Revista Comunicación
ROGUE ONE: UNA HISTORIA DE STAR WARS
data: http://www.imdb.com/title/tt3748528
Es raro lo que ha logrado “Star Wars” en la historia del cine. El compromiso emocional del espectador con la saga, la ha hecho indestructible a la repetición. Cada episodio es una torsión sobre la misma historia, pivoteando sobre el mismo conflicto (padres e hijos). Y pese a esa repetición que por momentos raya el hartazgo, logra la aprobación del espectador. “Star Wars” y sus derivaciones se ha vuelto un símbolo. Y como símbolo es intocable. Sospecho que ese simbolismo se ha logrado, no tanto por la capacidad que tiene la historia en sí misma (la comparo con “El Señor de los Anillos” para poner un caso). Si no por lo que la historia representó como símbolo generacional. Y los espectadores que llegamos a la historia siendo adolescentes o niños, hoy maduros no podemos juzgarla con imparcialidad.
Como símbolo, cada director que toma la historia se encuentra con una restricción severa, que va más allá del peso económico del multimillonario prespuesto qe tienen entre manos. La restricción es más intangible: cuánto de ese símbolo están dispuestos los espectadores a sacrificar. Y ante esa exigencia del monstruo, quienes se meten con “Star Wars” se cohiben lo suficiente para no cambiar nada de la historia. En el paroxismo, ni la estética del filme, ni los efectos especiales, deben evolucionar. Este spin-off de “Star Wars” luce como el filme original. Hasta se usaron tomas desechadas de la primera trilogía y actores que fallecieron o envejecieron lucen como en 1977.
Uno podría preguntarse hasta cuándo más podría retorcerse “Star Wars” sobre sí misma. Y uno podría concluir que todo lo que quiera. Porque el espectador fiel que aprueba el inmovilismo al que llegó la saga, inconscientemente desea que nada haya cambiado en su vida, que todo esté como ese 1977 cuando se sentó en una butaca a maravillarse de otra lucha más (esta vez en el espacio) entre el bien y el mal.
Comprendamos entonces que es imposible juzgar a “Rogue One” por sus logros intrínsecos, sino que debemos hacerlo en función de ese ideal que el espectador, de un modo un tanto dictatorial, ha establecido. Y que ni Gareth Edwards ni ninguno que tome su posta, podrá cambiar.
Advertido de esto, “Rogue One” es otra historia galáctica de hijos tratando de cerrar cuentas pendientes con su padre. La heroína es Jyn Erso, Felicity Jones, dueña de uno de los más expresivos pares de ojos del Hollywood actual. Su padre, el ingeniero que creó la “Estella de la Muerte”. Y la historia es una desvío lateral de la gran historia de “Star Wars”: una mera nota al pie para saber cómo los Rebeldes se hicieron del mapa del arma imperial con su falla crucial.
La historia es lineal, sin grandes hallazgos desde el guión. Nos queda la impresión de que los personajes que intervienen los hemos visto en otro lado (y no necesariamente en “Star Wars”). Un Jedi ciego oriental con un guerrero amigo que lo cuida; un robot con cierto carisma y humor; un chupamedias del Imperio; un rebelde fuera de control. El corte y pegue que se observa en las escenas de combate no parece haberse limitado a esa área. El guión (con la firma del notable Tony Gilroy, entre otros) tiene un aire de manta de retazos.
Felicity Jones se siente cómoda en la historia; también Mads Mikkelsen, Forest Whitaker y Donnie Yen. Diego Luna no sabe cómo salir de un personaje sin grandes características.
El resultado no molesta. Tampoco deslumbra. Es eficaz. No brillante. Sólo eficaz. Trascender es otra cosa.
No obstante, para ese espectador fiel que anhela revivir el entusiasmo perdido en el pasado, este nuevo episodio de “Star Wars” es imprescindible.
Mañana, las mejores frases.