Revista Psicología

La mala educación

Por Jcarlosbarajas @kurtgoedel2000
La mala educación
Mi amigo Zenón es tan sabio y filósofo como su tocayo el de Elea – presocrático -, o el de Citio – estoico -, o el de Sidón – epicúreo –, o el de Tarso – estoico también-, todos ellos filósofos famosos y de mucho fundamento. Quizás, dada su inclinación a la buena vida, al buen vino y a la buena mesa, le encuentre un poco más lejos de Zenón de Verona, santo de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, al parecer muy dado al sermón y la vida ascética y yo no veo a mi amigo por esa senda.
Pues Zenón, Zenón de Plasencia, dice que tanto para ser padre como para ser presidente del Gobierno no hay estudios previos y, claro, así salen las cosas después. Y sólo hay que remitirse a los hechos para tener que darle la razón. Padres y presidentes van siempre por detrás de los problemas, aunque a los primeros se les reconocen las buenas intenciones y, a los segundos, tan sólo se les suponen. Y últimamente además es mucho suponer.
Lo cierto es que es muy difícil ser un buen padre, es muy complicado acertar siempre con la solución a las necesidades de nuestros hijos y aprendes el oficio sobre la marcha, envueltos en un mar de dudas, procurando darles todo el amor del que eres capaz y sin saber si lo que prohíbes está bien prohibido o en lo que cedes está bien cedido porque la respuesta sólo te la dará el tiempo. Los niños vienen sin manual de instrucciones, por muchos libros sobre educación que leas ninguno tiene en el título el nombre de tu hijo.
Hace unos días tuve que consolar a mi hijo mayor porque después de mucho preparar el examen de selectividad, unos fallos tontos, de esos que sumas 15 en vez de restar 15, o que das el resultado en centímetros cuando te decían que había que darlo en metros, le hacían peligrar la nota que le permitiría entrar en la carrera y en la universidad en las que él desea estudiar. Tanto trabajo y unos fallos tontos le llevaban a la amargura.
Al mismo tiempo, me sentía orgulloso de él porque demostraba que los valores en los que su madre y yo le hemos educado – la creencia  en el trabajo personal, en la bondad de la formación y el estudio para alcanzar tus metas, en la decencia, en las buenas costumbres, en la moderación, en la cultura del deporte – estaban presentes en él. Perfectamente asimilados y tomados como propios.
Pero luego durante la noche, en esa vigilia previa al sueño, mientras miraba la hora pulsante que el proyector láser de mi despertador dibuja en el techo de mi habitación - para horror de mis noches de insomnio -, me pregunté, ¿pero realmente hemos educado bien a nuestros hijos para los tiempos que corren?. ¿O simplemente hemos hecho lo fácil?, educarle según los estándares en los que nos educaron a nosotros, normas que pertenecían a una sociedad que parece que ha dejado de existir.
Y entonces, inevitablemente, empecé a pensar en las noticias nuestras de cada día. Un jefe del Estado que se va a cazar unos simpáticos bichos al otro lado del mundo - a un sitio que no sé identificar en el mapa-  mientras el país se cae a cachos. Un partido en el Gobierno que hace todo lo contrario que dijo que haría, a pesar de lo poco que dijo que haría para no tener que hacer lo contrario. Un partido en la oposición que propone medidas que no se atrevió a proponer cuando estaba en el Gobierno. Un ministro al que no le importa que se caiga España si con ello entra en el Gobierno, que él ya levantará el país cuando toque. Un presidente de la Justicia que se paga estancias en Marbella con dinero público. Un exdirector del FMI, que luego no es capaz de gestionar un banco, éste se desmorona, los pequeños accionistas pierden sus inversiones, los ciudadanos debemos rescatarlo con nuestro dinero en vez de pagar educación y sanidad que es lo que nos interesa y que son las cosas que vamos perdiendo sin prisas pero sin pausas. Y la lista es interminable, simplemente me limito a contar las últimas andanzas de nuestros dirigentes.
Pero esto todavía no es lo peor. Lo peor es que no sabes si todos estos representantes privilegiados de nuestra sociedad son un reflejo precisamente de esa sociedad. Si los valores, que todavía se usan como modelos oficiales de comportamiento, ya han sido sustituidos por otros, sus contrarios. Te preguntas, hasta qué punto hay  gente que critica estas actitudes, no por que crea que son comportamientos indecentes, sino porque ellos no pueden hacerlo porque no disponen del poder suficiente. Parece que la letra del tango “Cambalache” es el nuevo código moral.
