Revista Cultura y Ocio
Ocurre en ocasiones (en contadísimas ocasiones) que un libro llega a convertirse en una especie de resumen, condensación o aleph de todas las obras anteriores de su autor. Y en ese instante y en ese volumen hay que detenerse para reflexionar, porque sin duda la ocasión lo merece. Es lo que ocurre en la novela La mano de Midas, que el madrileño Antonio Parra Sanz acaba de editar en el sello Amarante, con una atinadísima portada de Salvador Martínez Pérez. Y muchas son las hipótesis y preguntas que pueden formularse al hilo de esa circunstancia excepcional: ¿se trata de la obra culminante de la carrera de Antonio Parra Sanz? ¿Se trata tal vez de un punto de inflexión? ¿Qué pretende el novelista con esa mixtura de elementos anteriores: lanzar un guiño a sus fieles, consolidar nexos entre sus diferentes producciones para vertebrar un todo narrativo, fijar su universo novelístico para construir sobre él nuevos edificios en los años venideros? El tiempo, como siempre, nos facilitará la respuesta.En las páginas de esta inteligente y fluida novela negra, el versátil escritor madrileño desplaza la ambientación a la ciudad de Cartagena, en la que encontramos a los tres miembros de su singular agencia de detectives: el descomunal Galindo (que aprovecha la estancia en un hotel de La Manga del Mar Menor para someterse a un “estricto” régimen de adelgazamiento), su secretaria Caridad (que por fin parece haber visto reconocido su estatus de amante del jefe, después de años de disimulos y clandestinidades) y, sobre todo, Sergio Gomes, el hombre atribulado que sigue añorando a su mujer (Paulita), que no puede quitarse de la cabeza a la austríaca que irrumpió en su vida hace ya algún tiempo (puede verse la novela Ojos de fuego, del mismo autor, para los detalles) y que, por sorpresa, conocerá a dos nuevas mujeres que gravitarán sobre su espíritu de un modo turbador: la forense Silvia Férez y una prostituta a la que conocen como La Karenina. ¿Y cuál es el caso para el que contratan los servicios de Gomes? Pues uno tan aparentemente trivial como posteriormente enrevesado: la muerte de Benjamín Blaya, masajista y dueño de un gimnasio. La versión oficial habla de accidente o de suicidio, pero sus familiares opinan que la verdad es otra... Escarbando, Gomes se encontrará con todo tipo de sorpresas, que salpicarán a los personajes más variopintos: menudeo de drogas, tráfico de reliquias arqueológicas, infidelidades matrimoniales, venganzas a varias bandas, ucranianos violentos, exboxeadores enamorados, echadoras de cartas...Y, lo más importante, un novelista en estado de gracia que nos cuenta su historia con constantes aciertos literarios (“Un BMW metalizado casi hasta la ceguera”), con extraordinaria solvencia arquitectónica, con fórmulas donde condensa interesantes reflexiones sobre la vida (“Tal vez el valor no consista más que en la insensatez de evadirse del peligro pensando cosas ridículas”), con capítulos de gran fuerza narrativa e, incluso, con una sorpresa final que nadie (o casi nadie) será capaz de prever, y que dará un vuelco a la obra.
En un instante de la narración (p.112) nos habla Antonio Parra Sanz de las rotondas y nos dice que en ellas “nunca sé quién tiene que ceder el paso a quién”. Una cosa está clarísima para mí: hoy por hoy, el escritor madrileño no tiene que cederle el paso a nadie, novelísticamente hablando. Se ha ganado a pulso el lugar donde se encuentra. Y lo que está por venir, que me atrevo a vaticinar que no será poco. No olviden el nombre de Antonio Parra Sanz: les acabará sonando con gran fuerza en los próximos años.