En uno de sus Relatos de la Antigüedad Griega, cuenta Gerardo Vidal cómo la mitología ofreció a Homero un marco sugestivo para sus relatos heroicos. La leyenda afirmaba que la guerra de Troya había comenzado en el Olimpo, en una inocente fiesta matrimonial. El enlace había de ser mixto: se unían en matrimonio un mortal, Peleo, y una diosa, Tetis, justamente los padres de quien llegaría a ser el principal de los héroes que lucharon y perecieron en Troya: el legendario Aquiles.
En el regocijo de la boda algo de gran relevancia pasó casi desapercibido: Eris, la diosa de la discordia, no fue invitada al banquete. El desaire tuvo trágicas consecuencias. De inmediato Eris ideó una maligna estrategia destinada a alterar bruscamente el plácido orden en que vivían los dioses. Envió una manzana dorada al Olimpo con un mensaje que únicamente decía: "Para la más hermosa".
Con tan pocas señas el don de Eris se convirtió instantáneamente en una maldición. En aquella época —continúa Vidal—, tal como en la nuestra, los concursos de belleza desataban todas las pasiones.
La naturaleza digital de nuestro mundo actual es la nueva manzana de una moderna Eris y, como entonces, la manzana sigue siendo dorada y, por ello, objeto de la apetencia de las diosas que habitan el Olimpo y que rivalizan entre sí.
Aunque no todos desbarran, muchos otros intereses se estrechan en torno a esta "digitalidad" que ofrece nuestra actual existencia. Este modo de vida, en sus aspectos más espurios, tiende a halagar la sensibilidad, el poder o el dinero. En este "mundo digital" cabe preguntarse qué tiene de especial el adjetivo digital que consigue modificar casi esencialmente al sustantivo mundo que le precede. De las muchas respuestas posibles nos fijaremos en una altamente específica: la repetibilidad.
Lo digital es fácilmente repetible sin error. Además, los procesos digitales son la materia próxima de los ordenadores, sus productos. Lo producido tiene la misma naturaleza que las herramientas que lo producen: hay una alta integración tecnológica y, por tanto, un espectacular desarrollo como producto de una muy rica innovación. Esta integración de herramientas y productos junto con la elevada productividad de los procesos repetibles y de ámbito universal hace que disminuyan significativamente tanto los costes de producción como los de distribución de productos. No debemos olvidarnos de que nuestra manzana es dorada y que, como ella, es igualmente repetible a lo largo de la historia.
Por último, podemos considerar la facilidad de acceso que proporcionan los aspectos digitales de la información. Internet es la red de acceso a los medios digitales por antonomasia. Si aceptamos esta universalidad del acceso a Internet, tenemos que concluir que nadie está excluido del disfrute de cualquier información digital en razón del modo de acceso. Esto quiere decir que es un magnífico medio para multiplicar lo bueno, y lo malo; la calidad, y la mediocridad.
El anonimato de los accesos a Internet lo hace idóneo especialmente para conseguir explotar los instintos que nadie querría que afloraran públicamente o a la comisión de delitos. Poner cota a la explotación de la sensibilidad, a la injerencia de lo económico sobre lo creativo o a las actividades fraudulentas es una cuestión de leyes, pero sobre todo de educación y no tanto de censura.
Tres fueron las diosas que se disputaron la hermosura sugerida por la manzana dorada de Eris; dorada, pero con gusano. Zeus, padre de los dioses del Olimpo, escogió a Paris, el hombre más bello de cuantos había en la tierra e hijo del rey de Troya, como juez de la contienda.
Atenea, diosa de la inteligencia, le prometió a Paris la sabiduría si la declaraba vencedora. Hera, esposa de Zeus, le ofreció el poder. Pero a ningún intento de soborno fue tan receptivo Paris —continúa Vidal en su relato— como al de Afrodita, diosa de la belleza y del amor, que le prometió la mujer más bella que existiera sobre la tierra. No creo que los dioses griegos conocieran el mundo digital, pero, según Homero, ya eran sensibles a estas pasiones: la sensibilidad, el poder y el acopio de bienes.
La leyenda mitológica se complica a partir de aquí porque la mujer más bella era Helena, hija de los reyes de Esparta, que además estaba ya casada: un producto envenenado más de la diosa de la discordia. Conocemos el resto de la historia: la guerra entre Esparta y Troya con el legendario episodio del caballo de Troya, que terminó con la destrucción de la ciudad.
Podemos aprender algo: dejarse llevar por la seducción acaba por acoger un caballo de madera en nuestro quehacer.
Puedes preguntarte, ¿cuál es tu Caballo de Troya digital?
Alfredo Abad Domingo.
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