Melchorita Saravia Tasayco (1897-1951)
Melchora Saravia Tasayco, llamada "La Melchorita", nació el 6 de enero de 1897 en el pueblo de San Pedro de Grocio Prado, perteneciente a la provincia de Chincha, Ica. Sus padres fueron don Francisco de Sales Saravia Munayco y doña María Agripina Tasayco Rojas, fue bautizada el día 9 de enero de 1895 en la Parroquia de Santo Domingo de Chincha. Su familia fue muy humilde y estaba dedicada al tejido.
Desde los cuatro años mostró inclinación a ir a la escuela, pero su madre, no se lo permitía. Entonces ella agarraba todo libro que podía como queriendo aprender, pero en igual modo tenía que dejarlos porque no le enseñaban a leer. Desde pequeña aprendió a trabajar en la artesanía del tejido; elaboró canastas, petates, bolsos y esteras con caña, totora, junco y carrizo.
Más bien, en lo que aprovechó antes de ir a la escuela fue en aprender las oraciones y catecismo porque eso sí le enseñaron su padre y su madre. Y dado su gran deseo de aprender, pronto los supo de memoria y se aprovechaba de ellos para sus rezos. Debido a la pobreza que los aquejaba, Melchora desde su juventud tuvo que ocuparse en las ocupaciones del hogar, en el cuidado de sus hermanos menores, etc. A medida que iba creciendo en edad aprovechaba las oportunidades para reunir a los niños y jóvenes para hacerles rezar el rosario y enseñarles a dominar el catecismo. Todos los días domingos muy de madrugada acompañada de sus padres se dirigía a Chincha Alta para asistir a la misa de las 4 de la mañana.
El 15 de agosto de 1924 el presbítero, Miguel Gamarra del convento Franciscano de Ica admitió a la joven Melchora al noviciado de la Tercera Orden Franciscana en Grocio Prado. Posteriormente en las Actas de la hermandad aparece nombrada para el cargo de consejera o discreta vicaria del Culto el 31 de enero de 1946. Su vida campesina, sencilla, humilde, caritativa y sacrificada por Dios y por el prójimo la comprendía gráficamente sus vecinos así: "Era una niña muy buena. Su vida era: De su casa a la Iglesia de la Iglesia a su casa, a todos hacía el bien". Dios parece haberle complacido en sacar del anonimato a un alma sencilla, del pueblo, del campesinado criolla, de esa gente tan sufrida y tan frecuentemente despreciada y maltratada, para manifestar una vez más, que, ante Dios, lo que vale no son las riquezas, no los títulos de nobleza o alta alcurnia, sino la virtud y la sanidad. Con su amor a la Eucaristía fue desarrollándose en una gran amor a la riqueza de alma y cuerpo, una clara conciencia de sus deberes religiosos para cumplirlos estrictamente y un gran horror el pecado mortal. El centro de la vida de santidad de Melchora Saravia, fue su fe en el ministerio de la eucaristía, la presencia real de Jesucristo en la hostia consagrada y esa fe en el santo sacrificio de la misa la lleva a entregarse con toda su alma a la contemplación de eso misterios y a sacrificarse por amor a Jesús; de ahí su acendrado afecto a la Santa misa, su ardiente amor a la Sagrada comunión, su desvelo por la limpieza y ornato del templo, su respeto y veneración al sacerdote.
Tenía una especial devoción al divino Niño de Belén y cuando hubo oportunidad comenzó a armar en la parroquia el nacimiento del Niño Dios, arreglándolo muy bien. También en su casa armaba el nacimiento exteriorizando así su amor y devoción. Y es voz corriente en el pueblo que algunos años antes de su muerte brotaba de un pequeño huerto una hermosa flor que no se conocía en la región y que aparecía al regresar de la Misa de Noche Buena y que al morir ya no volvió a aparecer dicha flor.
Era también muy grande su devoción a la Virgen Santísima, en su honor rezaba todos los días el Santo Rosario. También dedicaba todo el mes de mayo a honrar a la Virgen y desde que ingresó a la Tercera Orden Franciscana tuvo una gran devoción a su Seráfico fundado San Franciscano, cuyo espíritu trató de hacerlo propio y cuyos ejemplos de virtud trató de imitar lo más perfectamente posible. A medida que era guiada por el Espíritu Santo; se le abría el corazón a la esperanza practicando esa virtud en grado eminente, practicó en el más excelso grado de caridad, que es el vínculo de la perfección. Buscó y trabajo con insistencia para que hubiera algún padre que fuera a Grocio Prado para celebrar Misa los Domingos y lo consiguió. Ella misma puso en práctica lo que aconsejaba a los demás, evitando los peligros de pecar, por eso huía de la ociosidad, madre de todos los vicios.
