"Pedimos vodkas con limón y nos los bebemos como si fuera zumo de frutas. Glup, glup, con qué alegría se precipita el líquido por nuestras jóvenes gargantas. Bebemos sin mesura, despreciamos la previsión como la peor de las enfermedades degenerativas y nos complace hacerlo. Ya encontraremos a quien nos invite a más, y si no, siempre queda la opción de rebañar los restos de cubatas que alguien descartó sobre la barra.
El aburrimiento es sin duda el peor de nuestros males; la fantasía, la droga más poderosa. El resto de sustancias, meros sucedáneos que se exacerban al contacto con nuestra imaginación. Nos drogamos, todo lo que podemos: ese es el límite. Mientras, el destino nos extiende sus brazos elásticos como telarañas, donde miles de vidas por suceder pueden quedar pegadas.
Bárbara Blasco (1972) es una escritora y periodista valenciana que fue coautora de varios libros antes de debutar en solitario con la novela “Suerte” en 2015. “La memoria del alambre” (Editorial Che Books, 2018, reeditada por Tusquets en 2022) no es la primera de sus tres novelas publicadas hasta ahora, tampoco la última, la que en 2020 se hizo con el Premio Tusquets (“Dicen los síntomas”).
La trama a grandes rasgos sin spoilerAsí empieza “La memoria del alambre”: "Qué distinto se ve el siglo XXI desde el siglo XX", con esta frase, seguida poco después por esta otra "Qué distinto se ve el siglo XX desde el siglo XXI". Y así se mueve esta historia del siglo XXI al XX y del XX al XXI, a través de los capítulos, a través de las palabras de una de las dos amigas inseparables que vivieron a tope la movida valenciana de los ochenta, cuando aún sonaban las guitarras en las discotecas justo antes de que la música de mákina y las drogas sintéticas de la ruta del bakalao lo invadieran todo. Catorce años, alocadas, atrevidas, insensatas, inconscientes, descontroladas, haciéndolo todo juntas, a pares, queriendo comerse el mundo juntas, saboreándolo todo, experimentándolo todo. Una amistad que podría haber sido para siempre si un tren no se hubiera llevado por delante la vida de Carla, la más intrépida de ambas, de eso hace ya veinticinco años.
La que logró sobrevivir a aquello, que también es la narradora (en ningún momento conoceremos su nombre), recibe un email de la madre de Carla, pidiéndole que le cuente cosas de su hija, lo que solían hacer juntas, si estaba enamorada cuando murió, si sufría, le pide que comparta con ella todos los recuerdos que tenga de aquel verano fatídico y de aquella noche que se tragó a Carla para siempre.
Me asaltan los recuerdos de adolescencia, recuerdos que han permanecido dormidos en algún pliegue oscuro de mi memoria y que despiertan de pronto aturdidos, como tras un largo coma. Quieres saber qué pasó entonces, como si entonces no fuera una ficción, un tiempo imaginario, imposible de localizar entre la infancia y la edad adulta. Un limbo sin coordenadas fijas al que no sé bien cómo regresar, del que no sé bien cómo salir.
Y se alternan capítulos de dos periodos temporales distintos: -- Por un lado, los recuerdos del pasado que conforman la trama de las vivencias de las dos adolescentes, sus andanzas en el instituto, las primeras citas con chicos, el despertar de la sexualidad, las salidas a bailar a las discotecas, los primeros roces con las drogas, las pastis y el alcohol.
-- Y por otro lado, capítulos del presente en los que la narradora cuenta cómo es su vida actual formando parte de la orquesta Maravillas, un grupo de música pachanguera que en realidad la avergüenza, un grupo de esos que durante el verano van de pueblo en pueblo cantando canciones de Bisbal, Carlos Baute, y lo que se tercie. No se siente orgullosa de lo que cantan, no, y no puede evitar compararla con la genial música ochentera que escuchaban sin parar Carla y ella.
