Te confieso que tengo miedo a esas dos palabras que viven entre signos de interrogación. Tengo miedo a no encontrar una respuesta a lo que no debería ser una duda. Tengo miedo, sí. Miedo a ese ¿te acuerdas?, que sobrevuela nuestro último encuentro.
En ese te acuerdas, sobrevivimos al pasado al que muchas veces no queremos acudir, pero que siempre nos salva de un presente que nos atrapa. En ese te acuerdas, creemos que los recuerdos son simples momentos que forman parte de un tiempo olvidado, pero que descubrimos que son la esencia de nuestra supervivencia. En ese te acuerdas, se encuentran las mañanas en las que muchos vuelan sus cometas en la playa para dejarse llevar por el viento, mientras otros izan la velas de su barco para echarse a la mar. En ese te acuerdas, llegan las noches donde muchos miran a las estrellas, mientras otros se sumergen en el fondo del mar para acariciarlas.
En ese te acuerdas, las gaviotas de Alberti se arremolinan en las redes que se tejen cada tarde entre versos y que a media mañana regresan al muelle de levante. En ese te acuerdas, el Vaporcito se hace dueño de la bahía entre cuartetas y al ritmo del tres por cuatro. En ese te acuerdas, muchos caminan por la orilla con la esperanza de encontrar una botella con un mensaje en su interior, mientras nosotros recorremos cada mañana la arena mojada buscando aquellas caracolas para llevarnos su sonido a casa. En ese te acuerdas, solo la mar lo sabe, sabe que la vida continúa cuando nos asomamos para ver la luz del atardecer.