Revista Educación

La máquina del tiempo

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Dicen los científicos que viajar al pasado es imposible. Que moverse hacia adelante en el tiempo sería factible si consiguiéramos alcanzar la velocidad de la luz, pero que lo de retroceder las manecillas del reloj no cuela. Conocida es la paradoja de matar al abuelo propio antes de haber nacido y más conocidas aún son las desventuras de Marty McFly al respecto.

Sin embargo yo acabo de recibir un mensaje pretérito. Una postal escrita hace 16 meses por alguien que ya no existe, que se ha esfumado de mi universo. No me entiendan mal: la remitente goza de una salud impecable y ojalá sea así durante muchos años. Pero la persona en cuestión no es la misma y yo quiero pensar que tampoco.

La máquina del tiempo
Para empezar, ambos ocupamos un espacio recíprocamente mucho más reducido en el cerebro del otro. Las neuronas que se afanaban por recordar la topografía exacta de sus lunares, de sus comidas favoritas y de su fecha de cumpleaños han pasado a ocuparse de otras tareas más perentorias. Por ejemplo, de otros lunares, otras comidas y otras onomásticas. Y las pocas veces que hablamos es para descubrir que las conversaciones que en su día fueron fértiles transitan ahora sobre páramos incinerados. La postal acaba con un “Muuuuchos besos”, que hoy sería “Un abrazo” (preludio a su vez del futuro “Un saludo”).

Se me ocurre que, aparte de la conclusión obvia (Correos, mon amour), es interesante darle la vuelta al razonamiento y pensar que los agobios del hoy serán las nimiedades del mañana. Que un día, por ejemplo, se difuminará la vehemencia con la que Angela Merkel perturba nuestros actuales sueños de grandeza. Incluso conseguiremos olvidar quién era esa señora, mucho después de que ella nos haya olvidado a nosotros.

Además, siempre es posible que los augurios mayas acierten y que antes de que acabe el año nos veamos reducidos a una sopa cósmica de átomos. Todos sin excepción: la remitente, yo mismo, ustedes, la Merkel y todos los demás pecadores de este valle de lágrimas. En cuyo caso, claro está, tampoco importa mucho todo esto. ¿No les parece?


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