Revista Cultura y Ocio

La mañana es la juventud del día, Arthur Schopenhauer

Publicado el 09 mayo 2023 por Kim Nguyen

Los objetos de nuestra meditación, cuando conciernen a nuestros propios intereses, toman fácilmente, por la noche, una apariencia amenazadora y se hacen espantables; en este momento la fatiga ha envuelto al espíritu y al juicio en una oscuridad subjetiva, el intelecto es debilitado y turbado, y nada puede examinar a fondo. Esto ocurre ordinariamente de noche y acostado; el juicio no tiene ya su pleno poder de actuación, pero la imaginación es aún activa. La noche presta entonces a todo ser y a toda cosa un tinte oscuro. Así, nuestros pensamientos en el momento de dormirnos o cuando nos despertamos a media noche, nos hacen ver los objetos desfigurados y desnaturalizados como en sueños; los veremos tanto más negros y terroríficos cuanto más de cerca toquen a circunstancias personales. A la mañana esos fantasmas desaparecen del mismo modo que los ensueños; esto es lo que significa el proverbio español: «Noche tinta, blanco el día». Pero por la noche, una vez la bujía encendida, la razón, lo mismo que el ojo, ve menos claro que durante el día; así, este momento no es favorable a las meditaciones sobre asuntos serios y principalmente sobre asuntos desagradables. Es la mañana la ocasión favorable a esto, como en general, para todo trabajo sin excepción, ya sea intelectual o físico. Porque la mañana es la juventud del día; todo en ella es alegre, fresco y fácil; nos sentimos vigorosos y disponemos de todas nuestras facultades. No se la debe abreviar levantándose tarde ni malgastarla en ocupaciones o conversaciones vulgares; por lo contrario, hay que considerarla como la quinta esencia de la vida, y, por decirlo así, como algo sagrado. En cambio, la tarde es la vejez del día; estamos en ella abatidos, aturdidos y pesados. Cada día es una vida pequeña, cada despertar un nacimiento, cada enseñanza una juventud, cada noche de sueño una muerte.

Pero, de una manera general el estado de salud, el sueño, la alimentación, la temperatura, el buen o el mal tiempo, el medio y otras muchas condiciones exteriores, influyen considerablemente sobre nuestra disposición y ésta, a su vez, sobre nuestros pensamientos. De aquí nace que nuestra manera de ver las cosas, así como nuestra aptitud para producir alguna obra, esté tan subordinada al tiempo y aun al lugar. Goethe dice:

Aprovechad las buenas disposiciones,
porque rara vez se presentan.

Arthur Schopenhauer
«Parénesis y máximas»

Parerga y Paralipomena. Escritos filosóficos menores
Traducción: Antonio Zozaya
Editorial Ágora

***

Claro y agradable estaba el cielo, perfumado el aire, y hermoso el aspecto de todas las cosas en torno, cuando el señor Pickwick se inclinó sobre la balaustrada del puente de Rochester, contemplando la Naturaleza y esperando la hora del desayuno. La escena, en efecto, podía muy bien haber hechizado una mente mucho menos reflexiva que aquella ante la cual se presentaba.

A la izquierda del espectador quedaba la muralla ruinosa, rota en muchos puntos, y en algunos, dominando la estrecha ribera con sus rudas y pesadas masas. Grandes matas de hierbajos pendían entre las medallas y puntiagudas piedras, temblando a cada soplo del viento, y la verde hiedra trepaba lúgubremente en torno a las almenas sombrías y derruidas. Tras de éstas se elevaba el viejo castillo, con sus torres sin tejados y sus macisas paredes desmigajándose, pero hablándonos orgullosamente de su antiguo poder y fuerza, cuando, setecientos años antes, resonaba con el entrechocar de las armas o retumbaba con el ruido de los festines y orgías. A un lado o a otro, las riberas de Medway, cubiertas de campos de trigo y pastos, con algún molino de viento acá y allá, o una iglesia lejana, se extendían en todo lo que alcazaba la mirada, presentando un país rico y variado, embellecido aún por las sombras cambiantes que pasaban rápidamente sobre él al alejarse y deshacerse las leves nubes a medio formar, bajo la luz del sol mañanero. El río, reflejando el claro azul del cielo, brillaba y resplandecía en su corriente sin ruido; y los remos de los pescadores se sumergían en el agua con un ruido claro y límpido, mientras sus barcas, pesadas pero pintorescas, se deslizaban lentamente río abajo.

El señor Pickwick fue despertado del agradable ensueño a que le habían llevado las cosas que le rodeaban, al oír un profundo suspiro y sentir un toque en el hombro. Se volvió: a su lado estaba el hombre funesto.

– ¿Contemplando la escena? – preguntó el hombre funesto.
– Eso hacía – dijo el señor Pickwick.
– ¿Y felicitándose por haberse levantado tan pronto?
El señor Pickwick asintió con la cabeza.
– ¡Ah, la gente necesita levantarse pronto para ver el sol en su esplendor, pues es raro que su claridad dure todo el día! La mañana del día y la mañana de la vida se parecen demasiado.
– Tiene usted razón – dijo el señor Pickwick.

Charles Dickens
Los documentos póstumos del club Pickwick
Traducción: José María Valverde Pacheco
Editorial Austral


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