Se acomoda en la silla y toma un primer sorbo del café recién hecho, al tiempo que elige un cigarrillo de la pitillera, que enciende justo después de dejar la taza humeante sobre la mesa. Con la primera calada al cigarrillo, dirige la bocanada de humo y su mirada a las personas reunidas en aquel espacio abierto. Es una mañana de diciembre fría y húmeda, aunque él no pueda sentirla. Una mañana de un día de Navidad que hace reflejar el cansancio en los rostros de aquella, al menos para él, peculiar reunión.
Se sonrié al pensar en su poder de convocatoria. La verdad es que esta asombrado. Allí están el jefe que le había puteado tantas veces y el que le enseño tantas cosas. Hablan juntos los compañeros que odiaban ni siquiera pedirse un folio, y ocupa un rincón triste el único que siempre podía hablar con todos en las fiestas. Otro sorbo al café y otra calada al cigarrillo para recordar tantas horas de oficina y tan pocas de conocer a la gente que le rodeaba. Todo fue un poco lunes, un poco volver siempre de la vida hacia una mesa con pantalla, apenas resumido en un “¿Qué tal todo?” acelerado en encuentros junto a la máquina de café que nunca tenía a Clooney o Malkovich cerca. Así lo decidió, pero el cigarrillo le supo triste al ver a aquel tipo en el rincón.
Por ahí andan también la mano que Dios, o más bien la genética, le había dado, con el nombre de familia. Cartas de póker con nombre de primos, tías, sobrinos…. gente que probablemente jamás habría sido de su interés (y tampoco al contrario) si la baraja no le hubiera marcado como pariente. A la izquierda de todos su padre, probablemente con tanto dolor como desconocimiento de su origen. El odio hace enfriarse al café, o más bien congela las entrañas. Extraño tiempo y sitio para aparecer. Truco de mago borracho, de ilusionista barato. Desde la mesa observa a su madre, al lado del gran pequeño hombre. Tan lejos siempre desde que decidió su sitio. Siente un escalofrio. Le gustaría correr hacia ella y refugiarse, como si tuviera aún 6 años y la vida se hubiera ido a la mierda porque se había roto el Geyper Man o una gota de sangre había aparecido al caerse por correr demasiado. En algún lado habia guardado una sonrisa de aquellos tiempos, pero para ser una sonrisa… lloraba demasiado al verla.
Se obliga a cambiar la mirada, y ve a sus amigos. Buena gente. Allí están sus primeros pasos en la plaza, los goles regateando los columpios. Taconazos y fintas en tardes de junio polvorientas. Las primeras salidas a descubrir Madrid, los primeros apretones de manos, los primeros recuerdos de probar tantas primeras cosas, los auténticos “no te fallaré”. Están tan viejos como eran cuando le escuchaban las desgracias y los errores y tan jóvenes como cuando conquistaban el mundo a base de mil sueños. Hay notas con dibujos sobre profesores y teléfonos apuntados, letras de canciones aprendidas y nunca bien cantadas. Apaga el cigarrillo mientras siente cada abrazo dado.
Y está ella. La de las tardes de sofá sin hacer nada, la de los besos bordados, las caricias listas, los deseos cumplidos, los sueños ciertos. La de los ojos que sonrien, los brazos que abarcan mundos pequeñitos pero con sentido, las manos que transportan, las piernas que se siguen. Ella, la de todos los motivos, todas las certezas, ojalá todas las vidas.
Ahí delante, ocultados tras un café y un cenicero, está su vida. En una mañana de Navidad fría y distante. Los últimos sorbos de café saben a ocasiones perdidas, a palabras dejadas en el bolsillo por orgullo, rencor, o por envidia. A decirle a Fulano cuanto le echaba de menos, a Mengano cuanto le hubiera gustado tenerle cerca, a tantos cafés, cervezas o vinos no tomados para simplemente otorgar una sonrisa y recibir calor, cariño, compañía. Y sin embargo, siente que mereció la pena. Que su paso por la vida dejo momentos gloriosos y derrotas justas, algún combate nulo y noches eternas hasta que el amanecer las convirtió en recuerdo. Ahí delante su vida. Al fin y al cabo todos estuvieron todas las navidades hasta esta. Unos las hicieron felices, otros posibles, algunos tristes, pero todos formaron parte de ellas. Todos fueron el fantasma de las navidades pasadas, porque todos han existido.
Sonrie. Apura el último poso de café, apenas un par de gotas, y mientras se levanta y alisa su traje nuevo de fantasma y se aleja de su propio funeral y de la mañana fría de diciembre, piensa que puede que no hayan sido las mejores navidades de su vida, pero que seguro que serán las mejores navidades de su muerte.
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