De siempre se ha dicho que el parámetro con el que la clase trabajadora ha educado a sus hijos ha sido la ética del trabajo; de la clase media, la ética del estudio y la formación para alcanzar una profesión de provecho, y para la clase alta, la conciencia de la propia clase y la flexibilidad en la autoexigencia ética y la rigidez en la exigencia de la ética de los demás. Pero ahora parece que esta última actitud se ha generalizado a todas las clases quizás porque la élite dirigente ha perdido el pudor de enseñar sin ningún recato sus miserias.
Parece que la buena educación para nuestros hijos, para vivir en un ecosistema como el que parece que se está creando, en vez de resaltar los valores tradicionales, hubiera sido el dar codazos para colocarte, buscar premios sin haber realizado ningún esfuerzo personal, incidir en la falta de escrúpulos para pasar por encima de otros, trazar currículos imaginarios y fantásticos, la educación para la conspiración, la hipocresía y el disimulo, el mantenella y no enmendalla, el no reconocer los errores propios y publicar los ajenos, y toda esa retahíla de disciplinas – lo que yo llamo la indecencia - que sirven en el mundo individualista, neoliberal, ultracapitalista y globalizado que les estamos dejando a nuestros jóvenes. ¿No sería mejor crear un ciudadano a medio camino entre Terminator y un broker de la bolsa del estilo de la película “Wall Street”?. ¿Es esa la mala o la buena educación?.
En este punto de mis pensamientos miré al techo, y la proyección de la hora indicaba que ya hacía tiempo que debía de estar durmiendo en vez de filosofar, que a la mañana siguiente iba a estar hecho polvo y que, o cambiaba de discurso, o no dormiría en toda la noche.
Pensé entonces en el atasco que me chuparía a la mañana siguiente. “No si hoy no te duermes Juan Carlos” – me dije -. Me acordé de los que no pueden soportar el atasco y avanzan por el arcén cuando a la Guardia Civil no se la ve por los alrededores. Primero uno, que acelera porque sabe que está haciendo mal y quiere reducir el tiempo de exposición al peligro de que le pillen pero, con esa maniobra, no hace sino aumentar el peligro de accidente. A éstos les suelen seguir los de “si este lo hace porque no yo” y unos cuantos más avanzan por el arcén. A veces la Guardia Civil si que está y los va deteniendo y tu exclamas, ¡viva la Benemérita!, y sientes que el día comienza bien.
Pero lo importante es que la mayoría nos quedamos, no salimos al arcén. La mayoría entendemos que si todos vamos por el arcén, por el camino fácil e ilegal, la vamos a armar, el atasco no va a tener ninguna solución. En el ámbito de lo social pasa lo mismo, la mayoría no vamos por el arcén, de eso se valen los listos, pero precisamente por eso – porque la mayoría no lo hacemos - todavía tenemos algo asimilable a una sociedad y no vivimos en un estado de naturaleza.
Esto pasa, en mayor o menor grado, en todos los órdenes de la vida, pero si nos centramos en la política, la mayoría deberíamos imponer nuestra ética en el atasco social y enviar a casa a los que van por el arcén, con nuestro voto por ejemplo. No podemos consentir que los políticos corruptos o incompetentes se revaliden en sus cargos después de unas elecciones sean del partido que sean. Es imperdonable.
Pero el voto no es la única herramienta de la que disponemos, está la educación. La persona educada es mucho más difícil de manipular y engañar. La persona educada respeta más los derechos de los demás, es más consciente de sus deberes y exige sus derechos con mucho más fundamento. ¿Por qué si no, la educación obligatoria, pública y gratuita ha tenido tantos enemigos a lo largo de la historia?.
Así que, aún contando con todas nuestras equivocaciones y limitaciones, eduquemos a nuestros hijos como personas y ciudadanos decentes y no como macarras, prediquemos con el ejemplo como ciudadanos y no como epsilones descerebrados, enseñemos a nuestros hijos a pensar por sí mismos, a decir “no” y “basta” cuando es necesario y ser solidarios y arrimar el hombro cuando es justo hacerlo. Al final estoy convencido, son ya las tres de la mañana y quiero dormir, ésa es la buena educación. Probablemente les expongamos al cabreo de  que contemplen a más de uno yendo por el arcén, pero son más fuertes de lo que pensamos, y exigirán. Exigirán honestidad. Algo que debemos a empezar a hacer nosotros, porque el arcén se nos está llenando de listos.
Al final, por fin, concilié el sueño.
Juan Carlos Barajas Martínez
A mi amigo Zenón, sabio, profesional y maestro de varias generaciones de informáticos, una de las personas de las que he aprendido más – en la profesión y en la vida -  y un español universal que ha llevado el prestigio de nuestro país hasta los rincones más insospechados de nuestro planeta
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