Hola a todos mis queridos lectores. Ante todo quiero dar las gracias a los que cada vez que publico un artículo, se toman el tiempo de leerlo, y darle un like. Hoy vengo con un relato que escribí para Halloween. Es un relato que me encanta y tal es así, que incluso creé un video para YouTube a modo de mini “película”. Pero no me enrollo más y pasemos con “La mansión de los espíritus.
LA MANSIÓN DE LOS ESPÍRITUS
Bienvenidos todos a este lugar tan singular. Estamos en Villa Brujas, un pueblito a las afueras de Madrid. Como su nombre indica, aquí adoramos la época de Halloween, una de las celebraciones más divertidas y escalofriantes del año. Y como es lógico, adornamos la villa como si de una ciudad de espanto se tratase. No falta ningún detalle. Los espantapájaros y calabazas enmarcan la fachada de cada morada. Los habitantes lucimos nuestras mejores y más espeluznantes galas. Tal es lo llamativo del lugar, que ha sido nombrado como La Ciudad del Terror.
Son innumerables los turistas que cada año se acercan a Villa Brujas. Algunos animados por la fiesta en sí y otros por simple curiosidad. Sin embargo, lo que muchos no sabéis, es que este pueblito esconde una terrible historia. ¿Os quedáis conmigo para descubrirla?
Hace unos años, ocurrió un suceso que marcó el destino de una familia. Los Robbins eran muy conocidos por la enorme mansión que poseían. Y como no, aquella casona se vestía de gala cada noche de Halloween.
Esta familia era ya de por sí peculiar. Estaba compuesta por cuatro miembros. El Sr Parry Robbins era un hombre de complexión delgada. Su rostro pálido marcaba sus afiladas facciones. Su mujer, la Sra Eleonor Robbins, tenía una belleza extraordinaria. Sus dos hijos, Croddy y Elizabeth, eran la adoración de sus padres. La niña, parecida a su madre, lucía unos largos cabellos rubios con pequeños rizos. El más pequeño de la familia en cambio, era bajito y rechoncho.
Aquel Halloween, los Robins estaban ya ataviados con sus galas dispuestos a disfrutar de la fiesta. Croddy y Elizabeth pidieron a sus padres adelantarse hacia la plazoleta del pueblo. Sus padres no se negaron.
Los dos hermanos iban distraídos hablando y riendo por el camino. Croddy vestía un traje de calavera. Elizabeth en cambio, había decidido vestirse de fantasma. Vistos así, los dos se veían cual espectros vivientes. Llegaron ante un ancho sendero. Elizabeth dudosa, comentó:
—No me suena este camino. ¿Y a ti?
—A mí tampoco. Creo que nos hemos perdido. Deberíamos regresar. —contestó Croddy sintiendo algo de miedo.
Dieron media vuelta y comenzaron a retroceder por el angosto sendero que les precedía. Los árboles se levantaban a su lado, asechándolos en aquella oscuridad. El viento que soplaba no presagiaba nada bueno.
—Elizabeth ayúdame. —se escuchó gritar a Croddy.
—Sujétate fuerte por favor. —gritaba la chica intentando sostener a su hermano.
Croddy había resbalado y ahora luchaba para no caer a un barranco. Con una mano intentaba sujetarse a su hermana. La escena era aterradora. Si el niño caía sería su fin. Tras varios intentos de Elizabeth, sus fuerzas se vieron arrastradas por su hermano. Los dos rodaron por aquel despeña perros. Sus cuerpos chocaron con cada piedra del montículo hasta que se convirtieron en amasijos de carne sin vida. Y allí quedaron. Tendidos en la tierra, ensangrentados y llenos de magulladuras.
El Sr y la Sra Robins comenzaron a preocuparse tras unas horas. Habían llegado a la plaza y no había rastro de sus hijos. En la villa se movilizaron para buscarlos. Hasta que dieron con los dos cuerpos. La escena fue muy triste. Dos padres abrazando los fríos cuerpos. El funeral se llevó a cabo esa misma noche. Al día siguiente en la mansión, todo era silencio.
El cura se acercó junto con varios habitantes para avisar sobre la sepultura de los pequeños. Cuando traspasaron la puerta, no esperaban encontrarse lo que vieron. Dos cuerpos colgaban del techo, tambaleándose desde unas gruesas cuerdas. Aquella misma noche, mientras se celebraba el funeral de Croddy y Elizabeth, sus padres se habían quitado la vida.
Varios años después, el enorme caserío permanecía vacío. Nadie se atrevía a ocupar el lugar por los rumores que se escuchaban. La gente decía que allí habitaban fantasmas. Cuatro almas que no descansaban en paz.
