Revista Comunicación

La Monarquía y la herencia de Azaña

Publicado el 15 mayo 2011 por Magarcia

La Monarquía y la herencia de Azaña

Una vez dejada atrás los fastos de la boda del Principe Guillermo y Catalina de Inglaterra es un momento propicio para una reflexión respecto del valor institucional de la Corona en el parlamentarismo constitucional británico, y por ende en el conjunto de las monarquías parlamentarias que ya no apelan a ningún fundamento sobrenatural sino a la historia, la tradición, al consentimiento de sus pueblos y a su capacidad para garantizar las libertades democráticas. 

No me cabe duda que la forma de Estado en abstracto más racional es la República, pero la política atiende a una racionalidad práctica que es más razonable que la pura razón e incorpora así, factores de tradición, emocionales, simbólicos, e históricos que en concreto nos permiten construir una racionalidad más humana. Muchos confunden la racionalidad con el gusto por la simetría. 

¿De dónde habrá sacado la juventud que la democracia se opone a la tradición en modo alguno? Se preguntaba retóricamente el genial y divertido Chesterton en su “Ortodoxia”, precisamente para plantear la paradójica afirmación de que lo verdaderamente democrático es tener en cuenta también las opiniones de las generaciones pasadas, valorando de alguna manera sus aciertos y aprendiendo de sus errores.

La oposición de tradición y democracia viene evidentemente de las luchas ideológicas en torno a 1789 en las que se oponía la legitimidad tradicional de la monarquía absoluta frente a la legitimidad de la voluntad general roussoniana, que se erguía frente a la inercia de la tradición como única fuente del poder, con capacidad incluso para reinventar la realidad social.

Hoy sabemos que el mecanismo de la tradición es consustancial a la sociedad y que creamos y renovamos constantemente tradiciones, y que las democracias más avanzadas y sólidas deben precisamente su fuerza y solidez, en gran medida a la existencia en sus sociedades de una tupida red de tradiciones y valores sobrentendidos sobre los que se asienta la convivencia.

La tradición no puede entenderse como una inercia o un peso muerto sino más bien como un proceso de discusión abierto, una especie de conversación sostenida a lo largo de tiempo, a través de los siglos, cuyos participantes se reconocen “religados” entre sí a pesar de las divergencias y las variantes por el hecho de compartir ciertos presupuestos fundamentales.

Muchas instituciones y corrientes de pensamiento se reclaman hoy de la idea de tradición, vg: las escuelas de pensamiento jurídico, o filosófico, la Izquierda y la Derecha como conceptos políticos transpartidarios, los movimientos sociales, se reconocen en una especie de genealogía o tradición, de modo que los hombres y las mujeres de hoy no somos indiferentes a los debates del pasado ni a las posiciones que nuestros “antepasados” ideológicos han realizado, en cuanto que nos consideramos herederos de los mismos, y por lo tanto formando parte de la misma tradición. Se puede hablar así de la tradición del movimiento sindical, o del feminismo.

El pensamiento y la cultura democráticos como tales son también una tradición y conllevan lo que con otra terminología se ha denominado una “historia asumida”, es por eso que en el debate político las cuestiones históricas no son, a pesar de las apariencias, inactuales sino que afectan a la validez misma de cada tradición, a su fuerza o a su debilidad, a su consistencia o inconsistencia, a su evolución o a su regresión.

Como relata magistralmente la película de Tom Hooper “El discurso del Rey” Gran Bretaña tiene el honor de, en un momento de la Historia, haber liderado la resistencia al nazismo y ser el único país europeo que no ha conocido el totalitarismo moderno en el poder, ni el fascismo, en cualquiera de sus formas, ni el comunismo soviético lograron derrocar la tradición liberal-democrática asociada a la monarquía parlamentaria en un tiempo en el que “lo moderno” era despreciar la forma monárquica, y en el que las masas y los intelectuales se inclinaban ante el Duce, el Fürher y ante el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética.

El valor simbólico y representativo de la monarquía, carente de poder ejecutivo, no obstante actualiza una referencia de unidad y permanencia institucional por encima de la alternancia de los gobiernos y de los partidos, aporta un valor de seguridad y autoreconocimiento, que permite la mayor libertad de ideas, el conflicto, la discrepancia, el debate y la renovación social. A mi juicio es por eso que en Europa algunas de las sociedades más avanzadas, liberales y modernas -Suecia, Noruega, Holanda, Gran Bretaña...- están politicamente constituidas como monarquías parlamentarias.

No es casualidad que los restos mortales de Carlos Marx reposen en Inglaterra y no en Alemania, ni en Rusia.

La herencia de Azaña
La Monarquía y la herencia de Azaña

"La República no hace necesariamente mejores a los hombres, les hace simplemente hombres". Manuel Azaña

Recuerdo una entrevista hecha a López Rodó en la que le preguntaban quien creia, a la vista de la evolución política española después de la Dictadura, que se había equivocado menos en sus ideas políticas y en sus actitudes si José Antonio Primo de Rivera o Manuel Azaña , y el ex-Ministro de Franco contestaba que , a su juicio era el líder falangista el que menos había errado, al parecer porque López Rodó otorgaba al pensamiento joseantoniano un fondo esperanzado con el que, también según su particular convicción, no contaba el ideario de Don Manuel Azaña. Tengo que decir que esa opinión me pareció escandalosa.

Y falsa.

