Con frecuencia se lee y entrelee en estas líneas sobre el tacto, sobre la relación entre piel y papel. Sobre cómo el alma emana por la punta de los dedos y de cómo la piel deseada tiembla como la hoja de papel al ser plegada. La caricia lene. No ha de ser extraño entonces que al acariciar, bien sea un cuerpo o un modelo, se genere una impronta profunda en lo tocado, que no es más que la huella que el alma marca al entregarse por los dedos (y un surco también se deja en uno mismo, pues el alma nunca se va entregando como si nada).
Pero hoy no hablaré del tacto, sino de la visión.
Si bien el alma se escapa por los dedos, también se dice que los ojos la reflejan. La visión es otro camino en la búsqueda del placer. Voyeristas, pasamos la mirada modelo a modelo, foto a foto, buscando aquella obra que estremezca nuestro espíritu. Con las pupilas dilatadas observamos curvaturas que locamente deseamos tornear. Mirando, conocemos el mundo y buscamos aquello que nos resulta bello.
¿Por qué observar nos resulta tan placentero? La razón más profunda es que vibramos con aquello que refleja lo que el alma de cada cuál es. Entre cientos de cuerpos sólo un par logran conmover el espíritu. Aunque gusten mil o un millar, no toda curva vibra a la misma frecuencia que el espíritu.
Pero existe un motivo más, en la mirada está la anticipación del deseo, el pensar que nuestras manos podrán hacer y tocar aquello que observan. Con la mirada anunciamos al alma aquello que habremos de tocar. Desde la mirada nos reflejamos, avisando que pronto nuestras manos han de posarse en lo tocado.