Revista Cultura y Ocio

La mierda de la ‘Tauroética’ de Savater

Publicado el 25 agosto 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Matar a un animal no es una forma de ver la vida, sino de afectar al mundo que nos rodea.

Sobre Fernando Savater tenía poco malo que decir: aun hoy me gusta su ironía y sus principales influencias; respeto su ética del deber y su concepción espinosista (rollos filosóficos, ya sabéis), su preocupación por las cuestiones nacionalistas e incluso la resolución que, él mismo, propugnó ya hace años acerca del vasquismo, que hoy podría acercarse sin excesivos remilgos al independentismo en Cataluña.

Sin embargo, como es habitual, igual que yo poco más sé de Spinoza que aquello de que nos regimos por los límites del cosmos, quizá Savater no tenga ni puta idea de perros, ni de gatos, ni de toros. Por el contrario, cuando no se sabe algo, algunos tenemos la modestia de cerrar el pico, y otros tienen la osadía de mirar por encima del hombro y sentar cátedra. Quizá por ello, me sorprendió ver cómo hace unos días traían a colación temas de tauromaquia y animalismo desde una perspectiva que jamás habría imaginado.

Por título llevaba Tauroética, y las frases que cobraban vida entre párrafo y párrafo asesinaban sin saberlo a muchos seres que habían sufrido la desgracia de nacer animales (no humanos) en el lugar equivocado. Sobre ello, Renzo Llorente, profesor de filosofía en el campus de Madrid de la Saint Louis University, escribía una refutación muy lúcida (Tauroética de Fernando Savater: una aproximación crítica) a la cual, si tenéis interés, recomiendo que le dediquéis unos minutos.

Fotografía de Fernando Savater para un artículo de La Vanguardia sobre el 11-S, También se realizó una entrevista para La Contra a finales del año 2012.

Fotografía de Fernando Savater para un artículo de opinión de La Vanguardia sobre el 11-S, También se le realizó una entrevista para La Contra, que llegó de la mano de Víctor Amela, a finales del año 2012.

El fragmento que apareció en varios blogs hace unas semanas puede encontrarse en Tauroética (F. Savater, Turpial, 2010), en la página web de Andrés Calamaro (desconozco el porqué) y criticado en multitud de blogs animalistas como, por ejemplo, el de Melisa Tuya.

A continuación, lo presento por fragmentos y lo comento. Decía así:

En el derecho tradicional se considera bárbaro el hecho de no distinguir entre lo humano y lo animal. Es bárbaro, tradicionalmente hablando, quien trata a otros de sus iguales como animales. Solo un bárbaro no distingue entre un ser humano y un animal.

Sobre esta afirmación errónea y especista, Savater construye toda la estructura de su discurso. ¿Y es que por qué el derecho tradicional debe regir aquello que pensamos del mundo 2.000 años después? También este mismo derecho nos permite tener esclavos, asistir a espectáculos de gladiadores o respetar que los ancianos tengan sexo con adolescentes porque el intercambio entre sapiencia y juventud se considera justo socialmente hablando en época clásica.

Sería capital recordar a Savater que bárbaro significa no perteneciente al imperio romano, y que proviene de la expresión bar-bar (similar a nuestro bla, bla, bla…), una onomatopeya que ya se utilizaba en Grecia anteriormente bajo una forma distinta —también por los mexicas a través de la construcción pol-pol— y que solo demuestra una concepción unívoca de esa idea de “verdad” acerca de lo propio frente al salvajismo de lo ajeno (es decir, de cualquier otra conceptualización del mundo). Algo… obtuso para el siglo XXI, ¿o no?

El toreo es un asunto de libertad y es una opción que no es similar a la de atacar a los demás seres humanos o aprovecharse de su pobreza. Es una forma de entender la vida, de mirarla.

La libertad, la capacidad de obrar y pensar según la propia voluntad, queda siempre sujeta a un orden o a una regulación superior (social, por ejemplo); una ética que contemple un bien superior no debería permitir dañar a un ser indefenso por placer, como ocurre durante los festejos taurinos, y debería evaluar, concienzudamente, incluso cuestiones sobre dañar o matar a otra especie más allá de la propia supervivencia.

