Revista Opinión

La monarquía en horas bajas

Publicado el 17 septiembre 2018 por Javiermadrazo

Artículo de opinión, Javier Madrazo Lavín

La monarquía en España atraviesa una grave crisis sin precedentes que amenaza, cuando menos,  su legitimidad, su credibilidad y su honorabilidad. El accidente del Rey Emérito en Botsuana, que permitió sacar a la luz la existencia de Corinna zu Sayn Wittgenstein, parece hoy un asunto menor en comparación con las nuevas revelaciones que afectan a Juan Carlos I.  Sin embargo, siendo cierto lo anterior cabe recordar que este suceso estuvo en el origen de la abdicación de quien fuera jefe de la Casa Real desde la muerte del dictador Franco hasta el año 2014.

Resulta difícil predecir qué ocurrirá a medio plazo, aunque es obvio concluir que Felipe VI y los poderes del Estado son conscientes de la crisis y son sabedores que tienen que tomar decisiones importantes, más pronto que tarde, si quieren proteger esta institución y  ver reinar el dia de mañana a la Infanta Leonor.

Pensaron que con la abdicación de rey emérito,   habían detenido el deterioro de la institución y la pérdida incesante de adhesiones sociales, hacia este modelo de estado, pero de nuevo, vuelve a emerger la verdadera realidad: las ideas republicanas ganan simpatía y apoyo popular en detrimento de la monarquía.

Ciertamente  hay que reconocer, que al actual rey, experiencia en estas lides no le falta. El estallido del caso Urdangarín le obligó en su dia a blindar con un “cordón sanitario” el núcleo duro de la Casa Real para evitar que la onda expansiva provocada por las “hazañas” ilegales de su cuñado le salpicaran de lleno. Iñaki Urdangarín y su esposa se vieron entonces despojados del Ducado de Palma, se les expulsó de La Zarzuela, se les retiró toda asignación económica y nunca más han representado ni participado en un acto oficial organizado por la monarquía. En realidad,  no tuvo otra alternativa. Estaba en juego su reinado en un momento en el que el hartazgo ante la corrupción institucionalizada habia puesto fin al bipartidismo y una formacion republicana -Podemos- irrumpía con fuerza en el panorama político.

Juan Carlos I dista mucho de ser un hombre íntegro y honesto. La inviolabilidad que le concedió la Constitucion hasta su abdicación, le permitió en la década de los “noventa’, eludir toda responsabilidad en tramas financieras, que implicaban a su círculo más cercano. Javier de la Rosa, Manuel Prado y Colón y Carvajal, y Mario Conde sirven de ejemplo. Su vida privada, también muy poco edificante, sólo le correspondería, en principio, a él y a su familia, si no hubiera sido designado  Rey de España; sin embargo, dada su condición, cabe preguntarse igualmente por los servicios del Estado puestos a su disposición, para gestionar, primero, y ocultar, después,  la larga lista de sus relaciones afectivas, en connivencia, por supuesto, con los diferentes Gobiernos del PSOE y el Partido Popular.

No constituye un secreto para nadie que Juan Carlos I ha contado siempre con la complicidad de las formaciones mayoritarias del país, la banca, las grandes empresas y las instituciones, para silenciar sus actividades,  no siempre modélicas.

Muchos medios de comunicación, por su parte, han contribuido mayoritariamente a preservar una imagen intachable de su persona,  pese a conocer muchas de las evidencias en su contra.

Afortundamente, la verdad es tozuda, y antes o después termina por ser descubierta. Habrá, sin duda alguna, quien se felicite por ello y quien lo lamente. El pasado de Juan Carlos I es presente para toda la ciudadanía, y especialmente  para su hijo, obligado a mover ficha, aunque sea contra su voluntad, como ocurrió con su hermana e Iñaki Urdangarín.

Las cintas grabadas por el excomisario Jose Villarejo a Corinna zu Sayn Wittgenstein tienen un triple impacto: juridico,  porque implica la comisión de presuntos delitos, entre ellos, operaciones de blanqueo de capitales, cobro de comisiones, fondos ocultos en Suiza y evasión fiscal. Político, porque alienta el debate entre monarquía y  república a favor de la segunda, cuestionando la propia razón de ser del reinado de Felipe VI si optara por permanecer mudo y de brazos cruzados. Y, en último lugar,  ético, porque evidencia la perversión moral de un modelo que debia ser referencia de buen hacer, transparencia y conducta intachable.  Lamentablemente, no ha sido asi. El tiempo corre en contra del Rey actual. Evitar la fotografia de Juan Carlos I en Mallorca con su hijo no es suficiente. Les puede permitir ganar tiempo, pero se hace necesario intervenir.

Los movimientos del excomisario Villarejo, un personaje reprobable, que a través del chantaje busca eludir la cárcel, y los secretos que aún guarda una falsa princesa,  amiga de las comisiones y los negocios turbios, pueden reservarnos nuevas sorpresas en los próximos meses.

A Felipe VI le corresponde en esta encrucijada distanciarse de su padre, retirarle los privilegios de los que todavía disfruta,  entre ellos la condición de Rey Emérito, e instarle a que colabore con la justicia.  Los partidos politicos también deben hacer oir su voz, máxime en este coyuntura, en la que sus líderes por edad, son ajenos al reinado de Juan Carlos I. Ganarían asi la confianza de la sociedad y contribuirían a reforzar una democracia debilitada.

La monarquía no está solo en sus horas más bajas. Está sobre todo obsoleta. Tal vez haya llegado la hora de que se consulte a la ciudadanía sobre el modelo de Estado al que aspira. Este derecho que se nos negó en la transición puede ejercerse ahora en libertad y sin miedo. La república no será la panacea a los problemas de España, ni impedirá por si misma, la práctica de la corrupción o los abusos del poder, pero nos permitirá cerrar un ciclo ya agotado  y emprender otro distinto, más participativo, más ilusionante y más esperanzador.

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