Camaradas,
En estos momentos, la División Azul se dirige hacia el sector central del Frente Este para ocupar el lugar de privilegio en la conquista de Moscú que el Führer le ha querido reservar a España. Tras partir en ferrocarril desde Grafenwöhr el pasado 20 de agosto, el 22 las cuatro primeras expediciones llegaron a sus puntos de destino; dos a Suwalki, en el extremo oriental de Polonia, y las otras dos a Grodno, ya en territorio bielorruso. A última hora del 23 llegó a Treuburg, en el extremo oriental de Prusia, el Cuartel General de la División. Durante varios días continuaron llegando expediciones, hasta completarlas todas. Con la llegada a Suwalki de la quinta columna hipomóvil (madrugada del 28), quedó cubierto el primer tramo del viaje.
Los divisionarios marchan sonrientes. 900 kilómetros de camino les aguardan.
A continuación ha llegado la parte más dura del viaje: por falta de transporte motorizado, los españoles deberán cubrir casi 900 kilómetros a pie, la distancia que separa Suwalki de Smolensko. Los cálculos estiman en unos cuarenta los días necesarios para llegar hasta allí, donde los divisionarios embarcarán nuevamente en ferrocarril para ser llevados hasta Dno, en las proximidades del frente. La marcha a pie, físicamente extenuante, constituye uno de los hitos de la mística divisionaria. La División está caminando a diario, por término medio, entre 30 y 40 kilómetros, distancia repartida en tramos de unos seis kilómetros, a los que sigue un breve descanso de cinco a diez minutos, en jornadas de siete u ocho horas. El calzado, por duro, molesta sobremanera.
Soldados españoles marchan a través de Polonia.
Eso de marchar tiene mucha miga, sí señor. Porque empieza uno el día andando y lo termina de la misma manera... Estéticamente... ni una palabra más: es precioso. Se lleva el fusil terciado, se canta, se pisa fuerte en terreno conquistado, se siente uno fuerte y todo eso... Pero cuarenta kilómetros son muchos kilómetros, y la marcha no es tan sencilla. Resulta que muchos cuartos de hora se nos pasan esperando... Esperando a que un carro volcado vuelva a su vertical, a que se reorganice una compañía; a que pase una batería de cañones que se había despistado, etc. Y resulta que tienes luego que correr... Los soldados sólo vemos las espaldas del compañero. Y sentimos la tremenda dureza del calzado llenando de llagas nuestros pies.
Algunos afortunados disponen de bicicleta.
Los divisionarios, pues, avanzan como pueden, entre cantos, sudor y alguna que otra queja, por el lado derecho de los caminos y, para evitar los surcos dejados por quienes han pasado con anterioridad, a veces por la derecha de la cuneta. Una vez en movimiento, cada regimiento se extiende a lo largo de unos ocho kilómetros, por lo que, en conjunto, la División Azul configuraba una columna de marcha de unos treinta kilómetros de longitud. Entre la cabeza y el final acostumbra a haber una separación física de tres días de marcha, lo que condiciona totalmente la labor de la Intendencia. La grava mal apilada dificulta la marcha de hombres, caballos y mulas, que sufren los efectos de las nubes de polvo abrasador que se levantan frente a ellos. Las pérdidas de animales van en aumento, y las dolencias de pies y hombros, despellejados por el porte del bagaje, se extienden entre los hombres. Generalmente la jornada finaliza antes de que el sol desaparezca. Si hay granjas, duermen en ellas; si no, arman a desgana las tiendas de campaña o vivaquean.
Guitarra flamenca y palmas en un descanso.
Ha habido algunos días de descanso, aprovechados para limpiar el armamento y hacer algo de instrucción. Entonces, los divisionarios toman algún baño en las saunas colectivas de las poblaciones que, para su alegría, son de uso mixto masculino-femenino; se avituallan de huevos y gallinas con los que complementar la dieta que, una vez peladas, durante la marcha introducción en las cocinas de campaña, atadas con un alambra en las patas y cartelito con el nombre del propietario; y confraternizan con las muchachas del país, el gran aliciente de la mayoría, con resultados generalmente satisfactorios.
