Revista Opinión
Que si hubo o no invitación, o que si el sándwich es esto u otra cosa, son los tópicos que parecen importar, no sólo a nuestra clase política, sino también a los ciudadanos supuestamente informados -porque hay otros que ni se enteran-. Y eso es lo que refleja la miseria creciente de nuestra política.Chile tiene un claro déficit de ciudadanía en todo sentido. La sistemática pobreza y limitación del debate político llevada a cabo por la clase política en general y reproducida por los medios de comunicación masivos en torno a nimiedades, reflejan este problema profundo, que termina por convertir la política en un simple y reducido intercambio de mensajes vacíos entre las élites a través de los medios, que los ciudadanos asimilan erróneamente como cuestiones importantes. Lo anterior no es raro si consideramos que muchos "ciudadanos", incluidos políticos, no saben realmente a qué refieren cuando hablan de democracia, ni cuál es el sentido esencial de la política, en una república que se precia de tal. Algunos -entre políticos y ciudadanos comunes- creen que ésta consiste en el simple acto de marcar una opción con lápiz grafito, donde luego hay que esperar cuatro años en silencio y sin reclamo para hacerlo de nuevo, previo gasto en publicidad, campañas y escándalos o promesas varias. La política entonces desaparece tras el mando fascinante del espectáculo, del conventillo, de la frase fácil y la discusión superficial. El ciudadano, acostumbrado y entrenado desde pequeño bajo el principio monárquico de ceder su capacidad de decisión a otros, o de comprar eslóganes baratos al primer demagogo, parecen no incomodarse ante ese proceso de empobrecimiento de la discusión política a nivel general. Incapaz de sancionar de manera efectiva el actuar deplorable de esas élites, no puede defenderse de esos otros que tienen controlan el poder y lo monopolizan. La "idiotización" de la política en el sentido griego, entonces se vuelve permanente. Ni a los representantes ni a los electores les interesan los asuntos importantes de la polis, sino las banalidades más básicas donde encuentran la base para sus discusiones políticas. Ninguno es ciudadano. No sería grave tal situación si quienes gobiernan decidieran sólo sobre sus propias vidas, pero sucede que en la realidad, la mayoría les cede a ellos la capacidad de decidir nuestros destinos. Por eso no es raro que otros crean que la democracia se trata de una monarquía donde un rey es electo, que gobierna ovejas y estás se someten a sus designios con resignación.