No voy a empezar esta historia contando cómo mataron a mi hija. Ni voy a limitarme a contar lo relativo a mi venganza. Aunque sé que es lo que ahora interesa a todo el mundo, para mí, esa historia de venganza es mucho menos importante que la historia de mi hija.
Si todos los libros que leí en mi vida han enseñado a esta mujer que no acabó sus estudios de secundaria hasta los treinta a juntar palabras con cierta armonía, y si al leer estas palabras alguien siente que ha conocido, no a mí ni a mi venganza, sino a mi hija Alegría, entonces decidirme a escribir este libro habrán sido decisiones acertadas
Paul Pen es un escritor madrileño (1979) que ya cuenta con cinco novelas en su haber. "La metamorfosis infinita" es la tercera que leo, y mi preferida sigue siendo la primera, que también fue una de mis primeras reseñas en el blog, “El brillo de las luciérnagas”.
Cuando supe que tenía novedad del autor a la vista, inmediatamente también supe que la iba a leer. De primeras, el título me parece precioso, pero lo es más aún sabiendo a lo que alude (hay que leerlo para comprenderlo) y ese subtítulo, me resultó un auténtico imán, “anatomía de una venganza”. Os cuento que no me considero una persona vengativa ni rencorosa con los que me hacen daño, porque estoy convencida de que la venganza al final es dañina, quizás más para el que la imparte, pero sí es cierto que en la literatura (también en las pelis y series de televisión) disfruto mucho con esas venganzas justicieras que encierran algunas historias como esta.
Y, aunque no estaba para nada planificado, me alegra publicar esta reseña sobre esta novela, en este día, el 8M, el Día de la Mujer, preciosa y maravillosa coincidencia. . .
Los puntos fuertes de la novela
Eso es exactamente “La metamorfosis infinita”, la planificación exhaustiva de la venganza de una madre a la que le han arrebatado de la peor y más dolorosa manera posible a su hija de 19 años, una madre que no entiende ni puede superar que a su hija la violaran y después la mataran unos descamisados en manada, porque sí, porque no tenían nada mejor que hacer ese día, porque iban hasta arriba de alcohol y se les fue de las manos. Una madre que no entiende que algo tan atroz, pueda quedar saldado con 12 años de cárcel cumplidos, y que después de esos 12 años, esos malnacidos salgan de prisión continuando con sus vidas como si nada. Y ¿Qué pasa con las otras vidas, con la que le arrebataron a su hija Alegría y con la de esa madre destrozada que ya nunca pudo volver a ser la misma?
¿Acaso existe sentencia más justa para un asesino que la que decide imponerle su víctima? A mí ese supuesto sistema judicial que imparte justicia me falló por completo. Nos ha fallado a mucha gente. Todas las víctimas de todos los asesinos que han existido en la historia de la humanidad seguirían vivas si se hubieran defendido matándolos. A veces, la única manera de responder a la violencia es con violencia —a lo mejor nos hemos pasado de la raya con tanta educación, tanto control, tanta vanagloria del perdón y de la caridad, condenando por defecto lo que no deja de ser una básica norma de supervivencia: matar al que te mata, o al que quiere hacerlo—.
Hay dos partes bien diferenciadas en la historia. En la primera, más o menos hasta la mitad del libro, la madre de Alegría nos cuenta como era su hija, desde pequeñita, cómo era la relación entre ellas, quiere que conozcamos a esa chiquilla que creció entusiasmada con los gusanos de seda y sus metamorfosis, con las mariposas, de hecho llevaba tatuada una en su hombro.
Cuando del capullo emergió, no el gusano que Alegría esperaba, sino una mariposa —en realidad una polilla, como ella misma me corregiría años después—, sus párpados se abrieron hasta donde alcanzaban y me miró con unos ojos que contenían para mí toda la belleza del mundo. La respiración se le detuvo con el pecho inflado, después de una súbita inspiración, arrebatada por una confusión inicial que enseguida se transformó en completo asombro. Incapaz de hablar, tan solo extendió su dedito para señalarme a la mariposa que se detuvo en una pared de la caja a extender sus pequeñas alas blancas. Ella se quedó mirándola con el parpadeo detenido, la respiración contenida, como quien observa un milagro.
