De entre las tantas cosas que arrastran las redes sociales, particularmente las más populares en México (como el Feis), una que amarga mucho es la sorna hacia las posturas críticas o de denuncia.
Cuando la masacre de Aguas Blancas o la de Chenalhó, por ejemplo, no sabíamos si la gente de a pie se burlaban de las víctimas, si hacía choteo, parodia, mofa o denuesto, a menos que estuviera uno al alcance de su voz. Con la función de megáfono que hoy tienen las publicaciones en las redes, apenas se hace público un acto de protesta, una opinión, una denuncia o algo que busca equilibrar la balanza, y muy rápido, pero sobre todo muy violentamente, brotan las mofas con una mordacidad que, tal vez, siempre ha existido, pero que actualmente está potenciada como jamás se había visto.
Se burlan de la desaparición de 43 estudiantes diciendo que son 44 porque el cuerpo de un cantante de los años setenta no aparece. Parodian la foto de una cantante que muestra su pecho desnudo con una leyenda de protesta por los asesinatos en Chile por parte del presidente Piñera, con una de un hombre en cuya panza peluda una leyenda dice que las cervezas en México están muy caras. Se burlan de la lucha feminista parodiando las fotos de protesta con accesorios significativos como la mascada verde o con leyendas que tratan de dar a entender, en plan muy sardónico, que los hombres también sufren acoso sexual por parte de las mujeres. La lista se alarga tanto como quiera uno pasar tiempo deslizando el dedo sobre la pantalla.
Es muy probable que algo similar haya ocurrido con la masificación de cualquier otro medio de comunicación, pero hasta hace poco lo que entraba y salía por esos medios estaba filtrado, para bien o para mal. Hoy, uno de los precios o una de las consecuencias de que haya menos filtraciones, es la virulencia disfrazada de (¡intocable!) libertad de expresión o de humor y chacota inocente.