Reponiendo fuerzas.
Por suerte, la Intendencia funciona bien. Aunque poco apreciada, la comida alemana llega puntualmente. Y mientras una parte de la Intendencia reposta en los depósitos del Cuerpo de Ejército, la otra se encarga del reparto a las unidades en plena marcha, mediante entrega de las raciones a los oficiales de cocina, que se acercan al punto de reparto con sus furgonetas. Bloques de mantequilla de cinco kilogramos, macarrones, arroz, patatas, salchichas, foie-gras, sardinas noruegas en tomate, queso, azúcar, caramelos, tabaco, miel artificial en bloques y latas de mermelada configuran el repertorio alimenticio repartido. El plan (450 gramos por soldado al día) es suministrado en barras de 900 gramos por las panificadoras alemanas, donde son cargadas en camiones, a razón de unas 3.000 por vehículo.
Los soldados españoles prosiguen la marcha, impasibles al desaliento.
En cuanto a las escalas hechas, destaca Grodno (27 de agosto a 3 de septiembre, la ciudad bielorrusa abierta a ambos lados del Niemen. A diferencia de otras poblaciones que la División se ha encontrado en su recorrido, la mayor parte de sus edificaciones son de mampostería, y abundan las iglesias y los edificios ornamentales. Muy castigada por los combates, de 60.000 habitantes sólo permanecen en ella la décima parte. Los españoles han hecho gala de su particular idiosincrasia, circulando por las calles con la guerrera desabrochada, fumando en las guardias, yendo en bicicleta por donde no deben, organizando algún que otro escándalo, yendo del brazo de las muchachas de la ciudad, practicando el trueque e intentando hablar con sus habitantes. De ahí que el comandante militar alemán de la plaza se haya quejado por escrito al mando de la División.
Durante los tres días que ha durado el trayecto de Grodno a Vilna, ha arreciado la lluvia, y la marcha se ha hecho especialmente dura. De entre las localidades que se han abierto a los ojos de los divisionarios destaca Lida, con su alta torre maciza coronada por un chapitel piramidal y sus chimeneas, delatoras de una pretérita actividad fabril. Los arrabales, intactos, poblados de casas de madera, con adornos labrados, algunas de dos pisos, dan paso a la estación de ferrocarril, prácticamente destruida. A partir de allí casi nada sigue en pie. Verdaderamente desolador.
Singladura hasta hoy de la División Azul.
Vilna (8 a 11 de septiembre), capital de Lituania y último reducto de la civilización según los alemanes, ha ofrecido una animación poco usual, con teatros y cines en funcionamiento y restaurantes que sirven comida al margen del racionamiento. Amplias avenidas asfaltadas, carreteras en confluencia, estaciones de ferrocarril, puerto fluvial, iglesias, monasterios y castillo, le confieren un aspecto amable. El trayecto entre Vilna y Mink no ha presentado mayor dificultad hasta pasada Oszmiana, donde la carretera se encuentra a intervalos interrumpida por obras de reparación a manos de brigadas de trabajo de la Organización Todt, por lo que la División se ha visto obligada a recurrir a algunos desvíos, generalmente de difícil tránsito.
En el día de hoy, los españoles han llegado a las inmediaciones de Minsk, la capital de Bielorrusia, que ha resultado muy dañada a causa de la metralla y de los bombarderos. En ella no hay restaurantes abiertos, y quienes decidan comer por su cuenta al final tendrán que recurrir al plato de sopa que reparten los puestos de la Cruz Roja. El centro, asfaltado y con edificaciones modernas, contrasta con el resto de la ciudad, "muy ruso", con casas de madera separadas entre sí. Y en uno de sus extremos da comienzo la autopista que, pasando por Smolensko, la une con Moscú: el objetivo de la División Azul.
¡Arriba España!
¡Muera el Comunismo!