Revista En Femenino
“El mayor enemigo de las madres no es la gripe, ni cualquier otro virus, ni nuestro propio grado de autoexigencia, a veces asfixiante. Ni es la culpa que nos acompaña a cada paso como nuestra sombra o nuestro propio prólogo. Ni siquiera son las otras madres que reflejan lo que no nos gusta o precisamente lo que nos gusta y no queremos reconocer. Nuestro mayor enemigo es la soledad.”
Quizás para poder sanar todo lo que supuso mi primera maternidad, tenga que recorrer con Nohemí Las Palmas de Gran Canaria en bicicleta. Ahora mismo mientras escribo se encuentra en Chile realizando cursos y presentando su libro. Antes de irse, cuando supe que sacaba libro, me puse en contacto con ella para felicitarla y quizás hacerle una entrevista. Lo que pasa es que luego empecé a leer, y en un fin de semana lo había terminado como pasa con muchos buenos libros, con más preguntas que respuestas. La idea de la bicicleta es parte de lo que hablamos antes de que se fuera por Facebook y después de leer su libro estoy segura que acabaré por hacerlo.
Sabía que leer este libro, y más estando embarazada, me iba a suponer un esfuerzo emocional considerable. Mi primer embarazo, del que hace siete años me sigue resultando hoy conflictivo. Tengo muchas heridas que sanar, y precisamente este libro me ayudó a comprender parte de ellas a la vez que me daba la esperanza, que sospechaba, en que mi segunda maternidad podría venir a sanar las heridas de la primera.
Hace unos años he de reconocer que no soportaba las defensas radicales de la lactancia. Me generaba un conflicto enorme que se hablara de lactancia como mejor medio para la cría. Me ofuscaba con estudios mal realizados, correlaciones estúpidas y gente que defendía atancando. De tal manera que me causaba un rechazo enorme.
Sin embargo, resulta que todo ha cambiado.
Es muy difícil para mí poder decir “me equivoqué”, pero lo hice indudablemente. Cuando crees en algo tienes que defenderlo de manera visceral y sin condiciones. El hecho y la evidencia existe, es verdadera, y está ahí.
Efectivamente mi nueva maternidad está siendo sanadora, como explica en su libro Nohemi. En este momento saca a flote todos mis problemas e inseguridades pasados, especialmente de mi embarazo anterior:
Me veo con veintisiete años sabiendo que iba a perder el trabajo que acababa de conseguir y que adoraba porque al poco de firmarlo me quedé embarazada. Me quedé embarazada después de tres o cuatro años de intento en un momento que no esperaba. Tuve una grave amenaza de aborto con dieciseis semanas, en Bilbao, a muchos kilómetros de casa. Recuerdo que me levanté esa mañana y tenía un charco de sangre en la cama. Recuerdo a la Ertzaintza escoltándome al hospital de Basurto, las horas en la sala de espera, la señora rubia que mientras lloraba me dijo que era joven aún para tener otro niño.
También recuerdo las críticas que me hizo mi entorno más cercano. Me dijeron que nunca había deseado ese embarazo. Que antes del aborto no quería y después iba a ratos que lloraba y a ratos que lo quería. Que no debía haber viajado tanto. Que quería comerme el mundo como si no tuviera tiempo.
De alguna manera intuía todo lo que iba a pasar desde el primer momento y me oponía a ello. Supe que iba a perder mi empleo. Supe que iba a pasar dificultades económicas y de pareja, y efectivamente me quedé sin trabajo y al tiempo también se acabó mi pareja. Supe que no iba a sentirme querida y acompañada. Y durante gran parte del embarazo ni siquiera tuve la seguridad de que iba a tener a mi hijo y si lo tenía estuviera sano.
Recuerdo después de un mes de reposo absoluto cómo me decían que porqué no tenía ilusión. Que cómo no quería saber si era niño o niña. Que cómo podía no querer comprarle ropa. Y yo tan solo esperaba que fuera viable para poder siquiera ilusionarme.
Nació finalmente una madre con la etiqueta de que no era una buena madre desde el principio. Que no quería a su hijo porque no había querido tenerlo, sin ser cierto. Una madre que prefirió no quererlo hasta que no fue viable.
Recuerdo los nervios en el potro cada vez que me revisaban cada semana. Que lloraba y además tenía que aguantar las miradas de desaprobación. Recuerdo que una ginecóloga me dijo “ya por fin 37 semanas, y no sé si está creciendo al ritmo que debería hacerlo. Es viable, mañana te provocamos el parto”. Y recuerdo que mi entorno me decía que me lo provocaban por no aguantar más mis lloros en el potro, que no sabía comportarme.
La soledad de la que habla Nohemi me hizo recordar todo eso. El desapego que sientes cuando crees que lo puedes perder… Esa falta de vínculo que luego no puedes retomar tan fácilmente.
Y luego una lactancia desastrosa. Sola. Con mi entonces pareja a más de quinientos kilómetros trabajando. Mi hijo con una tos tremenda desde las primeras semanas. Para los demás un reflejo de un niño y una exageración por mi parte. Mi hijo tenía que dormir encima mía para que no se asfixiara. Al cabo de muchas visitas a la pediatra y ante la insistencia de mi suegra, fui al hospital y era tosferina.
Sentirme jodidamente mal cada vez que me subía la leche, ansiedad, miedo… Tanta ansiedad y miedo sentía que era habitual que tuviera nauseas. Ahora sé que quizás tuviera D-MER, un transtorno hormonal y químico que provocaba una caída brutal de la dopamina y me hacía encontrarme muy mal ante de las tomas. Lo único que logré es que me hicieran una analítica hormonal, donde salió que tenía alta la prolactina y podría ser un poco de depresión post parto. No era cierto, tenía muchas cosas, pero no una depresión posparto.
El libro de Nohemi me ha ayudado a encontrar espejo en tantas y tantas cosas que sentí. Me ha hecho mirar atrás y ver de donde procedían mis miedos. Me dio cauce a poder entenderme, perdonarme y sanar parte de esa herida.
Antes de escribir esto hablaba con Pilar de Edulacta y le contaba todo esto, mientras me decía que no me preocupara, que ahora estoy mucho más empoderada. Y efectivamente es así. Esta vez es diferente por completo. La persona que soy ahora con todo lo que pasé en estos siete años es completamente diferente. La Eva de treinta y cuatro no es la Eva de veintisiete. Y valoro cada rastro de mi experiencia porque eso me ayuda a definirme como soy.
La maternidad es estar sola. Demasiado sola. Luego se extrañan que hagamos tribu virtual. Nos tachan de locas algunas. Otras de raras, de naturistas, de secta… Pero es la puerta que tenemos para encontrar refugio a esa incomprensión que nos rodea y esa falta de apoyo afectivo que nos encontramos.
Leer “Maternidad sin tabúes” de Nohemí ha sido una luz dentro de las sombras. Una lectura más comprensiva de mi propia alma y el de tantas mujeres, dejando a un lado los juicios destructivos.
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