Sin embargo, de nuevo cerca de Halloween, dos muchachos se aventuraron a profanar aquel sitio. Mickel y Jandro, así se llamaban. Esa noche, llegaron ante el enorme portón de hierro de la casa.
Caminaron silenciosos por el sendero de tierra. El cielo gris anunciaba la llegada de una tormenta. Los rayos, cual lenguas de fuego, hicieron que ambos jóvenes corrieran hasta refugiarse bajo un tejado viejo que cubría la puerta principal. Las gotas de agua comenzaron a caer, acompasadas por los ruidosos truenos. Mickel, sintiendo un escalofrío en su cuerpo murmuró:
—Esto no ha sido buena idea Jandro. ¿Por qué no nos vamos?
—No seas miedica. Verás que no hay nada aquí dentro. Es sólo un caserío viejo. Venga, entremos.
Y diciendo esto último, traspasaron la mugrienta puerta. La madera crujía bajo sus pies con cada paso. Jandro se separó de Mickel subiendo unas escaleras. Este otro permaneció inmóvil. Tras unos segundos, llevó sus pasos ante una vitrina.
“Bah, es sólo un mueble viejo” pensó “Jandro tenía razón, aquí no hay fantasmas”
Y disponiéndose a dar media vuelta, algo lo detuvo.
<<Ayúdanos…>>
Aquel susurro lo llevó a mirar fijamente hacia la vitrina. Una sombra se reflejaba en el cristal. La figura de una niña con rizos rubios le daba la bienvenida. A su lado, un niño también lo saludaba. Mickel retrocedió con cara de espanto, dispuesto a correr hacia la puerta de salida, pero un portazo se oyó a sus espaldas. Gritó el nombre de Jandro pero no obtuvo respuesta.
Lo que pasó después nadie lo sabe. Algunos cuentan que los fantasmas de los niños se apoderaron del alma de Mickel, en busca de un atisbo de vida para ellos. Otros dicen que los fantasmas de la pareja Robins mataron a los dos jóvenes. Lo que sí os puedo decir yo, es que cada noche de Halloween, si miráis hacia las ventanas de la mansión, veréis cómo varios fantasmas se pasean de un lado a otro. Desde aquel día nadie más se ha atrevido a entrar a la casa. Y los que osan acercarse unos pocos metros, oyen los lamentos de esas almas pidiendo aún ayuda.
©Todos los derechos reservados.
Espero que os gustase y si es así te espero próximamente en una nueva entrada. No te olvides de dejar tu calificación, que es muy importante para mí. Disfrutad del fin de semana.
LA MANSIÓN DE LOS ESPÍRITUS
Bienvenidos todos a este lugar tan singular. Estamos en Villa Brujas, un pueblito a las afueras de Madrid. Como su nombre indica, aquí adoramos la época de Halloween, una de las celebraciones más divertidas y escalofriantes del año. Y como es lógico, adornamos la villa como si de una ciudad de espanto se tratase. No falta ningún detalle. Los espantapájaros y calabazas enmarcan la fachada de cada morada. Los habitantes lucimos nuestras mejores y más espeluznantes galas. Tal es lo llamativo del lugar, que ha sido nombrado como La Ciudad del Terror.
Son innumerables los turistas que cada año se acercan a Villa Brujas. Algunos animados por la fiesta en sí y otros por simple curiosidad. Sin embargo, lo que muchos no sabéis, es que este pueblito esconde una terrible historia. ¿Os quedáis conmigo para descubrirla?
Hace unos años, ocurrió un suceso que marcó el destino de una familia. Los Robbins eran muy conocidos por la enorme mansión que poseían. Y como no, aquella casona se vestía de gala cada noche de Halloween.
Esta familia era ya de por sí peculiar. Estaba compuesta por cuatro miembros. El Sr Parry Robbins era un hombre de complexión delgada. Su rostro pálido marcaba sus afiladas facciones. Su mujer, la Sra Eleonor Robbins, tenía una belleza extraordinaria. Sus dos hijos, Croddy y Elizabeth, eran la adoración de sus padres. La niña, parecida a su madre, lucía unos largos cabellos rubios con pequeños rizos. El más pequeño de la familia en cambio, era bajito y rechoncho.
Aquel Halloween, los Robins estaban ya ataviados con sus galas dispuestos a disfrutar de la fiesta. Croddy y Elizabeth pidieron a sus padres adelantarse hacia la plazoleta del pueblo. Sus padres no se negaron.
Los dos hermanos iban distraídos hablando y riendo por el camino. Croddy vestía un traje de calavera. Elizabeth en cambio, había decidido vestirse de fantasma. Vistos así, los dos se veían cual espectros vivientes. Llegaron ante un ancho sendero. Elizabeth dudosa, comentó:
—No me suena este camino. ¿Y a ti?