¿Qué ideas políticas han demostrado, en efecto mayor vigencia, y mas capacidad de resistencia a la acción del tiempo? ¿Las ideas de grandeza imperial , violencia política, caudillismo carismático, nacional-sindicalismo, y autarquía económica de Primo? ¿O bien las de pacifismo antimilitarista, sufragio universal, democracia representativa y liberalismo social de Manuel Azaña?

El reconocimiento de su importancia no significa, por supuesto una beatífica consideración de toda su acción política, que ni siquiera el mismo Azaña, tan crítico con todo, aceptaría. No cabe duda que la II República cometió colectivamente importantes errores, y algunos de ellos pueden directa o indirectamente imputársele a Azaña; pero en el reparto de las culpas, tanto de errores intelectuales como morales, creo que de todos los protagonistas de aquella dramática y apasionante historia, la trayectoria de Azaña, el alcalaíno, es una de las mas lúcidas y limpias. Lo que sucede es que esa lucidez no está exenta en muchos casos de cierta amargura, fruto de la dolorosa visión de un país que era incapaz de encontrarse a sí mismo y de darse unas instituciones políticas que fundaran de una manera definitiva la legitimidad democrática entre nosotros.

El escenario en el que se tuvo que mover Azaña fue el de una sociedad agitada, en medio de una crisis económica sin precedentes que comenzó en Wall Street con el "crack" del 29, por una confrontación ideológica extrema, con dos grandes organizaciones obreras como UGT y CNT, con manifiestas inclinaciones revolucionarias, un PSOE que aceptaba la legalidad republicana como una situación meramente transitoria, un mero artefacto burgués y formal al que no dudó en traicionar y deslegitimar en la absurda insurrección revolucionaria de Asturias del 34, con una derecha reaccionaria que desde el primer momento, con la sanjurjada, había demostrado su falta de lealtad con las instituciones republicanas, unos nacionalismos catalán u vasco dominados por partidos dispuestos a cualquier aventurerismo político sin reparar en las consecuencias. En fin una "República sin republicanos" en la que la lealtad a la República, y en definitiva a la Democracia quedaba por detrás de las particulares lealtades a la Revolución, a la sociedad sin Clases, a la Iglesia de Roma, a la Monarquía destronada, a la independencia de Cataluña, de Euskadi, al honor del Ejercito de África, ...un ejemplo dramático de "desvertebración" que hacía trágicamente verdadero el diagnóstico de Ortega: "No es esto, no es esto".

La Monarquía y la herencia de Azaña
En esta situación Azaña intentó fundar su acción política en el respeto a la legalidad republicana, el rechazo de la acción directa, la aceptación de las vías institucionales, la modernización de las rancias estructuras militares, educativas y económicas, la separación de la Iglesia y el Estado, el acercamiento a las potencias democráticas europeas: Francia e Inglaterra. Pecó de exceso de confianza respecto a la buena voluntad de sus enemigos, y de cierta suficiencia intelectual que le hacía despreciativo y poco conciliador cuando se sentía cargado de razones, pero en definitiva fue un hombre que vivió entregado a hacer posible el ideal democrático en España, que asumió ese ideal sincera y radicalmente haciendo caso omiso de las ideologías entonces tan en boga de desprecio hacia la "democracia formal".

En ese escenario Primo de Rivera por su parte cometió todos los pecados de lesa democracia y de lesa patria que podía cometer: incitación al odio y a la violencia como forma de acción política, la famosa dialéctica de los puños y las pistolas, conspiró para hacer que el ejercito traicionara la legalidad, preparó la sublevación contra esa legalidad, hizo uso de la peor demagogia de la acción directa y del rechazo a las vías institucionales, cultivó la soflama y el discurso panfletario frente al debate constructivo...en fin todo aquello de lo que se arrepentiría en el momento de su muerte cuando el tigre del odio civil ya había sido despertado.

No ya suponer que Primo se equivocó menos sino ni siquiera comparar su trayectoria con la de Azaña me parece injusto.

Tengo para mí, y creo que es una opinión fácilmente compartible que la constitución de 1978 contiene el núcleo esencial del pensamiento político de Azaña, ya que su legado no se cifra tanto en la idea republicana1 simplemente como en la idea misma de Democracia. De hecho Azaña se inicio en la política de la mano del partido monárquico de Melquíades Álvarez y se decantó por la República cuando el Rey traicionó el régimen parlamentario. Así lo apunta  muy significativamente Javier Tussell que publicó la última carta de Azaña de Mayo de 1940, en la que hablaba de que el porvenir de España pasaría "por soluciones intermedias", lo que quiere obviamente significar la necesidad de consensos esenciales; lo que fue en definitiva la ley de oro de nuestra transición a la democracia.

Gracias a Dios la España de hoy, aún agobiada por los problemas que le rodean, algunos dramáticos,  no se parece en nada aquella España de correajes, camisas azules, sueños imperiales, "aceite de ricino" y canciones llenas de luceros, alboradas y ademanes impasibles , y es una sociedad abierta, dotada de instituciones democráticamente legitimadas, crítica con sus gobernantes y consigo misma, incorporada al concierto de las naciones, el octavo país de la Tierra en PIB (1991), tolerante con la disidencia y con la pluralidad, y mas inclinada a buscar solucione lógicas que ideológicas a sus problemas.

El discurso político de Azaña no ha sido heredado directamente por nadie entre nosotros, sino que es una herencia que enriquece a todos los demócratas, desde la derecha hasta la izquierda, esa es su grandeza. Lo que hace falta es que sepamos estar a su altura.

Javier Otaola

Abogado y escritor.


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