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La milicia opositora se prepara en Kiev para la "batalla final"

Publicado el 31 enero 2014 por Ruben Lara @laproximaguerra
la-proxima-guerra-manifestanes-en-kiev-se-preparan-para-la-batalla-finalNacieron cuando la URSS empezaba a tambalearse, hoy luchan para alejarse de Rusia. EL MUNDO se mete dentro de la milicia urbana que se ha cruzado en los planes del Kremlin para Ucrania. Escudos de madera y patriotismo para derribar a un presidente.
Algunos apenas alcanzan la mayoría de edad. En la milicia urbana que se prepara estos días en Kiev para la "batalla final" pocos recuerdan el comunismo, pero aseguran que están dispuestos "a dar la vida para derribar al bandido". Así se refiere Oleg, de 27 años, al político que es para muchos el último dinosaurio obediente a Moscú que queda en Ucrania: el presidente Victor Yanukovich. Derrotarle a él es alejarse de Rusia, aunque saben que el sueño europeo queda todavía lejos.
Mientras el sol termina de esconderse, Alexei -de 18 años- estira el brazo hacia el fuego. Los guantes que le compró su madre, de color negro brillante, hacen juego con el chaleco antibalas que lleva. En su casa, situada en un suburbio de Kiev, saben que no va a clase y que lanza cosas a la policía. Pero detalles como el uniforme militar que lleva y la protección contra armas de fuego que desde el 'cuartel general' le han asignado son desconocidos para la familia. Será un secreto difícil de guardar. Un chaval de esa edad se convierte en el 'capitán' del barrio con una décima parte de lo que este hijo único hace al cabo del día: custodiar, acompañado de otro activista, una de las entradas a la zona ocupada. El resto del día, cuando no está descansando o fingiendo que estudia, se pasea por la calle Jrechatik -la vía principal de la ciudad- con otros jóvenes, todos vestidos de paramilitares. Intentan desfilar y parecerse a lo que se les ha encomendado: las tropas de choque que frenarán a los antidisturbios si vuelven a aventurarse en su parte del centro histórico.
Son cientos de chavales metidos en una cruzada a medio camino entre la revuelta cívica y la sublevación nacionalista. En muchos casos sus padres no saben lo que están haciendo, aunque casi todos provienen de familias contrarias al presidente. Albañiles, estudiantes, electricistas... todos han aprendido a dar y recibir golpes en entrenamientos diarios de dos horas en plena calle. "¡Tú, ese casco no vale!", clama un instructor ante un chaval con chichonera de ciclista, que sale corriendo calle abajo para volver lo antes posible con el grupo, que es ahora como su familia.
Hasta la fecha han sabido repeler todas las incursiones de los antidisturbios, aunque cinco chicos han perdido la vida por caídas o disparos de misteriosa procedencia. "Claro que es peligroso. En casa no saben ni la mitad, pero ya me han dicho que no les gusta la idea", explica Alexei. Simplemente, añade, "no hay otra opción". Yanukovich, dicen, no caerá de otra manera que perdiendo el juego de acción y estrategia que le han tendido sobre el damero del centro histórico de la ciudad. En algunos momentos, admite, se lo han pasado bien. Cuando llegó al 'campamento' apenas conocía a nadie; ahora está al mando de un puesto y forma parte de un ejército. Esta semana, bajo la misma cúpula donde antes se recibía a dignatarios, prestó juramento con los suyos. Después formó junto a la organización juvenil nacionalista Spilna Sprava entre las barricadas y tras lanzar vivas a la patria partieron casi al trote hacia el centro, como si todo estuviese por hacer. La vida de su compañero de guardia también ha cambiado. En su barrio tiraba piedras al tren cuando los mayores no miraban y caminaba a fisgar en un pozo abandonado, donde algunas veces caía algún perro o gato. Ahora, con 19 años, impide el paso al que tiene apariencia de borracho o camorrista. Los adultos cruzan el puesto de control cuando él dice. No tiene carnet de conducir, pero hace 48 horas estaba dirigiendo el tráfico con un bate en la mano. Y hace 72, en primera línea, con máscara antigás y protegido de las balas de goma por el humo de los neumáticos ardiendo.
"Usted sabe qué son los Berkut, no son gatitos", explica Yuri con pasamontañas y una enorme vara de hierro en la mano. Se refiere a las tropas de élite del Gobierno ucraniano cuyo nombre se traduciría en español como "águila dorada". Durante los últimos años estos agentes han pasado de destacar por su lucha contra el crimen a centrarse en controlar a la multitud, muchas veces violentamente. La mala fama sirve a Oleg para explicar lo que lleva en el brazo, un escudo plateado que en su momento perteneció a un agente: "No podemos pasar nada por alto, esto ahora es nuestro y es todo lo que tenemos para frenarles", dice mientras su compañero mira con desconfianza al reportero. La noche ha caído en Kiev y los vigías que guardaron las barricadas la madrugada anterior hace rato que desayunaron. Partimos hacia la 'zona cero', la calle Hrusenskoho, donde Oleg y su silente sombra se unen a más encapuchados. El suelo de nieve sucia ha vuelto a endurecerse como si fuera acero. A medida que nos acercamos los neumáticos quemados días atrás tiñen el hielo, el aire y los ríos de agua que bajan por la calle. La segunda y primera fila de las barricadas parecen un escenario del fin del mundo.
La temperatura entra en caída libre hasta los dos dígitos bajo cero mientras las ventanas de los caros hoteles de esta calle de Kiev se apagan. En España, donde es una hora menos, una asistenta ucraniana que limpia casas en Gerona ha llamado por teléfono a su hijo mayor. Andrei, que también nació en 1987, se quita el pasamontañas para hablar con ella: "No pasa nada, es una manifestación". Andrei vuelve a coger el palo y a meterse en el papel de patriota duro de pelar: "No sabe nada y no puede gustarle, pero en casa estamos todos contra Yanukovich". A su espalda sus compañeros gritan "¡fuera con el bandido!", en referencia al presidente, que en sus años mozos estuvo dos veces en prisión por robo y agresión.
Estar dentro de la 'zona rebelde' es peligroso, pero hay comida caliente, ropa y té para todos. Entre los sacos de la retaguardia está Mijail ("por favor, diles que me llamo 'Maikel'", dice con ganas de fardar) que no sabe si ponerse primero las manoplas o acabarse el plato de pasta con carne. Más de 25 raciones han venido en una caja hasta el frente en los brazos de un voluntario. Los chicos de Pravy Sektor tienen mala fama por su veneración de voluntarios que lucharon en el lado de Hitler para echar a los soviéticos de su tierra, pero su rancho gusta a todo el mundo. Mijail cojea de la pierna izquierda: "Esos tíos [los antidisturbios] han modificado las bombas aturdidoras de los primeros días y lanzaron algunas con metralla", dice con una mueca de dolor y risa al mismo tiempo. Aquella noche estrenaba mascarilla de gas regalo de las juventudes de Svoboda, el partido nacionalista, "pero no nos dieron tiempo a tirarles los cócteles molotov de verdad". Trabaja como albañil en Sochi, el enclave ruso donde el mes que viene empiezan los juegos olímpicos. Tiene 26 años, apenas puede acordarse de la decepción de la Revolución Naranja, que frenó la victoria fraudulenta de los prorrusos en 2004 pero luego sucumbió a la corrupción y las rencillas: "Esta vez será distinto, esta revuelta lleva ya viva dos meses... así que o se va Yanukovich o nos matamos nosotros".
Fuente: El Mundo

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