Revista Cultura y Ocio

La misma piedra – @tearsinrain_

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Es la misma piedra. No me cabe duda. Tiene el agujero pequeño cerca de la base y esa arista tan particular que ya me había llamado la atención la primera vez y la raya oscura en el centro. Por un momento observo el paisaje para asegurarme que no he ido en círculos, que no me he equivocado de camino y vuelto allí. Pero no. A mi alrededor todo es distinto. Bueno, distinto, distinto, tampoco. Hay matices. Ahora el mar se ve de refilón entre las rocas que entran pareciendo cuchillos cortando las olas; la vegetación es similar, arbustos espinosos cargados de aquellos frutos rojos pequeños, como se llamen, y las flores amarillas de tallo bajo saliendo de los sitios más inverosímiles, pero ahora a penas sin árboles. Estoy convencido que, cuando he topado con la piedra antes, había más árboles. La piedra no es demasiado grande, lo suficiente para poder moverla un poco usando las dos manos, con cierto esfuerzo; es de esas con las que hay que ser precavido porqué debajo pueden vivir escorpiones. No hay muchos escorpiones por aquí, pero los hay, me han dicho. Pero lo molesto de esta piedra, que encima es bonita dentro de su vulgaridad, es que está en un paso estrecho y tengo que saltarla o rodearla. ¿Qué he hecho antes? Ah, sí, ignorarla. Claro, por eso ha vuelto la muy guijarro, se ha sentido menospreciada en plan: “eh, soy una piedra en el camino, tómame en serio”. Yo la he visto, el camino era más ancho entonces, diría yo, y simplemente me he puesto un poco de lado para no chocar y he continuado corriendo. He observado la línea más oscura que la cruza y la curiosa arista y también el agujero, lo recuerdo porque he pensado precisamente que quizá se escondían escorpiones. Yo no he visto nunca ninguno en esta tierra, pero no los descartemos así de entrada. He pensado también en la metáfora, no me engañaré a mí mismo aunque se me da muy bien. He sonreído, seguramente porque lo hago a menudo eso de sonreír cuando me vienen ocurrencias o cuando las descarto por simplonas también en plan: “menudas tonterías te llenan la cabeza”; pero la he sorteado sin demasiada dificultad. Y ahora ha vuelto, ofendida, la piedra. Y se ha puesto en medio del camino, exactamente en medio de este paso estrecho. Si intento rodearla por la derecha me rascaré con los arbustos espinosos, la derecha está llena de espinas que solo pinchan a quien no les sigue el rollo, generalmente; pero si voy por la izquierda, la posibilidad que el suelo falle y me despeñe por el acantilado es alta, la izquierda suele desmoronarse cuando la pisan demasiado, es poco consistente. Vale, si caigo no me mataré, pero me haré un montón de rascadas igual que si voy por la derecha, y encima tendré que volver a subir buscando el sendero. Podría saltarla. ¿Cuánto mide? ¿Un metro? Descartemos lo de saltarla, soy de una agilidad que da asco, el morrazo sería de película de risa. Podría subirme a ella y con un par de pasos verticales, aprovechando el agujero cercano a la base, y saltar, entonces sí, corriendo solo el riesgo de torcerme un tobillo. Otro, otra vez, que en eso sí soy experto y medallista olímpico sería de existir la disciplina. Sí, esa es la mejor opción. ¡Espera! No, claro que no, debe ser un juego de sombras de esta mañana que se levanta simpática entre nubes como ovejas vistas desde arriba e hilos de azul tan claro que parece falso; pero por un momento me ha dado la sensación que la muy pedrusco sonreía. Ahí, justo donde la arista se tuerce. Ya lo pillo, tropezar con la misma piedra. Simpática la chica. Pero yo no he tropezado antes o sea que no… Bueno, sí, es la misma piedra, la frase no dice… Sí, por supuesto que lo dice: “tropezar dos veces con la misma piedra”, esa es la frase correcta. Pues mira, piedra, te has equivocado de tamaño, no se puede tropezar con nada de un metro de altura. Deberías haber sido más pequeña, amiga mía. Ahora que la miro con detenimiento, y ya me dirás que hago mirando tanto a una piedra, jadeando, todo sudado, me doy cuenta que no podría moverla, he sobreestimado mis posibilidades. Antes de seguir paso la mano por encima, todavía está fresca, el sol del verano no ha empezado a calentarla. Tiene el tacto rugoso y áspero. Ignoro su geología. No saber los nombres de los árboles ni de las rocas me molesta. “Sabes, le digo dándome cuenta que estoy hablando con una piedra y mirando alrededor para asegurarme que nadie me oye y me toma por loco, he tropezado con otras piedras, como tú, más grandes o más pequeñas, más bonitas o más feas, más secas o más húmedas, más frías o más calientes, con piedras que no he visto y con algunas que he visto venir y no me he apartado por voluntad o por creerme más fuerte que ellas; pero todas eran diferentes, parecidas, casi idénticas, siempre distintas ni que fuera, como es tu caso, por el paisaje que les rodea, por los detalles casi insignificantes que las acompañan. En el fondo, siempre elegimos nosotros a la piedra con la que tropezar y decidimos si trastabillar con ella o no, así que no vas a ser tú quién me lo imponga. Si no te importa, seguiré corriendo, que no tengo prisa.

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