La niña tímida Katharine Houghton Hepburn nació el 12 de mayo de 1907 en Connecticut, en el seno de una familia bienestante y con ideas liberales que fueron transmitidas a Katharine y sus cinco hermanos. Ella era la segunda y tuvo siempre una especial relación con su hermano mayor, Tom, cuya dramática muerte a los quince años, la marcó para siempre. Su padre, un conocido cirujano llamado Thomas Norval Hepburn, inculcó en sus hijos la importancia del ejercicio físico e hizo de ellos unos buenos atletas. Su madre, Katharine Martha Houghton, fue una mujer moderna para su tiempo que estuvo implicada activamente en los movimientos sufragistas y de derechos de las mujeres.
Katharine fue una niña a la que le gustaba correr y hacer ejercicio pero que huía de la presencia de otras niñas hasta el punto de saltarse las clases siempre que podía. Fue por eso que sus padres le facilitaron formación en casa para reforzar esas constantes ausencias de la escuela.
Cuando tenía catorce años, Katharine fue matriculada en el Bryn Mawr College en Filadelfia donde consiguió superar parte de sus miedos y se lanzó al vacío estudiando interpretación y participando activamente en las obras del grupo de teatro universitario.
La zarina de la escena
En 1928, después de graduarse, Katharine se fue a Baltimore para conseguir un papel en “La Zarina”, una obra de teatro dirigida por Edwin H. Knof quien le dio un pequeño papel. A finales de aquel mismo año se casaba con Ludlow Ogden Smith mientras continuaba buscando su lugar en la escena teatral. Lugar que encontraría en Broadway con su aparición en A warrior’s husband. Corría el año 1931 y su éxito llegó a oídos de los responsables de la RKO quienes le dieron el billete de entrada en Hollywood.
El veneno de la taquilla
Doble sacrificio, rodada en 1932 fue su primera aparición en la gran pantalla, a la que siguieron papeles inolvidables en Mujercitas y Gloria en un día. Mientras Katharine Hepburn disfrutaba de sus primeros años de éxito, en lo personal, se separaba de su marido.
Pero aquella buena fama fue declinando de manera inexplicable hasta que sus películas hoy consideradas joyas del séptimo arte como La fiera de mi niña, fueron un auténtico desastre de público. Su fracaso en Hollywood que le valió el apodo de “veneno en la taquilla” le obligó a volver por un tiempo a Nueva York, a las tablas de los teatros de Broadway. Allí volvió a recuperar el reconocimiento de crítica y público con su participación en Historias de Filadelfia, una comedia que le permitió desvincularse definitivamente de la RKO y volver a Hollywood de la mano de la Metro Goldwin Mayer.
La consagración de una estrella
Los años cuarenta fueron un tiempo dorado para Katharine Hepburn no sólo en lo profesional sino también en lo profesional. Tras mantener un breve romance con Howard Huges y con Jonh Ford, la actriz iniciaría una relación sentimental que no la llevaría al altar pero que duraría décadas. Spencer Tracy, un hombre casado, no sólo actuó a su lado en muchas ocasiones sino que fue posiblemente el gran amor de su vida. De hecho, la última cinta que protagonizaron juntos, Adivina quién viene esta noche en 1967, no pudo nunca ser vista por Katharine pues poco tiempo después Spencer Tracy fallecía dejándola desolada.
La reina de África, sus interpretaciones de grandes personajes históricos o sus papeles en recreaciones de clásicos de la literatura la consagraron como una de las mejores actrices de la historia de Hollywood y una de las pocas que huyó del papel de muchas artistas convertidas en iconos sexuales y modelos de belleza. Con su apariencia andrógina y su gran estilo llevando pantalones, se ganó al público y a la crítica más allá de su aspecto físico.
En 1933, 1967, 1968 y 1981 Katharine Hepburn conseguía alzarse con el máximo galardón del mundo del cine por sus papeles protagonistas en Morning Glory, Adivina quién viene esta ñoche, El león de invierno y El estanque dorado. Pero ni en estas ocasiones ni en las muchas otras en las que fue nominada apareció por la gran fiesta de Hollywood a la que consideraba frívola y alejada del rigor que ella creía que debería tener un galardón de cine. Solamente aparecería una vez para entregar un premio y lo haría vestida con un pijama. El glamour nunca fue algo que una de las reinas del estrellato quisiera que fuera con ella.