El lunes se me antojaba cargado de estrenos que he visto este fin de semana: ayer mismo, La fiesta de las salchichas, una suculenta y húmeda grosería que me hizo pasar un buen rato. También cayeron Inferno y Un monstruo viene a verme. La primera, pse; y de la segunda ya os contaré algo, porque el descaro facilón y hasta inmoral de Bayona no debe quedar impune. Pero la verdad es que después de volver a ver una película como La maldición de las brujas, me resultó imposible dejar pasar la oportunidad de recordarla.
Os pongo en situación. La maldición de las brujas se estrenó en 1990, dirigida por Nicolas Roeg, basada en una novela de Roald Dahl y que entre sus caras más famosas contaba con Anjelica Huston y Rowan Atkinson. Puede que aún sigáis sin saber de qué te hablo. Pero si recordáis ciertos momentos de la película tal vez os venga a la memoria: la transformación de Anjelica Huston en la reina de las brujas; una metamorfosis grotesca y horripilante que se codea con el cambio de hombre a hombre lobo de Un hombre lobo americano en Londres como uno de los cambios de persona a monstruo más inolvidables de la historia del cine.
Pero el filme brilla con luz propia por muchos elementos más. Como no podía ser de otra manera para una cinta basada en una novela de Dahl (como Charlie y la fábrica de chocolate), en La maldición de las brujas conviven la inocencia infantil con el reverso oscuro del mundo adulto, esta vez encarnado en un ejército de brujas calvas y verrugosas que da mucha grima. Es asombroso comprobar que una película que se cataloga como cine familiar logre amedrentar, con una mezcla de impresiones estéticas tan dulces como tétricas (y hasta nauseabundas), la calma de los espíritus, aunque uno salga airoso del desencuentro casi al instante consolándose con una justificación ad hoc: "Si es para niños".
Cierto que La maldición de las brujas no ofrece un acabado técnico, histriónico o narrativo que la convierta en una pieza maestra o siquiera en un filme sobresaliente, pero es un ejercicio sobrio y sincero, sin ambiciones, cuyos signos se mueven en los recursos habituales del cine familiar de fantasía (reminiscencias sensitivas de Dentro del laberinto, Legend o, incluso, de La historia interminable te asaltarán). Y es su sinceridad la que la torna en una producción digna de ser recordada. Su sinceridad y su esfuerzo en ir al grano y no perderse por caminos que no llevan ni a Roma.
Su arranque te atrapa desde el principio, con la historia de la niña atrapada en el cuadro (otro achuche a tu memoria) y la presencia intimidatoria de unas brujas que, pese a su retrato infantilizado, muestran buenas dotes en colocarte un poco de inquietud en el pensamiento. Una inquietud bastante difícil de encontrar, por otro lado. Yo la cacé en el canal TCM y la grabé, pero el olvido de esta obra es tal que ni siquiera en una tienda especializada en encontrar cintas olvidadas (una a la que acude gente como Santiago Segura o Paco Plaza a surtirse de rarezas) supieron algo de ella cuando les pregunté hace unos meses.
La maldición de las brujas, ahora que se acerca Halloween, es ideal para verla con vuestros hijos y otros seres queridos en la sobremesa. He dicho.