Hoy viernes se estrena en cines La mitad de Óscar, la última película de Manuel Martín Cuenca protagonizada por Verónica Echegui y Rodrigo Sáenz de Heredia.
Óscar es guardia de seguridad en una salina semi-abandonada. Su vida consiste en ir cada día al trabajo. Al mediodía suele recibir la visita de Miguel, un antiguo guardia jubilado. Cuando termina el turno lo primero que hace es mirar el buzón y revisar su contestador, pero nunca hay cartas ni mensajes… Un día la rutina se rompe. Óscar llega a la residencia de ancianos donde está su abuelo, que padece Alzhéimer. Se ha puesto peor y lo han trasladado al hospital. La directora le cuenta que ha avisado a su hermana… Óscar se queda petrificado; hace dos años que no sabe nada de ella. Su mitad es María que, dos días después, aparece en Almería. Viene acompañada de su novio, Jean, un francés del que jamás había oído hablar. La relación entre los dos hermanos parece tensa, algo ocurrió en el pasado que los ha marcado definitivamente. María pretende pasar página, pero él no está dispuesto a ello.
Se trata de una película intimista, en la que el silencio es el verdadero protagonista. La cinta no está edulcorada con ningún tipo de música para, según el director, dejar que sean los sonidos que envuelven a los protagonistas los únicos reflejos de la realidad. Está rodada íntegramente en Almería, durante un invierno. Por eso, reinan los grises, el mar furioso y los fuertes vientos que vienen a quebrar de manera cruel el silencio que existe entre los hermanos. Entre ellos se intuye durante toda la película un gran secreto que les atormenta y que resulta, ciertamente, muy previsible. Será porque en esta vida los grandes secretos suelen ser A, B o C. Por esa razón, nos quedamos con la sensación de que la película va a decirnos mucho, sin decir nada. Parece como si se le diera mucha complejidad al tema para la simpleza de la película.
No hay prácticamente diálogos, el protagonista odia el ruido y por eso busca continuamente quedarse encerrado en ese silencio. Sólo hay dos personajes que vienen a sacarle de él y que, a nuestro parecer, le dan el aire que tanto necesita la película ya que, pese a estar rodada en espacios tan abiertos, transmite sensación de ahogo. Ellos son el personaje de Miguel, antiguo compañero de trabajo, que no para de hablar mientras le hace compañía aunque nadie se la haya pedido y, el taxista (Antonio de la Torre) que en ocho minutos en los que dura la carrera consigue, desde su desgracia, la rebelión del protagonista.
La narración es lenta y los planos se convierten en un pase de diapositivas. Fotografías que se plantan ante los ojos del espectador y en las que no acostumbra a pasar nada. Existe un buen trabajo y uso del fuera de campo en el que suceden la mayoría de cosas importantes, dando más intimidad aún que la que la película ya da. El film está repleto de gotas de luz que cierran muchas de las escenas, que difuminan la mirada tanto de protagonista como de espectador y que convierten la escena en un espacio de figuras geométricas.
El paisaje es un protagonista más de la historia y habla de aquello que les pasa a los personajes ayudando al espectador a conectarse con ese mundo interior. De la elección del paisaje de Almería, el Director nos cuenta que “ha sido una especie de reencuentro con mi tierra. Quería trabajar más con el inconsciente, con la intuición, por eso fui allí”. La muerte también aparece de manera desgarradora con la presencia descarnada del abuelo. Resulta muy perturbador ya que, según nos cuenta Martín Cuenca, estas escenas fueron grabadas casi de manera documental. Se trataba del verdadero abuelo de un conocido. Con este retrato de la muerte buscaba no mentir ya que “la muerte es así y tampoco es para tanto. Si evitamos mirarla nos golpeará con más dureza”.
El director nos cuenta que La mitad de Óscar es un intento más de seguir explorando, y ve en esta película, una “continuidad lógica” con sus anteriores trabajos. Con el silencio su pretensión era huir del artificio y dar un paso más. “El sonido es la banda sonora” afirmaba. Buscaba del trabajo de los actores que sintieran emociones muy intensas y que, una vez localizadas, las reprimieran para conseguir dar así al espectador esa sensación de bloqueo, de encierro en uno mismo. Que transmitieran “a través de las rendijas de la carne”.
A Verónica Echegui, actriz que debutó en Yo soy la Juani la hemos visto muy madura. Se ha convertido en una mujer mucho menos ‘resuelta’ como actriz de lo que esperábamos. Ella, destacaba de este trabajo el reto que le supuso trabajar con tanto silencio. “Normalmente se nos pide mostrar y aquí sólo tenía que ser” nos comenta. Rodrigo Sáenz de Heredia también había sentido esta experiencia como un reto, aunque, gracias al trabajo del director aseguro que fue mucho más fácil. “Tengo muchos oficios después de esta peli” nos cuenta, ya que Martín Cuenca, le hizo durante los ensayos ser muchas personas distintas.
Después de ver esta película, se nos plantea una reflexión que se hace mucho más intensa después del éxito de taquilla que tuvo Torrente 4 el fin de semana pasado. ¿Por qué sólo sabemos trabajar los extremos? Parece que nuestros directores sólo saben hacer o lo más rudo y comercial o lo más intimista y anticomercial. Creemos que en muchas ocasiones se olvida que el cine no sólo es arte, sino que también es entretenimiento. Manuel Martín Cuenca, a este respecto, nos contaba que se siente afortunado por seguir haciendo películas y considera que todo el cine tiene su público, que lo más hermoso es la pluralidad.
A nosotros nos parece que es una película con muchos demasiados: demasiado introspectiva, demasiado lenta y demasiado vacía. Un film que gana festivales, pero que en el circuito comercial lo va a tener realmente complicado.