Vamos a tratar de entender a Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1715), un filósofo que no solo inventó el cálculo infinitesimal, sino que adelantó las ideas de inconsciente, de espacio y tiempo como relativos, de energía cinética, y de que la esencia de la materia es la masa, su resistencia al movimiento. Un filósofo genial que se metió en un laberinto de mónadas sin puertas ni ventanas por tratar de salvar la individualidad e independencia del yo.
El término mónada no fue creado por él, lo usó también Giordano Bruno. La mónada es un átomo inmaterial cuya esencia es la actividad (vis viva o energía). Leibniz ataca el problema de la sustancia desde un punto de vista lógico, como una relación entre sujeto y predicado. Busca lo que siempre es sujeto y nunca predicado. Rojo se puede usar como sujeto, pero también como predicado. «Yo», en cambio, siempre es sujeto, cada mónada alma es un yo. Queda el problema del espacio y el tiempo. Muchas veces los usamos como sujetos. Decimos, el espacio es extenso, el tiempo pasa muy rápidamente, etc. Pero Leibniz no los podía aceptar como sujetos porque serían sustancias sin ser mónadas. Los convirtió en predicados de las sustancias, el espacio y el tiempo solo existen con relación a las mónadas, si desaparecen las mónadas, no queda espacio ni tiempo. Por ejemplo, de una mónada se podría decir su posición (espacio) y su grado de desenvolvimiento (tiempo), pero si no hay mónada no hay ni posición ni tiempo. Intuición modernísima y genial, hoy nos cuesta entender que con la materia creada por el big bang se iniciaron el espacio y el tiempo, a Leibniz no le habría costado nada, ya él lo había dicho.
El problema nace cuando consideramos cada yo o alma como un sujeto, nunca como un predicado. Si somos sujetos, debemos producir todos nuestros predicados, no recibir nada de fuera. Un profesor de matemática no nos modifica al enseñarnos una ecuación, si lo hiciera perderíamos independencia, por tanto, con ocasión de su enseñanza, el yo produce la habilidad de resolver ecuaciones. Igual, si el alma es inmaterial, no puede ser afectada por vibraciones o rayos luminosos, no recibe percepciones desde fuera, las produce con ocasión de cambios externos. La actividad de la mónada se subdivide en apetición y percepción. La apetición equivale a voluntad, después de todo voluntad viene de volo, querer. La apetición es una tendencia a pasar de una percepción a otra. Todas nuestras percepciones y nuestros estados al igual que las ideas innatas están contenidos virtualmente en la mónada. Dios los ha puesto a armonizar con los de otras mónadas.
Leibniz introduce un buen concepto de energía o vis viva, incluso da una fórmula que corresponde a la energía cinética, media masa por velocidad al cuadrado. Entre sus contribuciones, aparte de la energía, está el definir la materia por la resistencia, no por la extensión. Rechaza la idea cartesiana de extensión como esencia de la materia porque extensión implica repetición. Para él, la materia es esencialmente resistencia, y la masa se define en la relatividad como la resistencia que un cuerpo ofrece al movimiento. En eso Einstein y Leibniz estarían de acuerdo, al igual que en cuanto espacio y tiempo, relativos para los dos. La materia, para Leibniz, es una resistencia que encuentra la mónada para pasar de una percepción a otra. Todas las mónadas tienen esa resistencia (un choque entre nuestra voluntad y una resistencia, esas ideas las retomarán Fichte y Schopenhauer). Solo en Dios no hay resistencia, no hay materia prima, es acto puro, pura actividad, igual que el Dios de Aristóteles, es la mónada de las mónadas. Hasta allí todo está bien, el problema de Leibniz es el mismo de Malebranche. Si las mónadas no pueden actuar unas sobre otras porque son inmateriales y deben producir todos sus predicados, ¿por qué Dios, que también es inmaterial, sí puede actuar sobre las demás mónadas, crearlas con sus futuras percepciones o anonadarlas? ¿Por qué la mónada Dios sale de sí y las otras no? ¿O no sale la mónada Dios de sí y en realidad las otras mónadas no son más que un producto de su actividad interna, predicados dentro de él, con lo que habría una sustancia única como en Spinoza? Leibniz supone que tenemos un cuerpo compuesto por mónadas, el dominio del alma sobre el resto del cuerpo no es por una acción directa de esta sobre aquellas, sino solo porque el alma tiene ideas más claras, ¿no podría considerarse que todo el universo de las mónadas no es más que el cuerpo de Dios, quien domina a todas las demás porque tiene ideas mucho más claras al ser acto puro? Una y otra vez la filosofía de Leibniz se acercó al odiado Spinoza. Leibniz en el fondo admiraba a Spinoza, pero trató de alejarse lo más posible del panteísta rechazado. Por eso trató de salvar la individualidad de cada mónada, pero no lo hizo bien. Entre sus contribuciones podemos agregar el inconsciente. Habló de percepción consciente e inconsciente. Como la esencia de la mónada es la actividad, siempre debe estar percibiendo y pensando porque si no, dejaría de existir, muchas de esas percepciones son inconscientes. Lo de espacio y tiempo relativos era esencial para él. Para terminar, Costa Rica, el Partido Unidad Social Cristiana, el Real Madrid, el Futbol Club Barcelona, el átomo, etc. o sea, países, instituciones como la ONU, continentes, planetas, galaxias, son siempre sujetos, pero también lo son los átomos de carbono, ¿significan que todos son sustancias? Imposible, porque habría sustancias compuestas de sustancias y al final retornaríamos en que ante tanto problema, lo mejor es decir que solo el todo es sustancia, de nuevo al spinozismo. Leibniz no trató el problema de instituciones como sustancias, tal vez porque casi no había en su tiempo, pero no cabe duda de que son sujetos y nunca predicados, al igual que cada célula que forma nuestro cuerpo es sujeto y nunca predicado, entonces, ¿qué es la sustancia?
