La mejor agenda de tu vida
Parte de los Padilla Marrero en acción.
En mi familia somos de parar poco la pata. Mis amigos y amigas suelen sorprenderse del grado de novelería de mis padres, que tienen una agenda digamos que muy movida. Cuando la gente cercana se percata de su rutina, el comentario casi siempre es el mismo: “¿No están mayores ya para eso?”. A ellos, por supuesto, se la refanfinfla. Con una semana tan intensa, lo menos que se pueden permitir es atender ese tipo de críticas.
Los lunes se quedan recogidos, porque el fin de semana ha sido muy duro. De todas formas, si no han tenido hijos ni abuela el domingo, a veces cae un paseo y un picoteo. Llega el martes y ya están recuperados, así que toca playa por la mañana, pasar por el súper y, al caer la tarde, ir a cenar algo por ahí. De hecho, los martes han sido proclamados por mis padres como el día oficial de la salida a picar. Desconozco las razones objetivas, pero es así.
El miércoles y el jueves son dos días de tránsito y adaptación hacia el fin de semana. Toca ir a la playa por la mañana, almorzar por ahí, preparar comida en casa para atraer a sus hijos, caminar por La Laguna, arrastrar a mi padre a las oportunidades de El Corte Inglés o visitar a la abuela, entre otras actividades. De vez en cuando, mi madre practica uno de sus deportes favoritos: telefonear a una casa en venta para ir a verla. Ella decidió invertir en vivienda no para echar raíces, sino para visitar toda la oferta inmobiliaria de Tenerife. Ahora, aunque ya tiene una, no ha logrado quitarse el vicio y de vez en cuando echa una llamadita.
Siempre he dicho que los brasileños tienen el Carnaval de Río, los alemanes el Oktoberfest y mis padres el viernes. Tienen unos amigos que son más o menos como ellos, bastante noveleros, y ese día, el último laborable de la semana, se reúnen para salir a comer, celebrar un cumpleaños o simplemente cenar en casa de alguno y festejar hasta altas horas de la madrugada. Hoy por hoy, lo normal es que lleguen a casa mucho más tarde que yo a la mía.
El sábado se levantan un poco más tarde, van a la playa, dan un paseo y pasan por el mercado antes de volver al nido, donde vaguean el resto de la tarde. Tienen que descansar para el domingo, el día de los hijos y la abuela. Siempre que podemos, allí estamos prestos para despedir la semana que termina acompañados por la familia y –muy importante– por la comida y el vino que nos ofrece mi padre. No es gorronería, sino amor alrededor de una mesa.
A punto de entrar en los cuarenta, empiezo a sentir la llamada novelera de la familia. La llevo ahí, latente, desde el día en que nací. No se lo he contado, pero mi madre, embarazada de mí, se puso de parto la noche de un sábado, en La Laguna, de jolgorio entre Artillería la nueva y Artillería la vieja. Hoy, casi cuatro décadas después, solo espero tener dentro de otras dos el mismo empuje y ganas de vivir que ellos, los incombustibles Padilla Marrero.