Una de las acusaciones que más usualmente reciben los políticos en campaña electoral es que hacen absolutamente lo indecible para conseguir acceder al cargo político deseado, no doliéndoles en prendas el utilizar cualquier triquiñuela, ya sea legal o ilegal, moral o inmoral, siempre y cuando alcancen la ansiada poltrona. Esta visión de los políticos, en tanto que generalización, es intrínsecamente falsa, aunque si miramos algunos pasajes curiosos de la Historia, tal vez tendríamos que pensar en aquello de que la excepción confirma la regla. Tal fue el caso del Papa Sixto V el cual, delante de todo el Cónclave cardenalicio, experimentó una " milagrosa" recuperación física tan pronto fue escogido. Como lo leen.
Corría el año del Señor de 1585 y el día 10 de abril muere en Roma el papa Gregorio XIII (el del calendario gregoriano). Por aquel entonces, la figura del papa tenía un poder político tremendo que se extendía por toda la cristiandad, ya fuera directamente como líder de los territorios bajo control de la Santa Sede o como representante máximo de la omnipresente Iglesia Católica, por lo que había auténticas hostias (consagradas y no consagradas) para conseguir ascender a la Cátedra de San Pedro.
La Iglesia, a finales del siglo XVI se encontraba con un auténtico agujero negro en sus finanzas, fruto de la obsesión de Gregorio XIII por acabar con la reina Isabel I de Inglaterra, la cual había vuelto a instaurar el protestantismo anglicano que había abolido la anterior reina, María Tudor. Esta especial inquina hizo que el papado subvencionara generosamente a todo aquel que se enfrentase a Inglaterra, sobre todo a los ejércitos españoles (por aquel entonces potencia hegemónica), sin mucho éxito. Fracasos que hicieron que la Iglesia apretara a la aristocracia italiana para que pagara más impuestos y así salir de los números rojos. Como era de esperar, la medida fue una auténtica patada en salva sea la parte para los nobles, los cuales, en rebote, extendieron el caos por el territorio italiano a base de apoyar el bandolerismo para, de esta forma, minar el poder papal aprovechando que estaba más arruinado que Don Pepito y la fama de " blandengue " de Gregorio XIII.
En esta situación de inseguridad total y de descontrol político, el papa dio su último suspiro, por lo que, tras los funerales del pontífice (que duraron ni más ni menos que 10 días), el 22 de aquel mismo mes de abril se convocó a 42 cardenales a cónclave para la elección de un nuevo papa. Tales eran los movimientos estratégicos entre las diferentes facciones que formaban la curia cardenalicia que la Capilla Sixtina podía haberse comparado a un bidé lleno de pirañas... decorado con pinturas de Miguel Ángel, eso sí.
Los debates y votaciones se sucedían sin que ninguno de los 13 candidatos posibles alcanzara las dos terceras partes de los apoyos. Y es que si bien, una de las facciones más numerosas estaba encabezado por el sobrino del difunto papa (Filippo Boncompagni, cardenal de San Sixto) las otras se aliaban entre ellas para evitar que esta ganara. De esta forma, y en vistas de que no se conseguía ningún consenso, los electores de unos y otros, optaron por hacer papa a uno de los cardenales que más discretos eran y que por ancianidad y debilidad general les aseguraban un papado corto y fácilmente influenciable: el Cardenal Felice Peretti.
Peretti, nacido en Grottammare en 1521, en realidad se llamaba Srečko Perić, ya que pertenecía a una familia serbia que había huido de la invasión otomana y se había instalado en Italia. En el momento del cónclave, con 64 años, caminaba encorvado con un bastón, hablaba de forma temblorosa y tosía con profusión, por lo que era, a priori, el candidato perfecto a ser el próximo " papa pelele ".
Así las cosas, el día 24 de abril a las 15 h., se produjo el escrutinio definitivo y, tan pronto como se supo que las dos terceras partes de los electores votaban a favor de aquel decrépito cardenal y que, por tanto, ya no había marcha atrás, Peretti se incorporó y tiró el bastón en medio de la capilla con tanta fuerza y decisión que los cronistas decían que parecía tener no más de 30 años. El resto de cardenales se quedaron de pasta de boniato. Estupefacción que pasó a terror cuando Peretti, ya investido como Sixto V, se puso a cantar el " Te Deum" con tal potencia que vibraba toda la sala. Los electores se acojonaron, y más de uno comentó que, de elegir un papa con el cual hacer lo que querían, habían pasado de golpe a tener un papa que haría lo que quería con ellos... y no se equivocaban.
Sixto V, que al final mandó desde 1585 al 1590, ha quedado para la historia como uno de los papas más severos e intransigentes de la Historia.
Nada más llegar, se dedicó a la caza inmisericorde de los bandoleros y de los aristócratas que los sostenían, cortando más cabezas que cabezas tiene una ristra de ajos y exponiéndolas en el puente de Sant'Angelo cada una clavada en su correspondiente pica. Y cuando ya no tuvo malhechores para llenar con sus cabezas el puente, se dedicó a las prostitutas y raterillos, dejando Roma más tranquila que un museo en lunes por la mañana. Para compensar la impopularidad de sus acciones se dedicó a embellecer la ciudad profusamente con todo tipo de edificios, monumentos ( ver El hombre que no calló ni bajo el peso de un obelisco) y hasta se erigió él mismo una estatua en lo alto del Capitolio, ya que sabía que los romanos no se la iban a dedicar (y que quitaron oportunamente en cuanto murió, claro).
Asimismo, hizo un trabajo ingente de política exterior, forzando a Felipe II a enviar la Armada Invencible (con su sonado fracaso) para derribar el gobierno anglicano de Isabel I, y de lucha contra los diversos protestantismos que amenazaban el poder papal en suelo europeo, con los mismos nulos resultados de su predecesor.
En conclusión, que cuando a Sixto V le preguntaron el porqué de su súbita mejoría en sus dolencias nada más ser elegido papa, los cronistas señalan que respondió " Mientras hemos sido cardenal hemos andado con las espaldas bajas y la cabeza inclinada para buscar en la tierra las llaves del cielo, pero ahora que las hemos encontrado miramos al cielo porque no tenemos necesidad alguna de la tierra". Un gran ejemplo de un pícaro pontífice para miles y miles de políticos posteriores que, una vez instalados en el Olimpo del poder, dejan de mirar la tierra de la que partieron simplemente porque ya no les hace falta.
Esencia humana en estado puro.