En este caso, Savater se apoya en el derecho tradicional para afirmar que matar a un animal no es sinónimo de matar a una persona, lo que puede ser cierto bajo ciertas premisas (teniendo en cuenta, no obstante, que no podemos saber cómo esa persona afectará globalmente a nuestra sociedad, pero presuponiéndole bondad y buenas intenciones ante todo y, en cualquier caso, acogiéndonos aquí a una concepción especista donde el ser humano es superior a cualquier otro animal, que no tengo por qué compartir, pero que no refutaré aquí), pero en ningún caso la libertad individual es suficiente para justificar una acción egoísta y malvada sin objetivo más allá de sí misma.

Toro muerto con banderillas

Toro caído en la arena con cuatro banderillas y un estoque atravesándole la espalda.

Resiguiendo esta línea de pensamiento, matar a un animal no es una forma de ver la vida, sino de afectar al mundo que nos rodea de un modo global, puesto que la acción en sí supone un cambio duradero e inalterable para el resto de seres humanos y no-humanos.

Para ellos es bueno alimentarse comiendo carne, pero divertirse con un espectáculo donde está la muerte de un animal es malo. Es un problema de libertad. Es respetable que a alguien no le gusten los toros, como que no le guste la carne de caballo, o ver los pajaritos en jaulas.

Savater obvia que hay un gran porcentaje de seres humanos que no comen otros animales (o que, si lo hacen, mantienen un consumo mínimo y una plena conciencia de sus actos) intentando afectar lo menos posible el ecosistema global.

Asimismo, hay una diferencia sustancial entre matar por necesidad (si existiera) y hacerlo por placer; en unas condiciones extremas, un porcentaje muy pequeño de seres humanos juzgaría malo dar muerte a un perro o a un gato para sobrevivir (pese a ser animales de compañía), e incluso se permitiría recurrir a la antropofagia como en la obra autobiográfica ¡Viven! (Piers Paul Read, Barreiro y Ramos, 1974) dentro de los cánones de lo moralmente aceptable.

La diferencia fundamental es que el primer supuesto se sustenta en la utilidad y el fin del mismo, mientras que, en el segundo, la diversión atenta no solo contra la libertad colectiva del resto de seres humanos, sino también contra la libertad individual del animal.

Eso está bien. Eso puede ser noble, pero no es parte de la moral, pues la moral hace referencia a las relaciones humanas.

El verdadero problema aquí es que Savater basa la exposición de este fragmento de Tauroética en la diferencia fundamental entre seres humanos y animales, ¿pero y si para muchos de nosotros los animales mantienen un nivel moral (aunque sea inconsciente) igual o suficiente como para incluírseles en nuestros esquemas éticos? ¿Y si mi amor por mis perros es igual al que siento por cualquier otro familiar?[1]

Si este sentimiento es colectivo y suficiente (aunque no universal), ¿no deberían modificarse las estructuras democráticas cuyos valores morales se encuentran afectados por el mismo?

Ir contra las corridas de toros no puede ser una norma moral impuesta a todo el mundo. No se puede legislar y mandar sobre los gustos de los ciudadanos.

Por supuesto que se puede, ya que la libertad colectiva prevalece frente a la individual. Si no fuera así, yo podría fundar “El Savater de la Vega” y cazar por gusto a este y a todos los señores que piensen como él. De igual modo, es probable que el filósofo argumentase que, según el derecho tradicional (un concepto como cualquier otro que no ejemplifica el pensamiento actual ni mucho menos), debemos diferenciar entre humanos y animales, ¿entonces podría cazar perros y gatos?

Torero y muleta con toro

Un matador de toros encauza con la muleta al animal ensangrentado; su vista se pierde en la arena.

Incluso la mayoría de los taurinos se negarían a esto (por lo que he leído, es muy probable que, por el contrario, Fernando Savater lo permitiese), afirmando que no es lo mismo un perro que un toro, cuando no es más que llevar la libertad y el deber colectivo a un nivel más allá del que prevalece en los seres humanos y traspasarlo (como la mayoría deseamos) al reino animal al que pertenecemos.

Los taurinos no disfrutan con la tortura; si así lo hicieran, pues iríamos a un matadero a deleitarnos. No conozco a nadie que le guste ver a un torero darle múltiples pinchazos a un toro. Supongamos que yo disfrutara de la muerte de un toro, mi gusto no es problema del otro, y mucho menos de un gobernante; quizás un alcalde quiere que yo sea bueno como él, pero no es asunto suyo salvar mi alma. Tampoco tiene derecho a condenar mi alma porque me gusten los toros. O porque me guste la pesca del salmón, que él considera una maldad.