Una chiquilla que se convirtió en una joven inteligente, bondadosa, carismática, empática, que se hacía querer por todos, pero que tuvo la mala suerte de ir a parar esa dichosa madrugada a un callejón sin salida que le condujo, de la mano de una violencia gratuita, a una muerte tan prematura como absurda, a algo que nunca tendría que haber ocurrido.
Morirse fue lo menos importante que mi hija hizo en su vida, aun cuando su muerte transformó la vida de tantas personas.
La segunda parte de la novela se dedica a desentrañar esa venganza cocinada a fuego lento y reposada durante años, pensada al milímetro, y a ir reuniendo los medios para poder ejecutarla coincidiendo con la salida de la cárcel de los cinco impresentables. Y para ello no estará sola, contará con la ayuda de cinco personas muy importantes en su vida y en la de su hija, por motivos de los que no os puedo hablar si no quiero hacer spoiler.
Se trataba de un plan que no podía llevar a cabo sola, sino que requería de la participación de ciertas personas. Personas a las que hoy considero mis otros hijos y que acabaron convertidas en protagonistas invisibles de esta historia de venganza cuya realidad nadie conoce. Así les prometí a ellos que sería, que protegería su identidad hasta el final. La verdad de lo que ocurrió solo quedará recogida en estas páginas que nadie leerá hasta que ni ellos, ni yo, existamos ya.
No es poco lo que ha conseguido el autor conmigo y con en esta obra, ha conseguido hacerme sentir el dolor, el odio, la rabia de esa madre, como algo propio, he empatizado totalmente con ella, me he unido a ella y la he apoyado en su venganza, en su rencor, la he comprendido y he deseado que consiguiera llevarla hasta el final, con todas mis fuerzas, con todas sus consecuencias. “La metamorfosis infinita” es una lectura bastante dura, por el tema que trata, porque todo nos suena demasiado, por desgracia. Una lectura que me ha enganchado desde el comienzo, y que además cuenta con varias sorpresas que no te esperas, muy acertadas y que aportan peculiaridad a la trama. Y no me refiero solo al final, que es impactante, sino a otros giros con los que te vas encontrando a lo largo del camino.
Me negué a ser la madre de una hija a la que matan a patadas y solo se queda mirando, maldiciendo lo ocurrido. Odiando sin actuar. Culpando al mundo, al sistema. No. Ahí mismo, luchando por mantener el equilibrio agarrándome al asidero del pasillo, prometí vengarme. Quizá en aquel momento aun creyera que la justicia sería aliada mía en la venganza. O que incluso me ahorraría tener que recurrir a ella. Aun debí pensar, ingenua de mí, que el sistema haría el trabajo sucio encerrando a los asesinos de por vida, alejándolos de una sociedad para la que resultaban peligrosos.
Curiosamente, Alegría es el único nombre real del libro, la madre no sabemos cómo se llama, ni falta que nos hace, y tanto a los cinco innombrables, “los Descamisados no tienen más nombre que esos: Criminal, Matón, Verdugo, Bicho e Idiota”, como a los que la ayudan en sus propósitos, ella les pone ciertos apodos que aluden a la relación directa de cada uno con su hija, para que sepamos distinguirlos y sepamos de quién nos está hablando.
Paul Pen escribe muy bien, incluso bonito, te suelta frases de esas que quieres recordar:
Ser feliz con lo que se tiene no significa conformarse, significa valorar lo que se tiene porque en cualquier momento se puede dejar de tener.
Quizá vivir no sea más que eso, mamá. Ser capaz de sonreír al final del día y sentirte medianamente contento.
Resumiendo: “La metamorfosis infinita” es una obra que aborda lo que ya sabemos, lo mal que funciona la justicia en general, pero sobre todo en materia de violencia de género. Víctimas que no quedan como tales sino como consentidoras, como si al final las culpables de lo que les ha pasado no hayan sido más que ellas mismas, por no haber intentado defenderse al temer por su integridad física, por haberse quedado paralizadas por el miedo, como si ellas se lo hubieran buscado por ir vestidas de una manera o de otra. Sentencias injustas para las víctimas y para sus familiares, con un sistema judicial que falla, que invita a no confiar en la justicia, asesinatos considerados homicidios, violaciones consideradas abusos.
Creo que todos nacemos con una preciosa mariposa dentro. Es nuestra responsabilidad dejarla volar.
Seguiré leyendo a Paul Pen, por supuesto. Mi nota esta vez es la máxima: