Siempre he admirado al halcón pelegrino. Un ave rapaz cuya destreza de vuelo,ha sido imitada incluso por la ingeniería militar, para crear cazas de combate más perfectos. Dicha aptitud innata, unida a su impresionante visión, capaz de escudriñar entre lo más sutil para encontrar el objetivo perseguido, lo convierten en un cazador impresionante, al igual que los aviones de combate en máquinas de matar, cada vez más efectivas. Paradojas del destino, la caza, del tipo que sea, es uno de los asuntos de ésta realidad que menos soporto, en fin..., cada uno carga sus propios fantasmas. Lo cierto, es que hay una característica de esta majestuosa ave que me interesa destacar y que trasladada a un ámbito más social, e incluso filosófico, nos podría reportar una gran enseñanza: la capacidad de ver más allá de lo aparente. Todos portamos en la mochila infinita del inconsciente, una cantidad inmensurable de creencias y juicios propios o ajenos y cuando vemos a una persona o a cualquier ser vivo, ese tamiz nos hace procesar lo que observamos, no de manera diáfana o inocente (como si lo hace un niño, hasta cierta edad), sino anteponiendo ese conjunto de creencias y de juicios que terminan por condicionar nuestro comportamiento. Por eso cuando vemos al otro, percibimos al ignorante, al jefazo, al listillo, al quién se habrá creído, al pesado o a la pesada, al chucho pulgoso o a la rata de alcantarilla. Tal vez..., solo tal vez, si tuviéramos la sangre fría para detenernos y observar un instante desde el presente, deteniendo ese flujo constante de juicios sobre juicios, seríamos capaces de ver más allá y al observar al otro, quizás podríamos distinguir al ser humano que intenta ser feliz, o incluso al ser vivo que solo trata de sobrevivir un día mas. Es posible que esa mirada de halcón, nos haga comprender algún día que la mutua comprensión y la cooperación nos puede beneficiar a todos y que el enfrentamiento, nos llevará a la autodestrucción. Sólo es una opinión..., un tal vez.
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