Muy espiritual, desde niña visitaba los templos de Chincha y San Pedro. Supo aunar en su vida oración y trabajo, al tiempo que se proyectó en una comprometida acción social y caritativa. Fue terciaria franciscana y se impuso como deber el visitar a los enfermos y socorrer a los pobres. A su humilde vivienda acudían cientos de personas en busca de consejo, ayuda física y vigor espiritual. Construyó en su casa una ermita como hiciese la pionera Rosa en Lima dentro de su casita de cañas. Todavía queda su tosco camastro en el que se recuestan los devotos en espera de algún favor y milagro.
Acerca de la virtud de la paciencia y aceptación del sufrimiento, refiere Marcela Rivera que visitándola antes de ir al nosocomio en su última enfermedad dio muestra de horror al ver su pecho que era una llaga viva y al darse cuenta del efecto que le causó le dijo "Que sería si vieses mi espalda" sin embargo no se lamentaba y se mostraba serena. El propio médico, al observar que su mal era cáncer y que uno de los senos tenía necrosis quedó maravillado de que padeciera tanto sin quejarse, admirando su heroica fortaleza.
Ingresó al Hospital San José de Chincha el 1 de octubre de 1951 con diagnóstico de cáncer al seno y fue instalada en una sala de pago; dada a su condición humilde no tenía dinero para pagar la pensión por lo que la Superiora de las Religiosas del hospital movida de compasión dispuso que preparen un cuarto aislado y allí la colocó, desde que quedó instalada; el hospital se convirtió en el jubileo a donde comenzó a fluir toda clase de personas a visitarla quienes le dejaban limosnas, de suerte que al ver que se había acumulado una regular cantidad, se pensó que se podía hacer frente a los gastos necesarios para devolverla a la sección de pagantes, pero al proponerlo a Melchora ésta no quiso diciendo que allí estaba bien y quería morir como pobre. Poco antes de su fallecimiento, la superiora autorizó que la Comunidad de Religiosas asistieran al cuarto de la enferma y rezaran el Santo Rosario y se notaba por ciertos gestos que ella lo seguía. Al terminar de rezar, fallece a las 7 de la noche del día 4 de diciembre de 1951.
Al día siguiente se realizó el entierro, el cortejo fúnebre partió de Grocio y como no había cementerio hubo que llevarla a enterrar a Chincha. Sin que mediara propaganda especial, por la forma de santidad que se iba extendiendo comenzó a fluir gente de Grocio Prado, todos los días suelen acudir visitantes a la casita donde vivió la Sierva de Dios y sobre todo el 6 de enero fecha de su nacimiento, acuden tanta gente no sólo de las ciudades y pueblos comarcanos, sino de los diferentes y más alejados departamentos de la República. Refiere Josefa Flores Vda. de Poicón quien compraba, los sombreros que tejidos por Melchorita, mas estando ésta grave en el Hospital le sucedió un caso al que Josefa no dio importancia, pero después al averiguar las circunstancias quedó muy sorprendida. Sucedió, que caminando Josefa Flores por las calles de chincha se encontró con la paciente y abrazándose esta le dijo: "Estoy enferma. Recién salgo del hospital me quieren llevar a Lima, pero mi situación no lo permite. No dejes de ir a la casa, si no me encuentras a mí, ahí mi hermana Eusebia" y le entregó un sombrerito diciendo que "Era el último, que ella no tejería más". Y respecto a sus dos hijos que estaban enfermos y pensaba llevarlos a Lima le dijo: "Que tuviera paciencia, que sanarían", y así sucedió.
Su tumba se ubica en la sección Santa Elena (C-33) del cementerio de Chincha.
Luego de varios años, la diócesis de Ica ha elaborado el expediente para el proceso de beatificación y canonización a través de los testimonios de las personas que la conocieron, recogiendo documentación que manifiestan su vida cristiana y su fama de santidad. La beatificación de Melchorita, una mujer de pueblo, de familia pobre y trabajadora, lleva un mensaje que la santidad se puede vivir en cualquier estado social y particularmente en el caso de ella dentro de su familia. Ella se santificó sirviendo y colaborando mucho con la comunidad parroquial. Era la primera que ayudaba a la gente, enseñaba el catecismo, es decir, era una persona pobre pero generosa. Estaba muy cercana a las familias, a las personas, unía a los que estaban divididos, llevaba la paz a los hogares, animaba a la gente que atravesaba momentos difíciles, y todo el mundo confiaba en ella. Es un ejemplo de vida cristiana en un ambiente pobre y sencillo.
Fotos gentileza de Rubén Enzian y de Fabriciocariñosos - CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=42597916
Datos del P. Jorge Cuadros y https://es.wikipedia.org/wiki/La_Melchorita