Revista Literatura

La maleta del entrenador

Por Salvaguti
Tras leer el siguiente artículo, me he acordado de un artículo que publiqué hace unos años en El Día de Córdoba.
La trituradora de técnicos
Comoaficionado atemporal y desmedido, desde muy pequeño, los entrenadores de fútbolme han generado sentimientos agridulces y contradictorios. Sentimientos dedifícil conexión, debido a las abismales distancias de sus génesis. Es muydifícil de explicar; por un lado he llegado a sentir rabia cuando heconsiderado que no acertaban con un cambio o con una alineación, y por otra handespertado mi compasión cuando los he visto contra las cuerdas, tras una malaracha del equipo en cuestión. En cualquier caso, a lo largo de los años, hecomprendido que se trata de una profesión a ratos injusta, porque en un soloinstante pierden todo el protagonismo; desmedida, porque habitualmente se lesconsidera, y consideramos, como únicos responsables de todos los males;errante, sin una dirección fija que escribir en el remite de la carta; ygenerosa temporalmente, cuando se está en activo, y en categorías de ciertonivel, ya que el salario es superior a la media del resto de trabajadores. LA MALETA DEL ENTRENADORVivimosen un país con treinta millones de entrenadores, reales, y unos cuantos demiles, con el título oficial bajo el brazo. Tras la mayoría de cada uno denosotros se esconde un entrenador de fútbol, que sacamos a la palestra frente ala pantalla del televisor, en el estadio o en los desayunos. Todos nossuponemos con el suficiente aval y experiencia –y me refiero a lasinterminables horas que hemos ejercido de espectadores-, para emitir un juicioo apreciación, o, simplemente, nuestra disconformidad. La mayoría de nosotrosno nos atreveríamos a discutir las decisiones de un abogado, de un médico o deun arquitecto, y sin embargo, al entrenador de fútbol siempre lo tenemos en elpunto de mira, y no le perdonamos ni la mínima. Cada partido, cada cambio, cadarectificación o declaración, es un duro examen a superar. El entrenador que lasemana pasada nos pareció maravilloso, vanguardista y modélico, a la semanasiguiente –y si el Sevilla te mete cuatro, por ejemplo-, puedes llegar a aborrecerloy desearle el más inminente y duro de los castigos. Seríamos felices viéndolodefenestrado, en la cola de la Oficina de Empleo. Entonces, en plenaofuscación, no nos acordamos de las familias de los entrenadores, de sussentimientos y demás circunstancias personales. Lamaleta de los entrenadores, como es de suponer, requeriría de toda una novela–o tratado-. Maletas errantes y trabajadas, mil veces engordadas y vaciadas. Maletasdescosidas por el uso o el maltrato, maletas como únicas compañeras en losmomentos más difíciles. Imagino a la sufrida maleta, escuchando las apenadasconversaciones de su propietario con los familiares lejanos, padeciendo lassoledades de las frías habitaciones de los hoteles. Imagino a la maleta delentrenador contemplando el resumen del partido en la televisión, viendo lospañuelos en las gradas, las declaraciones amenazantes de los directivos, lascríticas de los comentaristas. También puedo imaginar, por otra parte, a unamaleta incómoda, deseosa de malos resultados, suplicando el cese, ya que notermina de adaptarse al clima, a la habitación o a las vistas de la ciudadocasional en la que reside. Hansido muchos los entrenadores, y sus maletas, que han desfilado por nuestraciudad en los últimos años. Los hemos tenido de todas las procedencias y tamaños;artesanales en sus planteamientos, complicados en sus galimatías sin resolver;existencialistas en su propia supervivencia; prácticos, reservados y siempre,todos, perecederos –como yogures que se agrian antes de lo indicado por lafecha de caducidad-. A ninguno de ellos los hemos dejado plantar raíces ennuestra tierra, ni tan siquiera se han visto obligados a cambiar de maleta. Lamayoría de ellos se fueron con la misma que llegaron.

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