Pero los recuerdos que salen a la luz no son todos agradables, ni únicamente nostálgicos, porque hay dudas que nunca desaparecieron y la hipótesis del accidente siempre ha estado alternando en su cabeza con la del suicidio, siguen quedando demasiadas preguntas sin respuesta, y demasiada culpa.
Siempre hablaron de accidente, del accidente de Carla, bajando el tono, como si hubiera niños cerca, opacando la frase, cubriendo con una sábana de cortesía la violencia de aquel acto.
Los puntos fuertes de la novela
● Una magnífica ambientación: la novela está ambientada en Valencia (aunque no se prodiga demasiado en nombrar calles ni lugares) y describe el ambiente fiestero de la ciudad durante los ochenta. A mí, personalmente me encantan las tramas que discurren en esa época, me inundan de nostalgia, es como si leyéndolas fuese posible regresar a aquellos momentos, a aquellos maravillosos años, aunque solo sea a través de la lectura, a través de mi memoria y de mis recuerdos. Eran tiempos de mods, con sus mini corbatas negras, sus flequillos volátiles, sus gabardinas de paño, también de punks y de rockers (¡qué recuerdos!)
Te diré que el mundo era mucho más sencillo entonces: se dividía en pijos, en rockers, en mods, en punks. Compartimentos estancos y bien definidos. Los mods odiaban a los rockers, los rockers odiaban a los punks, los punks odiaban a los pijos, los pijos odiaban a todos los que no fueran pijos. Nosotras escogíamos tribu en función de lo mucho o lo poco que nos favoreciera el estilo. Nos cardábamos el pelo, nos gustaba el cuero por rudo, por suave, por inalcanzable, los pañuelitos de topos anudados al cuello, las medias de red transgresoras.
Estoy de acuerdo con la autora cuando expresa que tenemos tendencia a mitificar los años 80. Yo también lo reconozco, es cierto y creo que normal, porque fueron los años de nuestra adolescencia vivida con la intensidad con la que supongo se vivirán todas las adolescencias. También es cierto que las cosas y los tiempos desde entonces han cambiado mucho en algunos aspectos y a dios gracias. En los 80 por ejemplo, se sabía del bullying en los colegios, se conocían los abusos (de todos tipos, sexuales y no sexuales), pero se normalizaban, se veían como algo natural y no pasaba nada, no se hablaba de ello. En esta novela hay mucho abuso y mucha aberración.
● Los dos personajes principales, los de las dos chicas, están muy bien perfilados y ambas, sus vivencias, conforman una fotografía bastante fidedigna de lo que en general viene siendo la adolescencia, de la amistad entre chicas en esa complicada e irrepetible (en el buen sentido y en el mal sentido) etapa en la que se crean lazos especiales e indestructibles y solo se piensa en bailar hasta desfallecer, tu música, esa que perdurará por siempre en tu cabeza, y que marca cada instante de todo lo vivido.
Y cuando acaba, bailamos otra, y otra, y una más. Perdemos la cuenta, perdemos la noción del tiempo y hasta de dónde vienen las luces de colores que dibujan caracolas intermitentes, verdes y azules, en el rostro de Carla, en mis manos, haciéndome creer que podemos existir y dejar de existir, para volver a existir de nuevo.
Entre dos buenas amigas, suele haber una que lidera, que decide, que domina y otra que es más acomodaticia. En este caso también. Carla es la jefa, la que manda y la otra, la sumisa, la que podría seguirla hasta el fin del mundo si se diera el caso.
Sé exactamente lo que piensa Carla, lo que siente Carla, lo que Carla calla. No me importa ser su sombra, diluirme en ella hasta desaparecer, del mismo modo que los peces abisales se tornan transparentes en el fondo del mar. De verdad que no me importa seguir siempre su plan, por oscuro que sea.
