Carola Chávez.
¡Oh, extraños defensores de la mano invisible! Uno no los termina de entender. Resulta que el Estado no debe meter sus narices en los asuntos del mercado, que la mano invisible se encargará del equilibro, extraño equilibrio siempre inclinado a favorecer a unos minoritarios bolsillos que, una vez saturados dejarían -siempre en condicional- gotear alguna cosita para que se la repartan las mayorías. Así rezan sus sagradas escrituras y así pretenden que nos las traguemos, sin pataleo, llenando aquellos bolsillos ajenos con afán, porque mientras más afanoso en el trabajo seas, aumentarían las probabilidades de que gotee alguito y te caiga. Ten fe, que la mano invisible te ama.
Uno defiende la libertad de culto de cada quién, siempre y cuando no te toquen el culo y, señoras y señores, la mano invisible nos lo está tocando.
Resulta que para que la mano invisible pueda hacer lo suyo, digamos con la cerveza, el Estado que no se debe meter, tiene que meterle un dineral en el bolsillo al empresario productor de la espumosa bebida, so pena de que se acabe, no solo la cerveza sino también el goteo. Así, con sus caras tan lavadas, lo afirman los defensores de la libre empresa, cuya libertad consiste en hacer lo que les da la gana, eso sí, siempre pegados a la teta del Estado.
Comunicados y reportajes en los medios privados auguran días de sed que afectarían a todo el sector licorero, prioritario para cualquier país, que se vería obligado a dejar sin empleo a miles de trabajadores que, de paso, ya no podrían refrescar su pobreza, comprando con su parte del goteo su ración de rubias aguadas. El ciclo del agua -amarilla- interrumpido.
Pero el mercado es una vaina: ahí donde haya un espacio, habrá siempre quien lo ocupe. Eso lo deberían saber estos señores que en su arrogancia olvidan hasta las leyes más simples del sistema que defienden.
Es así como otra cervecera, siempre machucada por la aplastante omnipresencia monopolizante de la que hoy amenaza con cerrar el chorro demasiado, viendo una ventana, ¡qué ventana ni ocho cuartos!, un gigantesco ventanal de posibilidades, anuncia en los mismos medios que ellos se harán cargo de abastacer la demanda, agarrando ese mango bajito que le puso la competencia.
Son sus reglas en las que ellos se empantanan. Así le pasó al Mc Donald’s con su reciente drama de la papas fritas, aquel que hizo titulares en el mundo entero para ilustrar la crisis alimentaria que carcome a Venezuela. ¡Oh, my God, un país sin papitas fritas de anime! Venezolanos obligados a comer yuca con su combo de Big Mac, culpemaduro, hasta que con un simple tuit, Burger King movió su pieza en este ajedréz canibal: “Nosotros sí tenemos papitas”. Entonces se hizo el silencio.
Cosas de nuestros empresarios parasitarios, que no se atienen ni siquiera a las reglas del juego que nos quieren imponer. Ellos mismos, los que pretenden, como sea, volver a gobernar el país. ¿Te, queremos Pedro? Sí, Luís…