocido, no paran de crecer.
Guerra del juego
El ‘relato’ de Boudou reveló una guerra de mafias al interior del gobierno. El “círculo de allegados” a Boudou está integrado por unos aventureros con extensos prontuarios por estafa. En pocos años, todos ellos se transformaron en vecinos de Puerto Madero. En la vereda de los acusadores está el grupo que domina el juego en la provincia, donde los ingresos de bingos y casinos alcanzan los 3.000 millones de dólares por año, el 70% del presupuesto provincial. El caso Ciccone, por el negocio de la impresión de papel moneda, destapa una batalla mayor por el botín del juego, suficientemente grande como para financiar a los clanes de punteros que sirven a comisionistas oficiales de bingos y casinos. En negociaciones previas a la quiebra de Ciccone, sus ex propietarios intentaron abrir una asociación con Cristóbal López (La Nación, 3/4).
Crisis política
El abroquelamiento de la camarilla oficial en torno de Boudou recuerda los días del desastre de Once, cuando los K cerraron filas en torno de Cirigliano. Es que una investigación a fondo de los negociados de los amigos de Boudou, como de sus rivales, podría quebrar el resto de autoridad que le queda al arbitraje kirchnerista. Los ‘poderes’ se edifican sobre el lodo.
Algunos comparan la crisis con el vice actual a la que se vivió con Cobos. Pero el choque con Cobos fue el resultado de la fractura de la “Concertación plural” con la UCR K. En cambio, el derrumbe de Boudou golpea al interior de la camarilla de gobierno; ha dividido al FpV y, por sobre todo, creado nuevas viudas del kirchnerismo. Una salida de Boudou dejaría en la línea sucesoria a la senadora Alperovich, representante de otra camarilla con respaldos empresariales propios e incluso internacionales (el Estado sionista). Golpearía los planes reeleccionistas y reforzaría a Scioli, y al viejo elenco pejotista que se agrupa en su torno. La Cámpora se encuentra ahora, como consecuencia de la posición de CFK, respaldando a un hombre que rechaza y al que vapuleó con volantes en la sesión inaugural del Congreso. Los camporistas, que creían estar envueltos en una lucha de relatos, terminan fagocitados por una guerra de garitos.
Las salidas
La crisis de Boudou pone de manifiesto una desintegración del kirchnerismo, que se combina con un colapso de las finanzas públicas, del régimen de subsidios y de un vaciamiento energético. La incapacidad de las empresas privatizadas de servicios y de los municipios y gobernaciones, para hacer frente al temporal de la semana pasada, es un certificado de defunción para un sistema que ya demostró su derrumbe en la tragedia de Once.
En oposición a los fragotes entre camarillas corruptas, planteamos la estatización de la impresión de billetes y del juego, sin ninguna indemnización -o sea la confiscación de las camarillas. Lo fundamental es que esta nueva experiencia de desfalco económico y político impulse cada vez a más sectores obreros y de la juventud a organizarse en el Partido Obrero y reforzar el Frente de Izquierda anticapitalista.
Marcelo Ramal