Si bien Savater aquí no aclara qué disfruta un taurino (quizá lo haga en otro punto; como dije, me circunscribo al fragmento de la discordia por ahora), sí afirma que la muerte de un animal no incumbe a nadie más que a él y al animal. De nuevo, se equivoca: la misma ley española lo demuestra con multas y condenas; no es relevante lo que una o dos personas opinen, pero sí una sociedad. Así, más allá de salvar y condenar almas (qué religiosamente aburrido, ¿no?), la ética no puede comprenderse como algo individual y ajeno al resto de la sociedad, sino como una construcción plural que, si bien se estructura individualmente, no se comprende sin esa pluralidad.

Los animales no tienen derechos en el sentido estricto de la palabra, pues tampoco tienen ningún deber.

Los derechos y los deberes son una construcción humana, y tanto unos como otros no requieren del contrario para contar con una naturaleza propia. Así, no podemos asfixiar a los inmigrantes que llegan a nuestras costas porque no tengan deberes en nuestro país y, en esa misma línea de pensamiento, cuentan con una serie de derechos que, nosotros, como sociedad, les hemos traspasado del concepto ético a la realidad moral que se aplica, en este caso, en España.

Los animales también poseen una serie de derechos, mientras que los deberes pueden traspasarse a sus dueños (y, si no los hubiera, al deber social, global y democrático, de todos los ciudadanos). La multa por una caca en la vía pública, pasear por la playa o morder a una persona no repercute en el animal, e incluso en última instancia, el sacrificio de un animal (un perro, por ejemplo) es responsabilidad de su “dueño” (a quien se le achaca el error en cuestión), aunque el castigo final se acometa contra el animal.

El derecho es una cosa que los seres humanos nos concedemos, entendemos que uno tiene un deber y por lo tanto tiene un derecho correlativo de exigirlo. Un animal vive fuera del reino de las leyes, uno puede concederle derechos.

En el caso de los animales salvajes, esa ética —así como los derechos de estos y los deberes como sociedad— deberían comprenderse como una construcción social de todos. Más allá de no estar de acuerdo con esa correlación entre derechos y deberes, tampoco comparto esa idea “cosificadora” de los animales, donde el derecho de los mismos subyace de mi derecho. Para Savater, un toro solo tiene derecho a vivir en la medida en que yo tengo derecho a tener ese toro en propiedad y le permito pastar y vivir en mi finca en vez de lancearlo y martirizarlo. Siguiendo esta misma idea, la libertad individual (para él) se antepone al bienestar del animal y al bienestar colectivo de la sociedad.

Podemos leer:

Por ejemplo, una vaca que vive en mi finca tiene derecho a estar allí porque es parte de mi derecho a tener vacas. Pero la vaca no tiene en sí misma derecho. Cuando se destroza una selva, el hecho es motivo de sanción porque viola mi derecho y el de mis hijos al oxígeno y a la belleza, pero no porque los árboles tengan derechos.

Irónicamente, el planteamiento que hace con la selva, sirve para desmontar su propia idea de nuevo, ya que cuando se lancea un toro, se masacran miles de animales para consumo (que a menudo terminan en el cubo de la basura) o se veja a otro ser de cualquier modo, esto también nos afecta directa o indirectamente a todos como sociedad, aunque no sea en un nivel tan primario y visible como “menos árboles, menos oxígeno ahora y en el futuro”.

Los animales son seres vivos con los que podemos tener una relación afectiva, aunque ellos no nos reconozcan afectivamente como nosotros a ellos. Un perro sabe quién es su dueño porque le da comida, pero un perro no ama a nadie. Se crea una sensibilidad que no es otra cosa que el deber de tratarlos para lo que sirven.

Hay muchísimos ejemplos que probarían que esto no es cierto, pero quien más, quien menos, debería leer sobre la estructura social y afectiva de lobos, y otras muchas especies como las nutrias, los pingüinos, los albatros o los peces ángel.

