Iberia era esa bandera, la compañía aérea española que llevaba los colores patrios por todo el mundo y unía, como un cordón umbilical, a las naciones sudamericanas con España. Durante décadas mantuvo el monopolio de unas rutas que partían desde la madre patria (Madrid o Barcelona) hacia aquellas antiguas colonias que conservan el legado del idioma y las costumbres españolas. No en balde fue la primera compañía en volar desde Europa a América del Sur, desde que en 1946 inaugurara el trayecto entre Madrid y Buenos Aires. Mucho ha volado desde entonces. Y muchas vicisitudes han soportado sus alas.
No se puede negar que fue la aerolínea hispana más importante del plantea, consiguiendo un puesto destacado entre las grandes del mundo. Su crecimiento estuvo ligado al auge del turismo y a la consolidación económica del país. De ser una empresa de titularidad estatal, controlada por el antiguo Instituto Nacional de Industria, pasó a cotizar en bolsa en 2001, culminando así un proceso de privatización que no fue efectivo hasta que el Gobierno derogó, en 2005, tras ultimátum de la Comisión Europea, el sistema de control y blindaje que se reservaba sobre algunas empresas privatizadas, conocido como “acción de oro”. Había comenzado a desteñirse la bandera española.
Mucho antes, Iberiahabía decidido sumarse a la alianza Oneworld, junto con British Airways y American Airlines, para compartir sinergias empresariales y estrategias comerciales, y constituir uno de los grupos más potentes del mercado aeronáutico mundial, donde la competencia es feroz.
Pero como todo en la vida, aún más en los negocios, su futuro viene determinado por las circunstancias y el desafío permanente de poder adaptarse a ellas. Y aunque Iberiaes una empresa poderosa, que realiza más de 1000 vuelos diarios, no ha podido evitar ser engullida por el “pez gordo” de British Airways, quien impulsa una fusión entre ambas para constituir una nueva sociedad, IAG, que desde 2010 explota de manera conjunta las rutas aéreas de las participadas. Desde entonces, Iberia ha ido perdiendo destinos, rutas y pasajeros, además de sufrir un “ajuste” de su estructura que no ha dejado de ser traumático.
Es evidente que la marca España ya no dispone de la bandera de Iberia. Como en las fusiones bancarias, al final prevalece el más grande y poderoso, como el Santander, que ha ido eliminando cuántos bancos ha absorbido en sus múltiples fusiones: el Central, el Hispano y, próximamente, el Banesto, etc. Controlada por los británicos, IAG parece favorecer a la compañía inglesa en detrimento de la española, que lentamente reduce su cuota de mercado en favor de aquella. Y lo que era una compañía que blandía los colores patrios por los cielos del mundo, ha devenido en una empresa privada que está siendo deglutida por otra que busca así aumentar su tamaño y su capacidad para continuar en el negocio del transporte aéreo de pasajeros y mercancías.
Es difícil que una empresa privada pueda abanderar a un país, máxime si sus propietarios no son nacionales. Independientemente del destino mercantil de Iberia, cuya historia está ligada a la memoria sentimental de los españoles, parece claro que la compañía aérea hace tiempo que dejó de ser española y, por tanto, perdió su capacidad para servir de enseña de la marca España. Desgraciadamente