—Sabe —dijo—, ustedes los ingleses son sublimes. Son la única nación del mundo que cree tener el monopolio del sentido común.
Todo se inicia en Estambul
He encabezado la reseña con esas dos frases no porque representen algo importante en la obra, para nada, sino porque me han parecido de un acierto absoluto. Esas son las frases que me hacen considerar de otro modo la novela, apenas una pincelada pero que son capaces de destacar algo que no habíamos sabido expresar pese a ser tan claro y diáfano como esa construcción gramatical.Antes de entrar en materia debo agradecer a RBA que haya tenido el gusto y la gentileza de reeditar la obra. Tiene sus años, su versión cinematográfica, en blanco y negro, a cuestas, y claro, ya no es lo mismo. El libro parece demasiado viejo y al público novato le costará entrar en materia, es preciso tener conocimientos de la historia europea de entreguerras, pero si se supera ese ligero obstáculo lo que Ambler nos ofrece es una muy buena novela. No por algo al escritor inglés se le considera el padre de las novelas de espías, afirmación rotunda cargada de razón.
Europa tras la Gran Guerra
Todo se inicia en Estambul, donde aparece un cadáver que es identificado a partir de conseguir la identificación que se hallaba escondida en el forro de su ropa. El difunto será Dimitrios y tendrá una historia larga a sus espaldas. Charles Latimer, escritor de novelas policíacas de vacaciones en Turquía, se verá, por casualidad, introducido en la historia de Dimitrios y se enzarzará en rellenar los datos bibliográficos de la vida y ventura del difunto. Su interés le trasladará a Esmirna, Atenas, Sofía y París e irá recopilando los hechos, acciones, amores y venturas de Dimitrios. El resto se lo tendrán que leer ustedes.
Ambler nos habla de Europa tras la Gran Guerra. La acción comienza, junto con la historia de Dimitrios, sobre el año 1922 y termina en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Es una Europa diferente, compleja, plagada de intereses, fronteras y espías. Con biografías riquísimas y propias de otro tiempo, como la que extraigo a continuación y que representa, no sólo una época sino una concepción del mundo y también una parte fundamental de la historia:
Muishkin empezó a contar su vida. Odessa, 1918. Estambul, 1919. Los bolcheviques. El ejército de Wrangel. Kiev. Una mujer a la que llamaban el Carnicero. Utilizaban el matadero como prisión, porque la cárcel se había convertido en un matadero. Terribles, espantosas atrocidades. Un ejército aliado de ocupación. El sentido deportivo de los ingleses. La ayuda de los americanos. Chinches en las camas. Tifus. Los cañones Vickers. Los griegos… ¡oh, Dios, aquellos griegos! Verdaderas fortunas a la espera de que alguien las cogiera. Los kemalistas. La voz de Muishkin continuó oyéndose mientras fuera, más allá del humo de los cigarrillos, más allá del terciopelo encarnado, de las volutas doradas, de los manteles blancos, la penumbra de color amatista se había convertido en una noche profunda.Parece increíble contar tanto en tan pocas líneas. Cosas del talento creativo de Eric Ambler.
alcantarillas de los estados
Además del reflejo de su tiempo el autor inglés nos muestra unos personajes de afilado perfil. Nada que ver con los heroicos espías que arriesgaban su vida por un sentido del patriotismo, digamos que peculiar. Los personajes que pueblan la obra, de principio a fin rozan la sinuosa senda de la legalidad, cuando no se encuentran claramente al otro lado.
El espionaje es un negocio más de muchos otros que pueden llegar a ser verdaderamente sórdidos, como por ejemplo el tráfico de drogas. En el fondo son unos buscavidas con glamour, aunque su origen ni sea glamoroso ni probablemente tampoco su final. Aún así la idea del británico sobre los chanchullos en las alcantarillas de los estados, nunca mejor dicha esta expresión, es lo que palpita entre las páginas de esta novela y también el lugar que se puede ocupar en esas cloacas.
Los enredos son retorcidos, la consecución de los propósitos no tiene un camino lineal sino que se actúa de una manera torticera porque el propósito final es torticero. No aparecen personajes simples, sino que cada uno cuenta a sus espaldas con un pasado más que jugoso y por ello su forma de actuar viene precedida por un sinfín de enredos previos.
Otros de los puntos a destacar en la novelística de Ambler son sus protagonistas, tipos que se mueven con trasfondo, con varias intenciones y ninguna clara, personajes para los que la maquinación es algo casi cotidiano, aunque, curiosamente, los aleja de un estatus cultural elevado. Recuerdan a los personajes complejos fruto de otras literaturas donde existían menos medios de comunicación y el trato humano era el principal medio comunicativo. Tienen sus defectos como la codicia, pero no moverá sus vidas hasta el punto de llegar a dominarlas, manteniéndose en un precario equilibrio que no llegará a decantarse definitivamente. Recuerdan a los personajes de Greene por ese cierto despego de la realidad que casi se coloca como una pose. Aunque en ese punto creo que influye la moda de la época que representaba al “Dandy” británico que llevaba sus asuntos con apática frialdad y del que el escritor británico no se sustrae.
La obra, aparte de estar muy bien desarrollada, juguetea con el género, tiene elementos muy cercanos de la novela policíaca y entremezcla distintos intereses con personajes extraídos de distintas extracciones sociales, lo cual le ofrece al autor una posibilidad enorme de opciones por las que decantarse. La novela fue editada en el año 1939 y se percibe que existe ya cierta influencia del cine de Hollywood.
En resumen, una obra más que interesante, de recomendación obligada. Trama interesante, personajes muy curiosos y que pueden llegar a despertar admiración o incluso rechazo y un desarrollo de la historia más que sugerente. Todo ello aderezado con una prosa elegante y de calidad que nos sirve para rematar está reseña con un párrafo en el que se puede admirar el estilo del inglés:
En una civilización decadente, el prestigio político no es la mejor recompensa para el que posee el más perspicaz de los olfatos para el diagnóstico, sino que eso corresponde al hombre que tiene los mejores modales de salón. Es la decoración que la ignorancia otorga a la mediocridad. Sin embargo, aún subsiste una clase de prestigio político que puede ser llevada con una cierta patética dignidad: es el que se otorga, dentro de un partido en el que luchan los doctrinarios extremistas, a un líder de la mentalidad liberal. La dignidad de ese hombre es la de todos los hombres condenados.
RBA, 2011 Compra en Estudio en Escarlata
Sergio Torrijos