● La novela rezuma música ochentera por todos sus poros, eso me ha encantado. Mientras lees, suena en tu cabeza el grupo Paraíso (el primero declarado pop en la movida madrileña y que tras su disolución se convirtió en La Mode), The Cure, Radio Futura, Alaska y los Pegamoides, Nacha Pop, Hombres G, etc. Os cuento que, respecto a la música, yo sí creo que hemos perdido y estoy de acuerdo con la protagonista cuando dice que la de los 80, era mucho mejor que la de ahora, aunque yo no soy tan drástica como ella.
No se trata de nostalgia. Leí un estudio de la universidad que confirmaba que la música había empeorado en los últimos años empíricamente. Tras analizar cientos de canciones con un programa informático, los investigadores habían llegado a la conclusión de que la música actual es más previsible, más homogénea y con menos sonoridades que la de hace unas décadas. Que las melodías de ahora tienden a parecerse más entre ellas.
De hecho, cuántas veces me he dicho y me digo a mi misma, que ya no se hace música como la de antes. En esta novela, se critica duramente la música moderna, la de hoy en día.
Vivimos en un mundo cada día más idiota en cuestiones musicales. Los productores ofrecen mierda en lugar de canciones, mierda hidrolizada, envasada al vacío, perfectamente empaquetada, pero mierda al fin y al cabo. Y el público medio, esa costumbre hecha animal, consume con fruición su mierda, y demanda puntualmente más dosis. El marketing se ha convertido en el vademécum de la mierda; las discográficas, en grandes empaquetadoras de mierda; las radiofórmulas, en enormes ventiladores para salpicar toda esa mierda. La publicidad, en la coartada emocional para que su olor nos resulte familiar, como si proviniera de nuestro propio retrete. Y todo el mundo contento: no tendremos música, pero ¿a quién le importa la música cuando está hasta el cuello de mierda?
● El título es muy sugerente, está ahí por algo, tiene su significado, un significado que Bárbara Blasco nos explica, pero que se intuye entre las páginas: "La memoria del alambre" se titula así porque el alambre tiene memoria, una vez se ha torcido, por más que se trate de enderezarlo, vuelve por inercia a adoptar su posición maleada, en realidad es como una metáfora del paso del tiempo. Pasada la adolescencia, todos somos alambres torcidos”.
Después de leerla todo cobra sentido:
El alambre posee memoria. Una vez doblado tenderá a su posición combada, no importan los esfuerzos que se hagan por enderezarlo.
● La prosa de esta autora es bonita, cruda y directa, me ha sorprendido que cuida mucho lo que dice y cómo lo dice, con un lenguaje que te atrapa desde la primera página y ya no puedes parar de leer. Una curiosidad: parece ser que en “La memoria del alambre” hay historias inspiradas en cosas que le pasaron a Bárbara Blasco y a una amiga suya en la adolescencia, algunas pinceladas autobiográficas. Ella misma nos cuenta a propósito de su novela: "Ocurre una cosa extraña, y es que de tanto trabajar el recuerdo llegas a confundir la ficción con lo que realmente pasó. Al principio me asustaba. Decía: No tengo bastante con engañar a los demás con mis embustes, sino que además me engaño a mí misma. Me di cuenta de que al reconstruir esas historias estaba cambiando mi memoria, y eso me lleva a pensar que somos relatos, que somos lo que nos contamos a nosotros mismos, y nos vamos construyendo de esa manera". Resumiendo: “La memoria del alambre” es una magnífica historia de adolescentes, de amistad femenina, de pasión por la música, de abusos, de suicidio, una lectura que me ha resultado envolvente y adictiva, también muy interesante por el trasfondo de su trama. Una novela que sorprende por sus numerosos giros totalmente inesperados y un final a la altura.
Se camina hacia el futuro, pero se hace de espaldas, se avanza con el cogote y lo que uno divisa es el pasado, que va tomando formas finales, cada vez más completas
La devoro con fruición, termino de leer esta novela que me ha parecido redonda, perfecta y no puedo evitar decirme en voz alta, casi gritar, ¡dios, cómo me ha gustado! Y sé que voy a seguir de cerca a la autora
Mi nota esta vez es la máxima, para variar: