Revista Libros
A menudo encontramos nuestro
destino por los caminos
que tomamos para evitarlo.
Jean de la Fontaine
Para colmo de males, otra sombra se añadía a la desgracia del Conde de Winslow.Todos sus antepasados habían conseguido traer al mundo a un heredero antes de caer en la terrible maldición.Herederos que habían continuado la estirpe de los Winslow, cuidados y educados por parientes lejanos o tutores legales hasta la mayoría de edad, en la que tomaron posesión de su título y tierras.Sin embargo Leonor no había conseguido quedarse en estado, de modo que de cumplirse la maldición el linaje de los Winslow tocaría a su fin.
Con este y otros sombríos pensamientos el joven Conde observaba tras el ventanal de la biblioteca como su inocente esposa—ella ignoraba todo lo relacionado con la maldición—jugaba en el patio como una niña con sus damas de compañía.Contemplándola tan hermosa, tan llena de vida, tan ajena a cualquier atisbo de sombra en su vida, el Conde no podía evitar recordar aquella frase que ella siempre le repetía en sus momentos más íntimos:
—Para siempre, estaremos juntos para siempre, mi amado.
Le resultaba inconcebible hacer daño a ese ser que tanto amaba, sólo de imaginarlo conseguía ponerse enfermo.Sumido como estaba en tan amargas tribulaciones, no advirtió la presencia a su espalda de Tarik, su mayordomo y hombre de confianza, quien al verlo tan preocupado se atrevió a entrar en la estancia sin pedir permiso y a hablar con franqueza a su amo.
—Con todos los respetos, señor, creo que se puede luchar contra el destino—.Dijo con voz débil pero dócil.
—Mi querido y fiel Tarik, ¿crees en serio que se puede cambiar lo escrito?
—El futuro es un libro en blanco esperando que nosotros escribamos en él con pluma firme.—El Conde sonrió amargamente ante la aseveración de su sirviente.
—¿Qué tenéis pensado?—Preguntó con lejana curiosidad.
—¿ Confiáis en mi?—El Conde asintió con franqueza—Entonces dejadme hacer y os prometo que veréis muchas lunas junto a vuestra esposa.
De este modo Tarik dispuso de libertad absoluta y se puso en marcha de inmediato; Ordenó a todo el personal de servicio que el día funestamente fijado se tomara el día libre, luego hizo llegar al castillo a diez de los hombres más rudos y fuertes del pueblo y se hizo proveer de las más gruesas cadenas y los candados más inexpugnables.Rogó al Conde que se dispusiera a pasar la noche en la biblioteca, cerrada la puerta con las cadenas, los candados, y dos grandes barras de madera puestas en cruz.Dos de los hombres harían guardia en la puerta armados con hachas y lanzas y con la orden explícita de no hacer caso a los ruegos y súplicas del Conde por más que amenazara, rugiera o maldiciera.
Del mismo modo quedaría sellada y vigilada la puerta de la alcoba de Leonor, quien, pese a no entender el motivo de aquellas extrañas precauciones precisamente la víspera de su cumpleaños, cedió ante las tranquilizadoras y fingidas palabras de su amado.
Dos hombres vigilaban la puerta de entrada al castillo, dos más la trasera y los dos restantes los patios interiores.
En estas circunstancias el Conde esperó que el reloj dejara caer cual guadaña su manecilla en la hora terrible que anunciaba el cambio de fecha.Tarik había sido previsor y teniendo en cuenta que la noche sería larga había colocado en la mesa una bandeja con algunos alimentos y una botella de delicioso Oporto.El Conde apenas tocó la comida pero dio buena cuenta del vino.Entre trago y trago pensamientos oscuros y amargas y diabólicas imágenes fueron poblando su mente, a pesar de la tensión poco a poco fue quedándose dormido.
La luz del sol entrando por la ventana despertó al joven noble de un sueño pegajoso, confuso y profundo.Lo primero que sus doloridos ojos vieron fue su mano empuñando una daga ensangrentada, la tiró al suelo con un alarido que mezclaba rabia, horror e impotencia.Vio que estaba manchado de sangre y se puso en pie de inmediato observando a su alrededor.Contempló con estupor como la puerta estaba abierta, las cadenas y las estacas rotas por una fuerza inimaginable.Bajó como un loco las escaleras que llevaban a la alcoba de Leonor sin encontrar a nadie en su camino, el castillo parecía estar completamente vacío sin rastro de Tarik ni de los hombres a su servicio.Al llegar junto a la puerta de la alcoba de su amada descubrió con tristeza que la puerta había sido echada abajo sin que las precauciones tomadas hubiesen servido de algo.
Entró titubeando y temblando, allí tampoco había nadie lo que le alivió un poco hasta que observó el inmenso charco de sangre que se propagaba por las sábanas de la cama.Derrotado, confuso y asustado se dejó caer en el suelo sollozando.
En ese momento vio a Leonor entrando en la alcoba y soltando una exclamación de alegría se abalanzó sobre ella.
—Mi amor, estas viva, estás viva..—Acertó a balbucear.
—Mi amado, ya te lo dije, estaremos juntos para siempre—Respondió ella abriendo los brazos.
—No funcionó, la maldición no funcionó—Repetía el joven Conde de Winslow abrazándola.
Sin embargo no pudo evitar fijarse en la sangre que teñía de sangre el delicado camisón de su amada, como tampoco en la extremada palidez de su rostro o en la gelidez de la mano que ella posaba en su pecho.
—Funcionó—Susurró Leonor en su oído y el Conde de Winslow se estremeció al reconocer el hediondo aliento de la muerte.