La ostricultura, una actividad artesanal desarrollada en la zona desde hace siglos, acaba por rematar este halo de leyenda. Las costas de Arcachon se pueblan de pequeños puertos de pescadores con el genuino encanto de sus tradicionales casas de madera. Las antigua cabañas que en el pasado sirvieron de base de operaciones de los ostricultores en los bancos de arena de la bahía son el pequeño tesoro que disparan la imaginación infantil.
Nosotros tuvimos la suerte de desembarcar en una de estos islas gracias a la hospitalidad de nuestros encantadores amigos franceses. Llegamos al pequeño asentamiento con nuestra tropa de niños dispuestos a revivir las aventuras de los piratas, una tarea francamente sencilla. El paisaje alimentaba el misterio con la magia de su soledad rota por las tímidas olas de la bahía. La isla era el lugar ideal para perderse a voluntad con sus senderos naturales flanqueados por matorrales costeros.
A los mayores nos esperaban los placeres de la cocina con una degustación de las finas ostras del lugar aderezado por un buen vino (llamarme loco, pero yo me resisto a comerlas porque no puedo evitar el desagrado de su pulposo aspecto).
Han pasado varias semanas, pero todavía me acuerdo el lamento de mis hijos, dispuestos a quedarse a vivir en la bella Arcachon. Arrebatos infantiles, sin duda, pero algo de mí también quedó en aquellas marismas verdes. En el recuerdo el aroma a mar y marisco de una bahía de la que surgen infinidad de estacas en las que se desarrollan las ostras. Aunque hemos vuelto, el regreso queda cada vez más cerca!
