Yo también he caido en la trampa. Y sino, mirad lo que escribía el 20 de febrero de 2008 de él en mi anterior blog:
La sociedad norteamericana quiere un cambio de verdad. Necesitan respirar aire nuevo y tener un nuevo líder que les devuelva la confianza y les asegure la paztanto en el exterior como en el suelo norteamericano. (...) Y ahora mismo, sólo Barack Obama puede representar (...) esos valores.Ese era yo. Un engañado. Un esperanzado. Uno que creía que el "cambio" era un hecho y no una mera palabra. Y aquí estoy ahora, avergonzado de haber caido en la trampa. Enrabietado por sentirme engañado. Dolido por las falsas esperanzas creadas en poblaciones necesitadas que se han ido con el viento.
Estados Unidos necesita un nuevo presidente que rompacon la política exterior que los republicanos han impuesto y que tanto daño han hecho al país y al mundo en general. Deben abrirse las puertas al diálogo directo y sin condiciones previas con Irán, Cuba, Corea del Norte, ... Y parece que la única opción para alcanzar esos objetivos es Barack Obama.
Me tomaron el pelo. A mí y a otros muchos millones de personas del mundo. La palabra "change" nos dio esperanza. Se necesitaba algo de luz en un mundo abocado al desastre, dirigido por el tonto con mayor poder de la historia reciente (y puede que no tan reciente). Y Obama entraba dentro del perfil de la palabra "cambio": no era blanco (tampoco negro), había tenido una infancia difícil (fue abandonado por su padre, tuvo sus más y sus menos con las drogas), había dedicado parte de su tiempo a los más necesitados en Chicago, era considerado un intelectual y consiguió de la nada llegar hasta Harvard y dirigir el Harvard Law Review, siendo su primer editor negro. Sin enchufismo, sin ser hijo de condes ni de duques ni de Rockefellers, ni de Trumps... vamos, un tipo cualquiera. O eso dicen, porque ya no me creo nada. A saber cómo es su historia de verdad. El caso es que nos vendieron al héroe de esta época. No al caballero que rescata a la princesa del castillo, ni al militar de guerra manco y desarmado que consigue derrotar al enemigo, ni tampoco al joven triunfador en Wall Street que tiene amasada una fortuna económica impresionante a los 30 años. Para nada, el héroe que se nos vendió era el tipo corriente como tú y como yo que, de la nada, consigue llegar a lo más alto en la escala de poder mundial. Ni más ni menos que ser Presidente de los Estados Unidos de América. La primera potencia económica mundial, el ideal occidental de libertad, democracia, bienestar y prosperidad moral y económica. Y eso cala hondo en la población. No ves a un Presidente (con P mayúscula) de la jet-set, sino a un presidente (en minúscula) cercano. Ves que el ser más poderoso del mundo ha llegado ahí por méritos propios. Te ves que tú también puedes llegar a conseguir ese ojetivo y los que te propongas. Votar a Obama era votarse a uno mismo, a la esperanza de poder llegar a lo más alto habiendo estado en lo más bajo, en la miseria. Se consiguió identificar a Obama con el yo de cada uno. Y no nos olvidemos del contexto: un mundo destrozado, desolado, dividido y desesperanzado por la política de terror de la Administración Bush. A poco que la cosa cambiara, ya era algo digno de elogio. Y eso se sintió cuando fue elegido presidente. Que las cosas iban a mejorar sí o sí, porque a poco que hiciera algo, ya merecería la pena. Y esto no solo se sintió en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Tal es así que se cometió una atrocidad: concederle el Premio Nobel de la Paz (la reputación del premio no ha podido caer más bajo). La última acción del Nobel de la Paz la conocemos todos. Entrar en Libia a asegurarse el abastecimiento de petróleo para prevenir problemas en la economía. Y todo por detrás de Sarkozy, Merkel y sus socios europeos, como quien no quiere la cosa, como si no fuera actor principal, sin dar la cara, para que parezca como que Estados Unidos no ha tenido nada que decidir en este asunto, para dar a entender que sí que ha habido cambio con respecto a la Administración Bush. Pero ahí está la OTAN, liderando esta nueva cruzada económica, declarada por la ONU, y respaldada por la moral(despojar a un dictador). Y ahí le tenemos a Obama, intentando ejercer de actor secundario en todo este asunto (a pesar del peso de la OTAN en la operación) y justificando la invasión argumentando que de no haber intervenido, Estados Unidos habría traicionado sus valores. Esos mismos valores que él atacaba cuando hacía campaña, que no son otros que intervenir militarmente en asuntos de política exterior. Y encima diciendo que el objetivo no era derrocar a Gadafi. Esto último merece no solo un post, sino un blog aparte. ¿Ha hecho algo bueno? Pues sí, y lo está haciendo mejor que Bush, por supuesto. Lareforma sanitaria era necesaria y otro pilar básico de su política era cambiar la regulación tan estricta y rudimentaria de inmigración. Pero el problema no es que lo esté haciendo mejor o peor que Bush, sino que a la mayor campaña de marketing de la historia le está siguiendo la mayor decepción en masa de la historia reciente. Es lo que sucede cuando haces creer que vendes un producto milagroso y luego se ve que no era más que otro producto cualquiera, que mejora en parte el anterior defectuoso del que te querías librar. Lo dicho, la mayor campaña de marketing de la historia y ya se sienten los primeros síntomas de la mayor decepción en masa de la historia reciente.