Revista Cultura y Ocio
Fue allá por el año 2006 cuando leí La memoria del barro, la novela con la que debutaba en el mundo narrativo Paco López Mengual, y recuerdo que aquellas páginas, desde el principio, me sorprendieron y me maravillaron: no sólo porque la historia que iba contando en ellas era atractiva, sino porque su estilo mostraba a un narrador de primera categoría, capaz de combinar la elegancia con el humor, la fidelidad histórica con la imaginación, lo literario con lo oral. Ahora, cuando la obra es oportunamente reeditada por La Fea Burguesía y la vuelvo a leer, me doy cuenta de hasta qué punto todo el universo narrativo de Paco López Mengual estaba ya escondido, camuflado, insinuado, en este breve tomo: aquí está el gusto por contar historias; aquí está la voluntad de que las ignominias del tiempo no sean olvidadas; aquí está el análisis del alma humana a través de las personas más humildes; aquí están la zumba, la ironía, la sonrisa, la retranca; aquí está la guerra civil; aquí están los ideales de justicia... Pero es que, hilando más fino, podemos constatar que en esta obra ya nos adelantaba incluso a algunos personajes, que irían apareciendo en sus libros posteriores: por ejemplo, cuando nos habla del bandolero Hilarito y del presuntuoso galán llamado El Querido, que luego han rebrotado en dos historias de su reciente volumen La pistola de Hilarito.En esta novela simpática, amena y profunda se nos habla de una figura religiosa, un Niño Jesús que esculpió Roque López, discípulo de Salzillo; y se nos cuentan las peripecias que atravesó esa figura desde su origen hasta la actualidad: cómo el conde de Floridablanca sugirió que le pusieran en la corona una flor de lis (homenaje a los Borbones); cómo Emilio Funes recibió con toda seriedad de manos de un párroco un documento donde éste le aseguraba una plaza en el Cielo; cómo la niña Elena Cornejo se enamoró de la belleza de aquel Niño y aprovechó el descuido de sus cuidadores para ponerle un anillo de compromiso en el dedo y besarlo en los labios; cómo una Virgen comenzó a tener la regla en una pequeña iglesia de la localidad, ante la estupefacción de clérigos y seglares... Mil anécdotas contadas con desparpajo, prosa excelente y buen sentido del humor, que mantienen en todo momento la atención de los lectores.Humor que, por cierto, también aparece en la figura de esa curandera que, para garantizar que una pareja tenga hijos, no tiene mejor ocurrencia que freír vello púbico de ambos en aceite de oliva. O en esa explicación que nos da cuando habla de la Cofradía del Santo Reproche, cuyos miembros reciben en el culo una escarificación cada vez que desfilan. Pronto corre el rumor de que rozándose con ellas se obra el perdón de los pecados, lo que da lugar a situaciones bien chocantes. Pero dejemos que sea el propio Paco quien lo cuente: “Corría entre las mujeres mundanas la quimera de que restregando su coño por una de aquellas flores de lis, podían purificar la parte más pecadora de su cuerpo; y es que basaban esta delirante práctica en el hecho de que las escaras, producidas por el fuego en el asiento de los penitentes, era cicatrizadas a base de agua bendita, recogida de las pilas de Nuestra Señora del Rosario. Que se sepa, al menos dos de los miembros de la hermandad fallecieron por acudir a las casas de lenocinio, sin esperar siquiera a tener secas las heridas. El roce de la flor de lis con la flora y fauna que habitaba en el sexo de estas señoritas produjo tal infección que les envió directamente al cielo”.Una novela para sonreír, para pasear por la historia de Murcia en los últimos doscientos años y, también, para aprender algunas lecciones de melancolía.