La Memoria y la cultura del olvido
- Andrés Vera Quiroz
Tódorov y Reyes Mate coincidieron por casualidad en Chile. Ambos visitaron el país para conversar y debatir en torno a la memoria y sus desafíos. No coincidieron en los espacios del debate, pero ambos concitaron gran interés y asistencia de público, especialmente jóvenes y de quienes sufrieron la represión. Además, expresaron opiniones que alientan los debates acerca del sentido de la memoria.
Por Andrés Vera Quiroz.
“El olvido está lleno de memoria” (Mario Benedetti)
En noviembre coincidieron sin querer, en Chile el lingüista, filósofo, historiador, critico literario Tzvetan Tódorov y el periodista y filósofo español, Manuel Reyes Mate, más conocido como Reyes Mate.
Reyes Mate ha publicado “La razón de los vencidos”, “Memoria de Auschwitz, actualidad moral y política” y “La herencia del olvido”, entre sus obras más reconocida. Podríamos afirmar que es un cultor de la memoria.
Reyes Mate visitó Chile en el marco del IV Congreso Iberoamericano de Filosofía y nos dejo un par de sentencias claras y debatibles en el campo de la memoria, la primera de ella, para avanzar en justicia y en sociedades reconciliadas, simplemente “La memoria abre heridas pero es necesaria”, interesante frase sobre todo sabiendo que viene de un español, país en el cual han tenido lugar procesos sociales complejos a lo largo de su historia: víctimas del franquismo, la guerra civil y las acciones de la ETA.
Y el español sigue profundizando respecto a la memoria y a la reconciliación, “la memoria es sólo el inicio de un proceso que tiene que acabar en la reconciliación. La memoria no sana nada, no es la respuesta definitiva a nada” y por tanto, “la reconciliación supone un reconocimiento de toda la sociedad, de la culpa. Los pasos son: memoria, reconocimiento de la culpa, arrepentimiento, solicitud del perdón y, el punto último, recuperación para la sociedad de la victima y del victimario”.
No es menor este circuito de etapas en sociedad europeas que han sido asoladas por dos grandes guerras mundiales y por otros conflictos de baja intensidad. Pero también advierte que es peligroso “que el cultivo de la memoria es importante siempre que se escape de los más lejos posible de la museización”, pues la memoria es mucho más, es la piedra angular sobre la que se construye el presente, y el peligro del museo o de cualquier monumento es el historicismo, es decir, dejarlo como un suceso del pasado.
Tzvetan Tódorov, el humanista radical invitado por la Universidad Diego Portales y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos estuvo en Chile a mediados de noviembre. Podríamos describir su visita como un gran privilegio para quienes pudieron escucharlo y compartir algunas palabras con él.
Todorov es un pensador interdisciplinar que se mueve al margen de los rígidos criterios de las especialidades. Estudia los mecanismos de la memoria y el olvido desde la observación del totalitarismo como trama de la lucha por el dominio sobre el otro. Pero como señalan diversos críticos, lo primero que hay que valorar en su planteamiento es su concepción de que el bien y el mal están en nosotros, en nuestro interior.
Expresa en una nota de prensa, “el mal y el bien radicales son escasos, la humanidad no se hunde por la falta de actos heroicos, sino por el olvido de actos mucho más elementales de ayuda”
Seguramente lo anterior tiene relación con que el ser humano no vive aislado, es antes que nada un ser social que vive en interacción con sus iguales y que además es formado por esta interacción. Por tanto, los valores superiores de una sociedad son también los valores sociales, y no estrictamente económicos. La economía debe subordinarse al bienestar y no al revés.
En ese sentido no cabe duda que critica la base de la diferencia entre héroes/víctimas por un lado y verdugos por otro. Porque las víctimas pueden convertirse en verdugos, como nos ha enseñado la historia muchas veces. Desde esa afirmación Todorov intenta observar la condición de posibilidad desde donde opera el mal, que está lejos de significar un campo difuso para las responsabilidades.
Advierte que si queremos luchar contra el mal deben asumirse las circunstancias que posibilitan que emerja. Y es ahí donde el filósofo sitúa la importancia de la memoria como lucha contra el mal.
Pero no se trata de hacer la construcción de la memoria común en base a relativizaciones. “Lo suyo es más un llamado a no olvidar que el mal no es una instancia metafísica, sino una práctica humana que produce sistemáticamente dolor, sufrimiento e infelicidad en los otros”. Y es ahí donde radica el ejercicio de la memoria como campo de disputa.
En Chile como experiencia, como en la de muchas otras sociedades se da lo que el filósofo nombra como la polarización entre el olvido y la justicia. La justicia reparadora es en la que los verdugos deben responder públicamente por lo que han hecho frente a sus víctimas y la sociedad de la que forman parte. En la construcción de la memoria no hay castigo, ni ajuste de cuentas, simplemente hay reconocimiento del mal y de sus responsables.
