Recuerdo que cuando era pequeño, a veces me daba un paseo por los recreativos de mi barrio después de jugar con mi Spectrum en casa. Entrar en ese lugar era como meterse en una máquina del tiempo, y contemplar un escaparate de lo que, con suerte, podía tener en mi hogar en un futuro. Y es que ver juegazos como “Cadillac & Dinosaurs” o “R-Type“, o muebles espectaculares como el de “OutRun” o el de “After Burner” -SEGA siempre ha sido una especialista en este aspecto-, era algo casi mágico.
Con el paso de los años, y a medida que iban saliendo sistemas más potentes, esa frontera se fue haciendo cada vez más estrecha. Por ejemplo, algunos juegos que salieron en Mega Drive como “Rolling Thunder 2” o “Chiki Chiki Boys” eran prácticamente calcados a sus homónimos arcade, y lo mismo puede decirse de las conversiones que salieron en consolas más potentes como Saturn o Dreamcast, ya que de hecho, algunas placas recreativas estaban basadas en estos sistemas domésticos.
Quizás, este fue el principio del fin de los arcades: el momento en el que podíamos disfrutar en casa de títulos de una calidad similar. Al principio, las compañías apostaban por el hardware más puntero para atraer a los jugadores, pero a medida que se fueron abaratando costes, el único recurso que quedaba era utilizar periféricos complejos, pero incluso estos -pistolas, alfombras de baile, instrumentos musicales,…-, han terminado saliendo también en el mercado doméstico.
Como invertir en muebles cada vez más elaborados era bastante arriesgado, poco a poco hemos ido viendo el declive de este negocio, hasta tal punto de que las últimas recreativas se basan en componentes de un PC convencional. Después de ver la reciente noticia de que habían hackeado la placa Taito Type X2 -que da vida a juegos como “The King of Fighters XII“, o los “Blaz Blue“-, sentí como se había perdido la poca magia que les quedaba a los arcades. ¿Volveremos a ver un resurgir de estas máquinas, o sólo les queda Japón como último refugio?