Si, estoy de obras, desde hace tres semanas y no, no es mucho, pero se me está haciendo eterno…
Pensaréis, qué tendrá que ver esto con la maternidad y que me he sacado esto de la manga en el último momento… pues tenéis toda la razón.
Pero es que estoy viviendo lo que son las obras de verdad cuando se es madre y hay un niño de por medio (por suerte solo uno). Las obras que he vivido antes de ser madre (que las ha habido) no me han supuesto ningún inconveniente, quizá porque era mi madre la que se estresaba y yo me limitaba a vivir el momento sin mayor preocupación.
Si ya costaba tener algo de organización, ahora es imposible, mi hijo está durmiendo en el salón (por cierto, le encanta!) , su ropa está desperdigada por la casa, las comidas están siendo un desastre, pero lo que peor llevo es la suciedad…
Me propuse no preocuparme en limpiar muy a fondo, pues sabía que de poco iba a servir, pero aún así, algo hay que limpiar, aún sabiendo que al día siguiente todo volverá a estar lleno de polvo.
Cuando acaben las obras, me encantaría poder meter la casa entera con nosotros incluidos en la lavadora, porque creo que no hay ni un solo rincón que no tenga polvo o yeso.
Se que acabará pronto, con suerte este viernes o el lunes y, aunque suene raro, estoy deseando ponerme a limpiar como una loca.
Sin duda esta palabra pasa a formar parte de mi diccionario de la maternidad, no la olvidaré fácilmente y, por supuesto, la próxima vez que tengamos que hacer obras, me lo pensaré dos veces, o tres.