Rescatamos otra cita “la memoria en sí misma, la evocación del pasado, no es ni buena ni mala, todo depende del propósito que perseguimos con esa evocación. Cuando la memoria se aprovecha para la venganza, la autoproclamación, la obtención de privilegios, se puede hablar de abusos. Cuando se logra poner al servicio de la verdad y la justicia, el abuso desaparece”.
Todorov insiste en que no hay que olvidar y hay que delimitar responsabilidades a pesar que son las circunstancias las que producen el mal. Por tanto como expresa claramente en su obra Los abusos de la memoria, “la recuperación del pasado es indispensable; lo cual no significa que el pasado deba regir el presente, sino que, al contrario, éste hará del pasado el uso que prefiera. Sería de una ilimitada crueldad recordarle continuamente a alguien los sucesos más dolorosos de su vida; también existe el derecho al olvido”.
Por tanto debemos ser cuidadosos con la utilización del momento y del acto de recordar, pues es una navegación que busca esquivar dos escollos, con el riesgo permanente de ir muy lejos en una u otra dirección. Se han cometido muchos crímenes en nombre de la memoria o del pasado. Por ello, no existe un “deber de la memoria”. Por el contrario, en tanto ciudadanos de una democracia, tenemos un deber de verdad y un deber de justicia. Esos principios rectores nos deben guiar.
Diciembre 2012
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PARADOJAS DE LA MEMORIA (*)
por Eduardo Portella
En ningún momento se debe ignorar las pesadillas de la memoria, sus desgobiernos ideológicos, psicológicos, historiográficos, patológicos, al final de cuentas. Ella resucita crímenes antiguos y menos distantes, contra el individuo y contra la humanidad. Son los efectos perversos de la memoria, cada vez que es dirigida y puesta al servicio de causas criminales — presentes, pasadas y futuras. Esa memoria filtrada, dirigida, deriva de falsificaciones y fraudes interpretativos que nos conducen a la guerra — a la guerra de las memorias. Cada cual se apresura para disparar a su memoria contra el cuerpo y el alma del otro. Estamos ante la memoria considerada como peligrosa herencia, de imprevisible efecto retroactivo. Su gen ya está comprometido. El combustible preferencial de ese tipo de memoria ha sido el resentimiento y la culpabilidad, y se transformó en la bomba de tiempo que nutre el cólera de los resentidos y las venganzas auto denominadas justas.
Depositaria y guardiana de un pasado por lo tanto intocable, no pocas veces cloroformizada, esa memoria no olvida nada. Ni incluso sus fantasmas. No obstante todo, es el recorrido prolongado y sinuoso, conducido sobre circuito abierto einacabado.
Es en ese marco incierto en el cual emerge el problema del perdón. Jacques Derrida intenta alejarlo de las articulaciones de soberanía y poder, buscando limpiarlo de sus manchas autoritarias. Llega a afirmar que no hay perdón donde no se encuentra lo imperdonable. Su formulación recurre al énfasis: le pardon pardonne seulement l’impardonnable”.No es de extrañar si esa sentencia fuere recibida con reservas. Ella confiere al perdón una autonomía de vuelo que no estaba programada. Ahora la fuerza del perdón deviene de su libertad. El perdón es el olvido de los verdaderamente grandes. Por eso jamás cedió su lugar a la venganza de los pequeños. Con una diferencia sustancial: mientras que el perdón pertenece a la escala humana, la venganza se inscribe en el desorden de lo inhumano. Vale la pena recordar las palabras de Paul Ricœur, en su revelador La Mémoire, l’Histoire, l’Oubli, y admitir al perdón como el lugar de “conciliación de la memoria, de la historia y del olvido”. La propuesta de Ricœur es generosa, pero se percibe en todo momento, difícil. Conciliación, tolerancia, perdón, paz, parecen vocablos expulsados del diccionario humano.
EL perdón no llega a punto tal de librar de responsabilidad al agresor, ni cae en la elaboración frenética del estatuto privilegiado de víctima. Ese camino puede y debe ser recorrido por la memoria emancipada, inmune al partidismo y al revanchismo, sobretodo porque es sustentada éticamente. El escenario de esa peripecia histórica conviene que sea el nuevo internacionalismo de naciones ciudadanas, desplegado sobre el multilateralismo leal y recíprocamente respetuoso. La ONU debería ser el lugar memorable, donde la historia y la justicia, la igualdad veraz, pudiesen recorrer libremente la memoria y de la misma manera abrir paso al olvido. Sin la presión abusiva de los propietarios de la verdad. Ese trabajo, que en buena medida consiste en reprogramar las normas internacionales, depende mucho de nuestra capacidad de recordar y de olvidar.
En los tiempos de la globalización voluble y volátil, la memoria retrospectiva y la memoria prospectiva operan en zonas de turbulencia. El propio presente pierde la fuerza de antaño, y la extraterritorialidad se expande. Por eso nosotros estamos aquí para repensar: pensar y repensar los derechos y las obligaciones de la memoria. Y todo aquello que no es ni derecho ni obligación.
Eduardo Portella.