Era una apacible noche de Noviembre. Como hace poco tiempo había terminado de llover, una leve brisa de geosmina comenzó a impregnar la habitación del señor Veliott. Las estrellas tenían un brillo tenue como si tuvieran miedo de su propia muerte. Había un silencio confortable: No se escuchaban voces ni ruido alguno que pudiera interferir con el llamado de la musa. Entonces, sumergido en un estado de profunda contemplación meditativa, nuestro genio comenzó a pintar.
Veliott es un hombre robusto, pero de piel delicada como la seda. Su rostro no tenía nada que no tuviera el de cualquier otro hombre, pero su mirada es intensa… Pareciera que sus ojos fueran capaces de ver la esencia misma de la vida en cada ser y que además se resistieran a compartir ese secreto con todo aquel que los viera firmemente… Era algo completamente indescifrable.
Había seleccionado un lienzo que sobresalía en un conjunto colocado en una esquina de su taller, así como los pinceles adecuados para brindarle la textura deseada. Colocó en su paleta una exquisita matiz de colores oscuros y comenzó a pintar un par de contornos en el centro. Su objetivo era crear un autorretrato.
Utilizó un color vino para pintar unos pequeños relieves difusos alrededor de un rostro angosto y con una frente alta. El cabello parecía ser sangre de Fénix derramándose, a pesar de que el cabello del señor es de color negro. La frente, de forma redonda, estaba un poco arrugada, pero sin denotar el ceño fruncido. Más bien, esas arrugas eran finas y uniformes, como hechas por un pequeño tridente. Los ojos habían sido pintados de un azul pálido como el reflejo del cielo en el mar, muy parecidos a los reales. La nariz era pequeña y encantadora. Los labios eran de la misma forma y grosor que las cejas. El mentón era afilado como un codo. El cuello era fuerte, pero bien definido. Sus hombros tenían el doble de grosor que el cuello. Vestía una camisa blanca con relieves dorados.
Una vez que terminó su obra, comenzó a sentir un dolor profundo en el pecho acompañado de una sensación fría que recorrió todo su cuerpo. De pronto, descubrió una mancha roja en su camisa, que no podía ser pintura… ¡Había recibido un disparo! Cayó lentamente, como una lágrima, y murió satisfecho de haber dedicado su vida al arte.
El autorretrato del señor Veliott fue vendido a un museo local por el responsable de su muerte. Desde aquel día, surgió la leyenda de que si alguien mira sus ojos detenidamente, será capaz de intuir la idea genial que estaba buscando; como si esta fuera susurrada por él mismo. ¿Será cierto que el espíritu del artista vive en su obra?
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