Por Garibaldi
La masonería ha sido secuestrada. La masonería ha sufrido una desvirtuación degenerativa precisamente por aquéllos que pretenden mantenerla en la pureza devenida del cisma de 1717, uno más del que librarnos.
El dogma reina en las formas y en los fondos, haciendo que los rituales queden desfasados y los comportamientos anacrónicos. La masonería, como Orden iniciática que es, está para mantener la tradición oral, conservar sus escritos a la vez que sus ritos, rituales y componendas con títulos inacabables e incomprensibles si no son para nutrir el ego de muchos de sus dirigentes.
Pero ¿Por qué a ellos mismos no les interesa que la masonería avance? ¿Por qué rehuyen la investigación cercenando así la avidez de conocimientos de sus componentes?
A poco que cualquier aprendiz, compañero o maestro investigue sobre el heterodoxo mundo masónico, podrá comprobar que existe un amplio espectro de experiencias masónicas que han funcionado sin el encorsetamiento de una supuesta "Regularidad" férrea y dogmática, dogmatismo éste que crea masones sin sentido crítico, quasi ocultista y supersticioso, alejado del concepto de "Templo de la Razón" que nos alberga en cada momento de una Tenida.
La masonería se conforma de núcleos pensantes en un aprendizaje evolutivo y progresivo que se asienta sobre los más antiguos conocimientos de la historia del hombre clásico, lejos de las supercherías que intentaban explicar las cosas a través de brujos, chamanes o sacerdotes que hicieron de sus fábulas un arma de control masivo, creando culturas sumisas y obedientes.
El elemento liberador del ser humano que contiene la masonería, no puede ser negado, y si lo es, no se es masón, sólo un fantoche en manos de los dirigentes que a su antojo se procuran buen jornal y mejor estancia a costa de sus membresías.
La masonería honesta, la del hombre que trata de encontrar una plenitud intelectual no puede estar sometida a aquéllos que bajo la excusa de la tradición y la ortodoxia, impidiendo el acceso del sexo femenino, expulsando homosexuales de sus filas, negando la progresividad sostenible del elemento intelectualmente renovador desde las Logias operativas, se ha llevado a cabo, se convierte en una masonería desvirtuada.
Una masonería desvirtuada por las relaciones internacionales basadas en la materialización de negocios de los que nadie sabe nada, jugando de forma opaca con el dinero procedente de las capitaciones de unas pobres almas que aspiran a un perfeccionamiento moral que no se les proporciona en sus talleres.
No podemos renunciar a los pilares básicos que conforman nuestra idiosincrasia, tales como la laicidad, la tolerancia, el debate y la solidaridad. Por el contrario muchos siguen disimulando su cojera masónica con los bastones de la Esperanza, la Fe y la Caridad, a semejanza de las virtudes teologales que hacen del hombre un ente que espera que sus problemas se solucionen en el cielo, en lugar de aprender a solucionarlos en su contexto histórico con las virtudes cardinales que deben presidir la vida de todo masón honesto y comprometido.
El laicismo no implica el fin de la espiritualidad, al igual que la ciencia no implica el fin de una creencia personal, sino que ambos conceptos se complementan aportándose luz mutuamente, es decir, que cuanta más ciencia, menos cosas inexplicables, con lo cual, menos oscuridad y, por supuesto, menos expuestos al engaño estaremos.
Cuanto más espíritu crítico, más enriquecedor será cualquier debate en Logia, en el mundo profano, en la familia. Sólo la cultura podrá librarnos de la oscuridad que llevan consigo aquéllos que nos niegan la luz, precisamente aquéllos que nos la prometieron por un módico precio mensual.
No somos religión, somos todas las religiones, no somos ninguna. Somos seres humanos, y convivimos, con Libertad, Igualdad y Fraternidad, si nadie nos lo impide, claro está.
Como dijo Eliphas Levi: ¡Ni el instinto ni el pensamiento mágico deben gobernar al hombre de razón!
He dicho.