Leibniz y el Dios cristiano. Muchos defensores de los argumentos racionales de la existencia de Dios acuden a Leibniz y su principio de razón suficiente. Todo en el universo tiene una razón para existir y ser como es (existencia y esencia) que está fuera de él. Por tanto, el universo entero debe tener una razón para ser como es que está fuera de él, esa razón es Dios. La divinidad es eterna y su propia razón de ser. Este argumento es fácilmente refutable. Es la típica falacia de composición. Supone que lo verdadero para la parte tiene que serlo para el todo. Es cierto que cada cosa en el universo tiene una razón para existir que está fuera de ella, pero el universo no es una cosa, sino un conjunto de cosas. Cada miembro de una orquesta tiene una razón para existir que está fuera de él, pero la orquesta no existe por causas externas a ella, sino internas, la voluntad de cada miembro de mantenerse en ella. El universo puede existir y ser como es por el equilibrio entre las fuerzas internas de los objetos que lo integran.
En todo caso, este argumento sirve para probar dioses de todo tipo. El Dios de Leibniz es distinto al del cristianismo. Es una mónada de las mónadas, un átomo espiritual. En un ente así no cabe la distinción en tres personas, propia de la Trinidad, problema que Leibniz no toca en su monadología. Y es que Leibniz enunció también un principio aceptado por todos: el de la identidad de los indiscernibles. Significa que si dos cosas tienen las mismas cualidades son una y la misma. Traspasado a la Trinidad, implica que si las tres personas tienen las mismas cualidades de ser eternas, infinitas, todopoderosas… son la misma persona. Por el contrario, si tienen cualidades que las distinguen entre sí, estas deben brotar de sustancias distintas, por tanto, se trata de tres sustancias o dioses. Incluso el principio de razón suficiente podría aplicarse a esa Trinidad. Debe haber una razón para que haya tres personas en esa sustancia, no cuatro ni dos, y para que el Hijo proceda del Padre, y el Espíritu Santo de ambos.
Leibniz prefirió no tocar estos puntos. Sí lo hizo con la distinción entre esencia y existencia. Supuso, como santo Tomás, que Dios tiene en la mente la esencia de lo que va a hacer y le da la existencia. Pero consideró que mi esencia, la noción de quien soy, incluye todos mis actos y cualidades. Eso significa que abarca hasta el hecho de que esté escribiendo estas líneas y que Dios, al crearme, me determinó a realizar todas mis actividades de manera que armonicen con los actos de todas las demás mónadas del universo. Quien me lea, estaba determinado desde siempre a leer estas líneas. Eso no dejaba espacio para la libertad humana, por lo que Leibniz expuso estos puntos solo en cartas. Arnauld se horrorizó y recomendó que no las publicara.
Finalmente, tenemos el problema del mal. Leibniz consideró que había mal metafísico (las limitaciones inherentes a toda criatura), mal físico (sufrimiento) y mal moral (pecado). Pero no nombró al que la mayoría de los cristianos consideran el autor del mal, al demonio. Era obvio, solo la mónada Dios puede actuar directamente sobre las otras mónadas. La mónada Satanás no puede poseer otras mónadas (las almas humanas), penetrar en ellas, ni siquiera tentarlas. Por tanto, los términos tentador, enemigo u otros, salen sobrando.
En resumen, los peldaños que conforman una filosofía deben ser sólidos. Los últimos no pueden negar los primeros o viceversa, porque la escala se derrumba. El primer peldaño de Leibniz es la existencia de almas o mónadas inmateriales y activas. Sus conclusiones son congruentes con el punto de partida. Cualquiera que sostenga que hay sustancias inmateriales verá que no pueden actuar unas sobre otras, ya que no vibran, reflejan luz para dar sensaciones ni tienen extensión o sistema nervioso para recibirlas. Igualmente, no pueden recibir cualidades de otras sustancias, por tanto, deben producirlas. Si hay comunicación entre almas debe ser aparente, producto de una armonía preestablecida. Los peldaños parecen sólidos excepto por dos hechos: 1. Se parte de una definición de sustancia inmaterial, pero nadie ha visto ese tipo de ente que está más allá de toda experiencia posible. Partir de definiciones es dogmatismo. Una definición en el primer peldaño convierte a la escala en algo fantasmal, sin solidez. 2. La mónada Dios es tan inmaterial como las mónadas creadas. Debido a esa condición no debería poder comunicarse con las demás mónadas y menos crearlas o ponerlas en armonía. Como toda sustancia, debería producir solo sus propios predicados o cualidades. Eso significaría que la creación no es más que un conjunto de cualidades de Dios, lo que haría que la filosofía de Leibniz cayera en la sustancia única del odiado Spinoza, un panteísmo dogmático del que el filósofo alemán trató inútilmente de escapar.