Jericho Hills es una pequeña comunidad fundada por un grupo de fundamentalistas protestantes con la esperanza de establecer en el Nuevo Mundo un lugar donde vivir siguiendo las leyes de Dios.
Con la fiebre del oro, la tranquila población de frontera se acabó por convertir en un nido de víboras. Mineros, buscavidas, prostitutas y jugadores han ido cambiando la estampa de la ciudad lentamente.
Frankie Hollyday es un viejo jugador y un pistolero que acude a Jericho Hills para participar en un torneo de póquer y, de paso, visitar a una vieja amiga, Jolie, la dueña del Pearl.
Será entonces cuando, en medio de la agitación del torneo, algo inesperado suceda. El Ojo del Muerto brillará sobre Jericho Hills, sumiéndola en las tinieblas.
Estamos de enhorabuena: Pulpture amplía su catálogo de Dime Novels y lo hace con una Coleccion Western de la cual La mano del muerto es el primer número, esperemos que de muchos. La responsabilidad de inaugurar la colección ha recaído en Jaume Vicent, un viejo conocido de la editorial, de quien ya vimos en su día Blackwood: Piel y huesos.
La mano del muerto produce la sensación de tener en las manos un viejo y entrañable bolsilibro de Bruguera, tanto por su edición ─un librito de 17x10,5cm. con 99 páginas─ como por el ritmo trepidante y el tono narrativo, que ofrece una historia ligera, lineal y repleta de acción con el claro objetivo de entretener.
La narración de Jaume Vicent se puede etiquetar dentro del weird west, por combinar una ambientación western con elementos sobrenaturales, en este caso una plaga de zombis. La mano del muerto, que transcurre durante un torneo de póker ─un recurso argumental acertado, pues permite que el escenario esté bien concurrido de «extras» durante los acontecimientos─ en una ciudad de la Frontera que podría ser un trasunto perfecto de la célebre Deadwood, tiene un desarrollo muy cinematográfico y, desde la presentación de este ingrediente weird, desde el momento que sabemos que algo no va bien, la acción se dispara y su ritmo va en aumento, sin detenerse hasta el punto final.
Varios son los materiales con los que parece construido La mano del muerto. Las vaqueradas españolas de Marcial Lafuente Estefanía, Curtis Garland, Silver Kane..., en el ritmo narrativo y en el tono, aunque aquellas fuesen más limpias, más blanditas. El spaghetti western, con su cochambre, su mugre, sus personajes antiheróicos y sus killcounts desaforados, sin faltar la ametralladora Gatling, por supuesto. La serie Deadwood, con su ambientación oscura y su sordidez, y su idea de ciudad de perdición. Las historias de ciudades sitiadas por zombis o vampiros, como Treinta días de noche. O El pistolero, el primer volumen de La torre oscura de Stephen King, con el tiroteo de Roland y los mutantes en el pueblo de Tull. Incluso el nombre de la ciudad parece homenajear a la batalla de Jericho Hill, crucial para el universo de la saga.
Puede decirse que el ritmo y la atmósfera son los puntos clave de la novela de Jaume Vicent. Como dime novel, condicionada por su extensión, no se detiene en detalles y hace que todo se suceda a gran velocidad. Los personajes quedan definidos por unas pocas líneas maestras, igual que los escenarios, y los pasajes de acción se agolpan sin dejar más descanso que el necesario para no saturar al lector. Lo importante es la sensación general de agobio, de oscuridad y de caos, de una ciudad en la que todos luchan por sus vidas contra un terror que no comprenden y que ha caído sobre ellos de repente.
La mano del muerto es una novela muy violenta y deja escenas muy escabrosas, entre las que destaca la de la iglesia, precedida por un momento álgido para el reverendo ─golpeando muertos vivientes con un crucifijo enjoyado─, irreverente y rebosante de humor negro. Desmembramientos, decapitaciones, evisceraciones, heridas de bala, cabezas destrozadas a palazos, necrofilia, gangrenas... el autor se recrea en el gore, lo que resulta delicioso para los amantes del terror más físico y pringoso. Algo que colabora también a la atmósfera de suciedad que transmite el conjunto de la obra.
Con apenas 99 páginas y con su sencillez estructural ─el formato no permite tampoco muchas complejidades narrativas─, no es una novela de personajes. El protagonista, Frankie Holliday, es un héroe accidental, un personaje vehicular con el que no se llega a empatizar, porque no es esa su función. Lo importante es que sirva de soporte a la acción, y que tengamos a los diferentes tipos de este tipo de historias: el pistolero, el tahúr, el buscavidas, la prostituta de buen corazón, el sheriff... y que disfrutemos de un par de giros argumentales, de un final que no es del todo como esperábamos y de escenas impactantes como la citada de la iglesia o la persecución en la diligencia acorazada ─como la del remake de El tren de las 3:10 a Yuma─, que podría figurar en el mejor spaghetti western de Sergio Corbucci.
Jaume Vicent y Pulpture logran lo que se proponían ─y que el autor declara en el prefacio─, que era entretener. Ahora lo que queremos es que la Colección Western tenga continuidad, con o sin componente weird, y seguir disfrutando de historias del Oeste emocionantes, expeditivas y divertidas como esta.
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