Aunque la maternidad aparentemente haya cambiado mucho de aspecto, tenemos derecho a preguntarnos si este cambio ha sido algo más que un simple modernizarse para seguir siendo, en el fondo, un discurso prescriptivo que pretende seguir manteniendo plenamente operativo el eterno binomio mujer-madre, aunque ahora se trate de una mujer moderna y una madre también moderna. El feminismo, en mi opinión, tiende a ignorar la naturaleza compulsiva de la maternidad y a quitar importancia a su papel en la comprensión de la discriminación estructural e ideológica de las mujeres. El tabú que se cierne sobre cualquier discurso antimaternal dentro del feminismo no hace sino evidenciar el carácter conflictivo de una cuestión que no sólo afecta a la configuración de la identidad de las mujeres sino al mantenimiento mismo del orden social en su conjunto.Beatriz Gimeno, 2014"Construyendo un discurso antimaternal"
Estimulado por aquel artículo de Tasia y habiendo leído otros tantos en los que se discute sobre el papel que tiene y debe tener hoy en día la maternidad (algunas personas afirman que la maternidad está de algún modo perseguida, mientras que otras aseguran que lo que está perseguido sigue siendo la no maternidad), he llegado, creo, a la siguiente síntesis: ni lo uno ni lo otro, sino ambas cosas.
En el patriarcado contemporáneo, natalista desde que somos animales y capitalista desde que somos animales civilizados, la maternidad se prescribe al tiempo que se proscribe, esto es, se recomienda moralmente a la vez que se castiga económicamente, cosa que no ocurre con la paternidad, o no tanto: las categorías hombre y padre se diferencian todavía hoy con más claridad que las categorías mujer y madre, ya que el hombre medio, a diferencia de la mujer media, no solo se ha caracterizado tradicionalmente por tener hijos sino también y sobre todo por tener un «trabajo» y por ende una mayor independencia relativa, perpetuando así, por acción y omisión, la división sexual del trabajo, es decir, uno de los mayores privilegios de la historia. Por citar otros de los privilegios heredados más importantes, podríamos mencionar también aquel que disfrutan los adultos sobre los niños por el mero hecho de ser adultos, o aquel de los humanos sobre los no humanos, de las clases propietarias sobre las clases asalariadas, de las personas heterosexuales sobre las homosexuales, de las personas nativas sobre las extranjeras, de las personas blancas sobre las personas de otro color, de las personas que pueden oír sobre las que no pueden oír, o incluso de las personas guapas sobre las no tan guapas.
Más concretamente, debido a la asignación del trabajo reproductivo a un sexo más que al otro, en parte por causas biológicas o inevitables (el sexo masculino no puede quedarse embarazado, de ahí que sea más probable a lo largo de la historia pasada y futura que los hombres deseen controlar los cuerpos de las mujeres) y en parte por causas culturales o evitables (la lactancia, por ejemplo, ya no tiene por qué estar a cargo de la madre), nacer mujer hoy sigue siendo nacer con un handicap añadido, con una desigualdad de inicio.
La naturaleza no es sabia, al menos no si la juzgamos a partir de una determinada moral humana de inspiración judía: desde el momento en que la selección natural y la selección sexual decidieron sin consultarnos, permítaseme el antropomorfismo, que solo uno de los sexos iba a poder gestar, y que además iba a ser menos violento y poseer menos fuerza muscular, desde ese mismo instante, digo, la mujer ha estado en desventaja. De nosotros y nosotras depende tratar de corregir lo que la naturaleza no ha dudado en imponernos. Y pongo el nosotros delante del nosotras por un hecho que dice mucho del distinto grado de implicación de unos y de otras: menos de uno de cada diez participantes en un encuentro feminista suele ser hombre. De ahí la importancia de las medidas de discriminación positiva en las sociedades complejas, como las leyes de cuotas y las leyes de violencia de género, sociedades en las cuales la jerarquía, el patriarcado y la división del trabajo se encuentran tan institucionalizadas que incluso la lucha por la emancipación de la mujer, que en sociedades simples podría ejercerse teóricamente de manera directa y asamblearia (desde abajo), está siendo parcialmente delegada en las instituciones del Estado (desde arriba), las mismas que ayer sirvieron para lo contrario, y las cuales son, cabe recalcar esto, inherentemente patriarcales. Si por algo se caracteriza el Poder, patriarcal por esencia, es por dar dos de cal y una de arena.
Volviendo a lo anterior, incluso en los círculos de mujeres y hombres feministas sigue estando presente la idea natalista y esencialista de que lo ideal es que la Mujer sea madre algún día (voluntariamente, faltaría más), pero por otro lado se sanciona laboral y socialmente que lo sea. De ahí, en parte, el aumento demostrado de las interrupciones voluntarias de embarazo, el doble en veinte años, y el aumento probable de las depresiones posparto graves (DPP). Lo cual no demuestra simplemente que vivamos en una sociedad antimaternal o antivital, como podríamos concluir en un primer momento, sino algo más complejo y pesimista que eso: en una sociedad occidental típica, las mujeres, más que los hombres, deben seguir teniendo hijos, deben seguir siendo madres, pero he aquí que las madres y lo maternal molestan cada vez más.
En ese sentido, el patriarcado secular, sin renunciar del todo a su credo principal (mujer como individuo paridor y no tanto como individuo libre o pre-reproductivo), evoluciona e incorpora a su ideología el nuevo credo del patriarcado capitalista (mujer como paridora y como trabajadora antes que como persona). De esta manera, pese a los logros feministas alcanzados en los últimos cien años, muchos de los cuales se han conseguido por primera vez en la historia, el patriarcado occidental actual, más bipolar que sus versiones anteriores por encontrarse más cuestionado que nunca (si quieres parir, malo; si no, malo también), no solo continúa queriendo controlar la reproducción de las mujeres, si bien menos que antes o con técnicas más modernas como la congelación de óvulos por parte de las grandes empresas, sino que de un tiempo a esta parte, especialmente desde la Segunda Guerra Mundial y la comercialización en masa de productos anticonceptivos y material sanitario, ha apostado también por su incorporación al mercado de la producción, como ya aprendió a hacer con el hombre cuando surgieron los primeros Estados en Oriente Próximo. Así pues, el peso o la responsabilidad social que recae sobre la mujer en estos momentos es bicéfala y contradictoria, no así, o no tanto, la del hombre, a quien las cosas le siguen yendo más o menos como antes, lucha de clases aparte. De lo cual se concluye que el patriarcado ha encajado las presiones feministas reorientando la liberación de la mujer hacia un nuevo tipo de sometimiento que no por más repartido y progresista en algunos puntos es necesariamente más liviano en su conjunto.
¿Qué hacer, entonces? Llegados hasta aquí, con avances y retrocesos según se mire, lo que algunas y algunos proponemos es una igualdad o paridad de tipo socialista libertario que armonice lo mejor del rol tradicional de la mujer, el cual no se ha visto tan sometido históricamente al trabajo asalariado o productivo, y lo mejor del rol tradicional del hombre, el cual no se ha visto tan sometido al trabajo doméstico o reproductivo. O dicho de otra manera: ni patrón ni marido. En su lugar, producción y reproducción en libertad. Y ante la pregunta "¿cuidas o trabajas?", habría que responder: en la condiciones actuales, ni lo uno ni lo otro. Mejor una huelga de vientres y una huelga general revolucionaria. He dicho.
El roto (2012)