La mancha
14 noviembre 2013 por matthewfragel
Era una época de sueño alborotado. Unas veces me arrastraba legañoso al salir de la cama y otras mataba la madrugada contando las piezas de la araña de cristal.
Igual ya no te acuerdas, pero en la oficina se mascaba un despido y trasnochábamos hablando de lo que pasaría si fuera yo. Me reñías por preocuparme, pero estaba convencido de tener todas las papeletas. Cuando por fin apagábamos la luz tú te enroscabas rendida al instante siguiente y yo sufría imaginando la cara del jefe al darme la noticia. Como si le importara, al muy cabrón.
En uno de esos amaneceres de noviembre abriste los ojos de repente, cinco minutos antes de que sonara el despertador. Y me pillaste con la mirada clavada en la puerta del baño.
- Hay una mancha de yeso.
- ¿Pero qué dices?
- Ahí. En la parte de arriba del marco. ¿Ves? Una mancha grande y grumosa y luego una ristra de puntitos blancos a la derecha.
- Bah, menuda chorrada. Me voy a la ducha.
Pasé unas cuantas semanas sin poder pensar en otra cosa. Me obsesionaba no tener una escalera para alcanzarla. Gastaba horas decidiendo si sería mejor atacarla con el rascavidrios o con un paño untado de disolvente. Y con las primeras luces ahí la descubría de nuevo. Grotesca. Desafiante. Si acaso algo más hinchada.
Poco a poco su memoria se me fue desbaratando. Salió de mí en una huida discreta y lenta, que acabó no sé muy bien cuándo. Un día anónimo de enero ya no la pensé más.
Hoy sigue ahí, pero ya no la miro. Le doy la espalda porque tengo los ojos soldados a tu lado de la cama. Me asombra que las sábanas respeten todavía la huella de tu silueta enroscada y sibilante. El trabajo lo salvé. El matrimonio no.