Es tal el etnocentrismo y el especismo que desprende esta afirmación de Savater (y la falta de conocimiento sobre el mundo animal), que omite intencionadamente casos como el de Capitán, Hachiko o el gato Toldo. Un perro (también un gato, y un cerdo, y un toro, y un caballo) construye su estructura social y familiar en relación con los seres humanos con quienes comparte su vida; esa sensibilidad, además, es siempre recíproca y bidireccional en las debidas circunstancias, y si bien el amor es un concepto complejo (¿nos aman como nosotros a ellos? Pues es probable que no, ¿pero cómo vamos a saber esto?, ¿cómo va a saberlo nadie que no sea perro, gato o toro?), en un sentido amplio del término hay pruebas suficientes para afirmar que los animales sí “aman” a sus compañeros de viaje.

Aquí subrayo el siguiente párrafo del blog de Melisa Tuya (En busca de una segunda oportunidad) en un artículo dedicado al filósofo:

El neurocientífico de la Universidad de Emory Gregory Berns lleva dos años estudiándolo, empleando resonancias magnéticas, y haciendo descubrimientos sorprendentes sobre cómo empatizan los perros con nuestras emociones. Él concluye que sí, que nos quieren. No es el único estudio científico que aprecia afecto por parte de los perros a sus amos, que sus niveles de oxitocina lo reflejan así.

Asimismo, Savater se equivoca al afirmar que esa sensibilidad debe circunscribirse al deber de tratarlos para lo que sirven, si bien es cierto que un animal equilibrado deberá trabajar y vivir de una forma lo más similar posible a la natural. Sin embargo, erra al mezclar animales salvajes con animales domésticos; para empezar, un animal doméstico, no solo es mucho más cercano a nosotros, sino que ha cambiado o adaptado muchas de sus rutinas de comportamiento y vida, por lo que servir es un término bastante complejo en este caso; a su vez, parece un poco radical considerar única esa concepción utilitarista de los animales, donde solo sirven en la medida en la que funcionan a los propósitos de los seres humanos, ¿verdad?

Fotografía de la cogida del torero Israel Sancho que recibió en Las Ventas en el año 2009.Pese al grave pronóstico, fue operado de urgencia y salió con vida.

Fotografía de la cogida del torero Israel Sancho que recibió en Las Ventas en el año 2009.Pese al grave pronóstico, fue operado de urgencia y salió con vida. En la actualidad, sigue matando toros.

Sumado a ello, cabe añadir que los propósitos de Fernando Savater diferirán sustancialmente de los míos en lo que respecta a los animales, ¿o no? Hasta aquí; no sigo. Aunque sí creo que es recomendable citar algunos fragmentos que quedan en el tintero por comentar. Son los siguientes:

Si uno lidiara una oveja, pues ello estaría mal, las ovejas no están hechas para eso.

Tratar a un animal de una forma indebida es una indelicadeza.

No olvidemos que hay personas muy malas que han tenido muy buenos sentimientos por los animales: las dos primeras leyes de protección a la naturaleza que incluían el derecho de los animales las hizo Hitler en Alemania. Fueron las primeras leyes ecológicas de Europa, y él mismo tenía su perro al que cuidaba y quería.

En resumidas cuentas, que Savater poca idea tiene de animales; quizá de teoría ética sabe mucho (aunque parece haber olvidado un buen puñado de cosas desde su Ética para Amador a costa de polemizar), pero en el momento de trasladarlo a su propia moralidad, encalla, vara y escolla. Entre las aguas, subyacen sus dos grandes pecados: el especismo y el individualismo, donde se omite intencionadamente la necesidad de hacer convivir morales mediante unas reglas de juego y una conciencia de uso democrático.

Como bien apunta Llorente, Savater centra su Tauroética en el hecho de que asistir a una corrida de toros entra dentro de la libertad individual de cada cual, cuando realmente lo que debería hacer es dar argumentos para defender por qué estas son permisibles moralmente, sobre todo en la actualidad, cuando la mayoría de nosotros no creemos que sea así.

Un filósofo de contrastes sobre el que espero que llegue un día en el que pesen más los blancos que los negros. Por desgracia parece ser que Savater no ha envejecido bien, y tampoco lo ha hecho su obra. ¿Qué más se puede decir?

***

[1]Algo que sabemos que, tristemente, no entiende todavía el alcalde de Muñoveros tras disparar a un perro y dejarle paralítico mientras alegaba: “No me denuncies y te compro un perro nuevo”

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