—A mí tampoco. Creo que nos hemos perdido. Deberíamos regresar. —contestó Croddy sintiendo algo de miedo.
Dieron media vuelta y comenzaron a retroceder por el angosto sendero que les precedía. Los árboles se levantaban a su lado, asechándolos en aquella oscuridad. El viento que soplaba no presagiaba nada bueno.
—Elizabeth ayúdame. —se escuchó gritar a Croddy.
—Sujétate fuerte por favor. —gritaba la chica intentando sostener a su hermano.
Croddy había resbalado y ahora luchaba para no caer a un barranco. Con una mano intentaba sujetarse a su hermana. La escena era aterradora. Si el niño caía sería su fin. Tras varios intentos de Elizabeth, sus fuerzas se vieron arrastradas por su hermano. Los dos rodaron por aquel despeña perros. Sus cuerpos chocaron con cada piedra del montículo hasta que se convirtieron en amasijos de carne sin vida. Y allí quedaron. Tendidos en la tierra, ensangrentados y llenos de magulladuras.
El Sr y la Sra Robins comenzaron a preocuparse tras unas horas. Habían llegado a la plaza y no había rastro de sus hijos. En la villa se movilizaron para buscarlos. Hasta que dieron con los dos cuerpos. La escena fue muy triste. Dos padres abrazando los fríos cuerpos. El funeral se llevó a cabo esa misma noche. Al día siguiente en la mansión, todo era silencio.
El cura se acercó junto con varios habitantes para avisar sobre la sepultura de los pequeños. Cuando traspasaron la puerta, no esperaban encontrarse lo que vieron. Dos cuerpos colgaban del techo, tambaleándose desde unas gruesas cuerdas. Aquella misma noche, mientras se celebraba el funeral de Croddy y Elizabeth, sus padres se habían quitado la vida.
Varios años después, el enorme caserío permanecía vacío. Nadie se atrevía a ocupar el lugar por los rumores que se escuchaban. La gente decía que allí habitaban fantasmas. Cuatro almas que no descansaban en paz.
Sin embargo, de nuevo cerca de Halloween, dos muchachos se aventuraron a profanar aquel sitio. Mickel y Jandro, así se llamaban. Esa noche, llegaron ante el enorme portón de hierro de la casa.
Caminaron silenciosos por el sendero de tierra. El cielo gris anunciaba la llegada de una tormenta. Los rayos, cual lenguas de fuego, hicieron que ambos jóvenes corrieran hasta refugiarse bajo un tejado viejo que cubría la puerta principal. Las gotas de agua comenzaron a caer, acompasadas por los ruidosos truenos. Mickel, sintiendo un escalofrío en su cuerpo murmuró:
—Esto no ha sido buena idea Jandro. ¿Por qué no nos vamos?
—No seas miedica. Verás que no hay nada aquí dentro. Es sólo un caserío viejo. Venga, entremos.
Y diciendo esto último, traspasaron la mugrienta puerta. La madera crujía bajo sus pies con cada paso. Jandro se separó de Mickel subiendo unas escaleras. Este otro permaneció inmóvil. Tras unos segundos, llevó sus pasos ante una vitrina.
“Bah, es sólo un mueble viejo” pensó “Jandro tenía razón, aquí no hay fantasmas”
Y disponiéndose a dar media vuelta, algo lo detuvo.
<<Ayúdanos…>>
Aquel susurro lo llevó a mirar fijamente hacia la vitrina. Una sombra se reflejaba en el cristal. La figura de una niña con rizos rubios le daba la bienvenida. A su lado, un niño también lo saludaba. Mickel retrocedió con cara de espanto, dispuesto a correr hacia la puerta de salida, pero un portazo se oyó a sus espaldas. Gritó el nombre de Jandro pero no obtuvo respuesta.
Lo que pasó después nadie lo sabe. Algunos cuentan que los fantasmas de los niños se apoderaron del alma de Mickel, en busca de un atisbo de vida para ellos. Otros dicen que los fantasmas de la pareja Robins mataron a los dos jóvenes. Lo que sí os puedo decir yo, es que cada noche de Halloween, si miráis hacia las ventanas de la mansión, veréis cómo varios fantasmas se pasean de un lado a otro. Desde aquel día nadie más se ha atrevido a entrar a la casa. Y los que osan acercarse unos pocos metros, oyen los lamentos de esas almas pidiendo aún ayuda.
©Todos los derechos reservados.
Espero que os gustase y si es así te espero próximamente en una nueva entrada. No te olvides de dejar tu calificación, que es muy importante para mí. Disfrutad del fin de semana.