Revista Opinión

La máquina del tiempo estaba en la casa de mis padres

Publicado el 22 diciembre 2022 por Ildefonso67
La máquina del tiempo estaba en la casa de mis padres

Cuando yo era todavía un chaval que vivía en casa de mis padres, en el tercero, había un par de hermanos en el piso de arriba con los que de vez en cuando me juntaba a pasar la tarde. Uno de ellos era uno o dos años mayor que yo, y el otro dos o tres más pequeño.

A veces jugábamos al subbuteo, un juego que recreaba un campo de fútbol de paño verde por el que movías con el dedo unas figuritas de jugadores que se sostenían sobre peanas semiesféricas, y que debían ir golpeando una bolita que ejercía de balón de fútbol diminuto.

Pero otras muchas tardes las pasábamos viendo películas en el vídeo, que entonces era un aparato recién llegado a nuestras vidas y cuya magia es hoy difícil de explicar a los milenials e incluso a sus generaciones anteriores.

Una de las películas que nos obsesionaba era ‘El tiempo en sus manos’, que en su título original se limitaba a reproducir el de la novela de H.G. Wells en la que se basa: La máquina del tiempo. Repasábamos la cinta protagonizada por Rod Taylor una y otra vez, hechizados por los efectos especiales y, sobre todo por la temática que proponía.

En una escena, Taylor, que ha viajado varias décadas en el futuro, pero sin moverse del lugar inicial, su propia casa, se encuentra al salir a la calle con su amigo Filby, y aunque para él apenas han transcurrido unos minutos, Filby aparece envejecido, como corresponde a alguien que ha vivido veinte o treinta años más. El espectador, que comparte el mismo punto de vista del protagonista, sabe lo que está ocurriendo, y por eso no le sorprende en absoluto el desconcierto que invade a ese amigo que de pronto se reencuentra con alguien que se había esfumado hace décadas y que ahora reaparece tan joven como entonces.

Hace unos días, en el portal del edificio donde siguen viviendo mis padres, y en el que he vuelto a pernoctar varias veces por una operación de cadera a la que se ha sometido mi madre, me crucé con el hermano pequeño, que salía del ascensor. Habían pasado treinta y cinco o cuarenta años desde la última vez que nos habíamos visto. Probablemente, si nos hubiéramos encontrado en cualquier otro lugar no nos habríamos reconocido.

Hablamos unos minutos, y en la breve conversación afloró nuestro recuerdo de aquella película. Los que entonces éramos apenas unos chicos de quince o dieciséis años somos hoy unos señores cincuentones que avanzan inexorablemente a la edad de los achaques, aunque, como en ‘El tiempo en sus manos’, podamos sentir que casi no ha pasado más que un rato después de una de aquellas tardes de adolescencia.

También le pregunté por su hermano mayor, que un día de hace treinta años desapareció sin más, y del que nada se sabe todavía hoy.

Aunque he rebuscado por todos los rincones de mi antigua casa, no he sido capaz de encontrar la dichosa máquina del tiempo. Debe de seguir viajando y haberse detenido en vete a saber qué época, dejándonos a nosotros aquí perdidos, a unos pobres adolescentes cargados de kilos y canas, aunque de uno de aquellos tres chicos que creían tener el tiempo en sus manos nunca más se haya vuelto a saber, pese a que su familia no dejase nunca de buscarlo por tierra, mar y aire. Éste sí que es un efecto especial que acojona.


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